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La cuadra del amor: los telos viven en la General Paz al 600

LLEVAME, CORAZÓN

El Globo, Otelo y Orense forman el tridente más caliente de la provincia donde miles de tucumanas y tucumanos cumplen sus fantasías, sus romances y concretan su deseo y pasión en un turno.

El Globo es un clásico que jamás pasa de moda. Foto de Luciano Billone.





Son tres, están pegados y no hay baldazo de agua que los separe. Son tres, pero aquí (supuestamente) no se pueden hacer tríos. Sí son válidas las poses sexuales para los habitués más ágiles y las clientas más elásticas bajo el inolvidable techo de espejos del tridente telero que conforman El Globo, Otelo y Orense. Son los nombres de los hoteles alojamiento que justamente albergan la fantasía, la pasión y el amor de miles y miles de tucumanos y tucumanas. Los tres están ubicados en la General Paz al 600, la cuadra de la provincia donde más parejas entran y salen por sus puertas, algunas apuradas, otras sonrientes, matices sobre la cuadra del amor.   

"Uno de los más viejos es El Globo. Tengo 43 años y desde que en la General Paz y 9 de Julio estaba Tokio, hace más de 20 años ya", indica un viejo conocedor de esta cuadra, la única que no duerme los siete días de la semana y las 24 horas del día, todo un testimonio del cliente mientras los muchachos de la gomería del frente mantienen los almanaques de la época y, como en una escena de las películas que dan por el pay per view, se secan la transpiración de la frente con la remera apretada, se besan los músculos brillosos por el aceite de las motos y se pasan las manos grasosas del caño de escape. 

"Pero el más nuevo es Otelo. El Orense es el más viejo. Son parecidos. Si te ponés a pensar, son casas antiguas pintadas por fuera y adaptadas por dentro, pero lo mismo estás en el dormitorio de una casa, con la típica puerta a dos aguas que se trababa con un segurito y mientras estás en pleno acto, siempre pensás que pueden entrar mientras estás ahí", acota otro contacto que ahora tiene auto y cuando cobra el sueldo se pira a ese monumento del placer conocido como Privé, el Disney de Tafí Viejo.

Los testimonios consultados (y correspondientes a padres de familia que piden la reserva del caso) nos dejan justamente sentados en el famoso reservado del telo de turno, delante de unas mesitas con velitas prendidas pese a la luz natural del día que se filtra por el techo. Como si fuera un museo (tal vez lo sea), las réplicas de obras de arte cuelgan de las paredes. La espera son esos minutos eternos previos al gran momento: generalmente ocurre los viernes, sábados y a veces los domingos a la noche, como a la salida de la Metro. Y los jueves también.

O en otras palabras: "Lo más particular de estos lugares es la espera. Como diría Enrique Iglesias: 'Es casi una experiencia religiosa'. La espera con tu pareja es una pared con un pasillo finito largo, dividido por un box, tipo acrílico, tipo cyber, de policarbonato y plástico duro: vos estás sentado en una butaca pegada a la pared, y al lado están las otras parejas. El nuevo pierna que llega, pasa, te mira, pone voz de radio y te dice: 'Hola, ¿cómo andás?' Pero lo peor es ser el último: todos pasan por delante tuyo".


Ahora es jueves, pero en la General Paz al 600 no hay cola ni espera. Son las tres de la tarde y, con la excusa de una noche romántica para remontar el San Valentín de entrecasa, tele y arroz, este es un momento ideal para pasar y preguntar los precios que rondan entre los 300 y 450 pesos salvo la habitación que viene con hidromasaje y que se haga agua el picolé.

Una vez adentro del pasillo de una típica casa tipo chorizo, las siestas en la calle del amor son tan tranquilas que no se escuchan gemidos ni desgarros. Pero en Otelo alguien grita como un viejo pirata al que lo están por abrir como campera: es Dustin Hoffman que hace de Capitán Garfio en Hook, la película que está viendo la recepcionista por Fox. En Orense, mientras tanto, abunda el teje como nos enseña la responsable con las agujas en mano: le está haciendo un saquito al nieto estilo crochet.

Cuando se pasa a la habitación elegida, se puede brindar por los fracasos del amor y los triunfos del levante por 120 pesos, lo que cuesta un champagne económico. La única faja de seguridad que hay aquí es la que cruza el inodoro. Las camas son cómodas y dan ganas de probar los colchones como si entráramos a Piero a equipar la nueva casa con la persona elegida. 

Pero tiempo al tiempo: antes hay que comprobar la química, demostrar que la magia está intacta, subir el volumen de Bésame, buscar inspiración si hace falta en la tele y que un saxo acompañe el momento. Luego, si no nos apuran desde recepción, llega la ducha con jaboncitos y un repaso con el peine descartable. Sea turno o pernocte, para el final queda otro gran momento: la salida. A veces con la ciudad en movimiento (abogados tomándose un café en el ABC, monjas llegando a la iglesia María Auxiliadora), sea la hora que sea hay que dejar atrás el mundo telo, a veces con el pelo mojado, pero siempre con el pasito apurado y en dos direcciones posibles: a mano derecha rumbo a Tribunales, o para el otro lado, el de la gomería donde siempre están los muchachos. Están al frente. Y también esperan su turno.