El oficial Gordillo: La intimidad del camarín del polesía más chistoso del país
¡Choriando a lo grande!
En tucumano básico y detrás del telón, Miguel Martín cuenta cómo arma sus monólogos, cómo vive el estreno de su nueva obra y, en un video, recita el trabalenguas para calentar la garganta antes de salir al escenario.

Gordillo en su camarín, en el teatro Mercedes Sosa.
Detrás del telón, está todo oscuro. Los técnicos del teatro van y vienen, y cuando cruzan alguna palabra lo hacen en voz baja:
-Quince minutos para que salga Gordillo, susurra uno.
En estos momentos, Miguel Martín está sentado en el sillón rojo del camarín. En el piso quedaron las zapatillas New Balance azules y ya se calzó los borcegos marrones que lo convierten, junto a informe completo, en el policía más gracioso del país, el oficial Vítor Hugo Gordillo.
En la mano, tiene los machetes de los cinco monólogos de Choriando a lo grande, su nuevo show donde además del policía, se presenta como cuando era niño, como su mamá y como él mismo, en una versión informal. El estreno fue el sábado, con dos funciones agotadas, y hoy, domingo, también será a sala llena. Se vendió todo.

-Le puse más papel al del fuego para que sea más fuerte la llama- le advierte Félix Mothe, uno de sus asistentes y encargado de prensa. Hay un momento en que el personaje de la madre de Miguel le saca el aire del oído a un espectador, con el famoso cucurucho prendido fuego en la oreja. -Creo que va a andar bien, pero te aviso para que no te asustes.
-Sí, si no sabé qué..., le responde en el tucumano básico, famaillense, que Miguel habla también fuera del escenario. En el mismo gesto, levanta las cejas y la quijada. Y después se queda en silencio, detrás de sus lentes de aumento. El actor está concentrado.
Por profesión y naturaleza, Miguel es una persona que escucha mucho, y si la clave de su humor está en nuestra pronunciación, para estar sentado ahí, debió tener parada la oreja todo el año.
“Yo escribo, pero todos colaboran. Vos me decí algo gracioso y yo lo agarro. El otro día Sebastián (el productor ejecutivo) me dijo que había comido torres de chenoa. Y que si lo das vuelta es restos de anoche. Esos chistes me gustan a mí, cortitos”.

Miguel se acomoda en el sillón, dice que está nervioso. Que después del estreno del sábado se sintió en un accidente, donde se olvidó de todo, pero que de a poco empezó a recordar. “Un estreno siempre es corregir, corregir y corregir, pero la verdad yo creía que iba a tener mucho más para sacar, poner y corregir”. Pero no.
Entonces el show que está por empezar será casi idéntico a los de ayer. En el teatro Mercedes Sosa, ya ingresaron buena parte de los 1.600 espectadores que colmarán las gradas. Entre el público están quienes acaban de gritar el último gol de San Martín, el 3 a 3, contra Dálmine. Hay, además, una señora que debe pasar los 70 años y que camina ayudada por un bastón, una parejita de jóvenes que asistió con su bebé y una mujer que llevó una torta de regalo hasta el camarín, donde ayer también recibió la camiseta del arquero de Atlético, Augusto Batalla.
Quizás por las horas de risa que les regaló o quizás porque aprendieron a reírse ellos mismos, a Miguel lo quieren desde niños hasta ancianos. “Yo no sé por qué me quieren. Solamente le agradezco a Dios que pueda hacer lo que a mí me gusta. Me siento tocado por una varita mágica, y esto se ha convertido una responsabilidad social”.
Cuando quedan cinco minutos para que empiece el show, Miguel se para frente al espejo del camarín, donde hay botellas de gaseosas, chocolates y una cerveza, a su decir, llamada Estela Ortí. Empieza a calentar la voz, que será su herramienta para ejecutar la responsabilidad social de reír. Dice rápido, tipo travalenguas:
Soy macho alfa / lomo plateado, barba candado / mano del Hulk / voz de espartano, mirada de gladiador / y también padre de Chuck Norris / por eso yo salgo a bailar solo y no pido permiso / má vale pedí perdón que permiso.
Miguel sale del camarín. Y sin permiso se abre el telón. Entonces el oficial Gordillo se mete al escenario de una corrida, arriba de una patrulla de cartón que carga en el cuerpo, mientras suena su propia versión, con letra cambiada, de Septiembre ha llegado otra vez.
Gorillo ha llegado otra vez / choréandole a nueve de a diez.
Y mientras da vuelta como un trompo, empieza la risa.