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La hermandad: La revelación del barro

OPINIÓN

La película de Martín Falci sobre el último campamento de varones del Gymnasium encuadra la génesis de una de las tradiciones más inquietantes, discutidas y arraigadas de Tucumán | Por Gustavo Caro.

La Hermandad, un film de Martín Falci.





Entre el devenir de la existencia y la biología, nuestra cultura institucionaliza mediante normas varias -religiosas, morales, civiles, etc.-, que ciertas experiencias de la infancia y la adolescencia pueden resultar significativas. La transición misma entre una y otra etapa se inviste de un carga de sentidos que bien nos ocupamos de reconstruir y transmitir, más allá de nuestra conciencia y, en buena parte, de acuerdo con la voluntad que forjamos en el aprendizaje de esas normas. El fin de la infancia, por ejemplo. ¿Qué marca ese momento? ¿Qué lo define? ¿Un primer beso? ¿Una pérdida irreparable? ¿El éxtasis de un descubrimiento superador? ¿Las condiciones en las que se experimentan -materiales, sociales, educativas-, cuentan como factor? Para organizar este abanico de inquietudes, evitar el caos y sortear la amenaza del anarquismo, están las instituciones.


La institución se ocupa de organizar la experiencia, regularla, formatearla; de darle, si se puede, un rango de paradigma. Inclusive crearle, si se puede aun más, un halo karmático. Con su intervención, hace de la experiencia materia orgánica y naturaliza su carácter reproductible. Es decir, la convierte en tradición. En este sentido, la escuela -el sistema educativo- opera como un primer acto de esa intervención.

De los actos escolares a los viajes de estudio, la escuela suma a su plan curricular una serie de actividades complementarias que contribuyen con su meta sociabilizadora. Algunas se rigen por el orden etario o de género en la que comúnmente basan la conformación de los grupos del trabajo escolar. Otras, en cambio, permiten que estos grupos se mezclen e interactúen alterando ese ordenamiento. Es el caso del campamento del Gymnasium, colegio preuniversitario de la Universidad Nacional de Tucumán, que en su propósito trasciende los límites de la escolarización y se torna tradición. La hermandad, ópera prima de Martin Falci, encuadra la mirada sobre esta singular experiencia.

Egresado del Gymnasium, Falci conoce bien la práctica del campamento. En Zeta, el mediometraje que sirvió de ensayo para La hermandad, el director expuso la experiencia en términos más brutos. Rara y molesta, aquella versión “en crudo” tomaba apuntes de una convivencia que si bien respondía a un plan institucional, fecundaba por sí misma un sentido más visceral. Primer apunte: la tradición se fortalece en el ejercicio, y en su trascendencia social, el mito se hará espacio.

En la década del sesenta, el rol de las instituciones llevó a Frederick Wiseman a preguntarse acerca de cómo funcionaban, quiénes las habitaban y en qué fundaban su legitimación social. En sus película, Wiseman emprendía un tratamiento de tipo observacional basado, según la crítica, en el cine directo -también conocido como cinéma verité-, categorización que rechazaba. Para Waiseman era clave la lectura detallada –close reading-  de las situaciones que registraba en largas horas de rodaje. Creía que allí residía no solo la esencia del espacio que filmaba sino también la sustancia de la dramaturgia documental. Conocer las instituciones es observarlas.

La hermandad aplica el mismo procedimiento de observación. Martin Falci evade la primera persona y elige un tratamiento más distanciado y desafectado que lo mostrado en el borrador de media hora, cuyos apuntes parecen haber dado paso a una mirada más reflexiva acerca de la experiencia del campamento. Su compromiso pasa por una puesta en escena que cuida el encuadre, se entrega a los tiempos internos de los personajes y a un montaje que da lugar a esos tiempos. Dirige la mirada a lo transversal del juego educativo que no solo apuesta a la autodisciplina sino también a la solidaridad de los vínculos.

Para el grupo de niños del quinto grado que son seguidos en el registro, la experiencia del campamento es nueva. Allí debe seguir las reglas establecidas por estudiantes del nivel secundario. Entre complicidades, pruebas físicas exigentes e incómodas y la expectativa por “cazar” al zorro –un juego tradicional del campamento-, los niños se manifiestan con la libertad que la ausencia de adultos puede provocarles, pero con un sentido de responsabilidad y pertenencia que la institución también les provoca. Lo interesante del “juego” está en esa zona donde la institución parece liberar una privacidad para estos niños. Mito de propios y extraños en Tucumán, la vida interna del campamento es la nata de su tradición pero también lo es mantenerla en reserva. El acceso al registro directo de estas situaciones hace que La hermandad ejerza su close reading en términos de revelación. Por un lado, la que los niños protagonizan en su iniciación al universo del Gymnasium. Por otro, la que los espectadores reciben desde una mirada elaborada y estudiada del director, quien, desde el conocimiento incorporado de la experiencia, también se compromete a ampliar sus apuntes al terreno de la construcción de masculinidad(es) de un colegio que empezó a admitir el ingreso de mujeres, provocando una profunda discusión en la sociedad tucumana, recién a partir del 2018. El campamento registrado por La hermandad es el último exclusivo de varones.

En tiempos donde los cambios atraviesan las instituciones desde la lucha de género y otros derechos, La hermandad encuadra la génesis de una de las tradiciones más inquietantes, discutidas y arraigadas de Tucumán. Y en su perspectiva, abre puertas a interrogantes. El cine tucumano revelándose como entidad reflexiva.