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Sin lugar para los débiles, sin tiempo para milagros: cómo se traduce esta eliminación de San Martín

ANÁLISIS

Basta de milagros. Ya cansan. Fueron hermosos, pero ya está. Todo bien con Agudiak, todo bien con Galeano, todo bien con Tino Costa, pero ya está. La historia moderna de San Martín no se puede basar en héroes de un día o en arcos con poderes mágicos. Los pasos a seguir y el futuro del DT. | Por Alfredo Aráoz

El Traductor.





Basta de milagros. Ya cansan. Fueron hermosos, pero ya está. Todo bien con Agudiak, todo bien con Galeano, todo bien con Tino Costa, pero ya está. La historia moderna de San Martín no se puede basar en héroes de un día o en arcos con poderes mágicos. Son goles inolvidables, únicos, irrepetibles, sobre la hora. Son goles con el último aliento como el del Toro, bajo la lluvia como ante Dálmine, para dar vuelta y ganar el clásico más importante de la historia como el de Costa. Fueron, son y serán días de una felicidad absoluta para el Pueblo, pero no alcanza. Sabés que no alcanza. Quedan en el recuerdo, se los vuelve a gritar, volvés a llorar, los vas a seguir cargando hasta el final de los días al otro, pero en el fondo sabés que no alcanza. Y lo sabés porque San Martín es grande y ya está grande para depender de milagros que no son más que eso: hoy una ilusión, mañana una condena. Iluminaciones divinas y muchas veces inexplicables, pero distantes de la realidad.

Y acá sí que la única verdad es la realidad: San Martín no puede soltar el encanto del milagro. Y es hora de que suelte esa épica del milagro, de que la deje ir, de que la deje tirada como a la familia que le pide por favor que no viaje a Santa Fe y lo mismo se va, de que se rebele de una vez por todas como hacen los hinchas y se van. De que se plante, se ponga firme y le diga que no quiere saber más nada, que fue hermoso mientras duró, pero primero San Martín. Si ya no hay lugar para milagros es porque a la larga sabés que no va a cambiar nada: que tarde o temprano la historia va a volverse a repetir y a eso que hoy perdonás mañana no lo vas a querer ver nunca más en tu vida. ¿Hace falta llegar a esa instancia de pegar el portazo? ¿De querer reventar el plasma en el entretiempo? ¿De decir adiós sin vuelta atrás? ¿De una despedida con rencor y las fotos prendidas fuego? ¿Hace falta quemar a los ídolos como a Gonzalo?

La épica del milagro es de manual: necesitás ir perdiendo 3 a 0 contra uno de los peores equipos del ascenso, necesitás ser un verdadero papelón en todos los sectores, necesitás ser como ese amigo cachivache al que llamás para que te salve, necesitás cagarte en los miles de hinchas que fueron a verte a Santa Fe y sobre todo necesitás tirar tanto de la cuerda hasta el punto de que te queden solamente dos opciones: que se rompa y explote todo o que a esa cuerda la pidan para colgar a un director técnico que tiene buenas intenciones, que tiene buenos números, pero al que muchos le dudan, al que algunos no le creen, al que a veces no le terminan de creer qué quiere hacer cuando hace lo que hace como una línea de cinco o qué quiere decir cuando dice en conferencia de prensa que el segundo tiempo ha generado un feed-back en el plantel.

Será más aburrido, será más lineal, será más gris, los cardiólogos de Ciudadela trabajarán menos, se desplomará la venta de Lotrial en las farmacias de la Roca, pero los hinchas de San Martín ya merecen un camino de éxitos con menos milagros y más calma. Con paz durante los 90 minutos, con seriedad en las decisiones que se toman, con lucidez en un técnico que no tire manotazos de ahogado y que no necesite quemar las naves en el segundo tiempo, que logre que alguien más que Sand y Banegas se ganen el póster, que elija bien a los pateadores de penales, que no se conforme con remontar un 3 a 0 para llegar a los penales. No hay que ir perdiendo 3 a 0 en el primer tiempo para apelar a la mística, al Santo de los milagros, al Cielo, le doy gracias al Cielo, o al Gauchito. Una vez te pueden dar una mano. Dos. Tres. Pero todo tiene un límite.

Lo único bueno que deja esta eliminación de San Martín en Santa Fe es que hay jugadores que han demostrado fortaleza para ir al frente cuando nadie daba dos pesos por ellos. No hay lugar para débiles en esta historia. Los críticos dirán que los jugadores que lideraron el empate son los mismos jugadores que no estuvieron para los penales. Esa fortaleza, esa muestra de carácter que contagia Banegas como principal héroe en este lío es la bandera a seguir, pero no la única. La actuación de Banegas también deja un mensaje: nadie se salva solo en este camino que solo tiene un destino. 

Ese destino tiene nombre y se llama Primera. ¿Te acordás cómo decía la canción? “Si vos querés ver fútbol de Primera, venite los domingos a Ciudadela”. No fue un milagro el que dio la vuelta en Chaco ni en Almirante Brown. Tampoco fue un milagro el que goleó a Sarmiento hace seis años. Seis años ya. Mucho tiempo, che. Mucho tiempo para no terminar de dimensionar que solo San Martín estará en el lugar que le corresponde si todos están a la altura de las circunstancias, si arreglan todo lo que haya que arreglar en el vestuario, si el equipo logra una idea definida de juego, una identidad y sobre todas las cosas que vaya siempre al frente. Siempre. No solo cuando las papas queman. En síntesis: que uno y cada uno de los protagonistas empiece a devolverle a la gente esa parte de la deuda que hasta Flores sabe que existe. Jueguen bien. Ganen. Vayan al frente. Respeten la historia. O, para ser más claro, dejen de hinchar el pingo. ¿Se entiende? ¿O hay que llamar a un traductor?