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"Nunca conté lo que me pasó cuando ascendimos a Primera": Esteban dei Rossi, el arquero de Atlético que volvió a Tucumán

HISTORIAS DECANAS

Fue tantas veces figura contra el Decano atajando para Racing de Córdoba que lo contrataron. Fue suplente de Ischuk y tuvo su noche de noche de gloria en Catamarca por la Copa Argentina. Hace cinco meses regresó a vivir a nuestra provincia donde es profesor en El Club de Barrio Norte. Bajo la lluvia de una mañana, el Tiburón cuenta por primera vez lo que le pasó ese 7 de junio de 2009: “Al Pulga Rodríguez lo queríamos matar”.

Mirá esas manos.





Es 7 de junio de 2009 y Atlético Tucumán acaba de golear a Talleres en Córdoba para volver a Primera después de 25 años. Media provincia está vestida de celeste y blanco y las rutas y las calles viven una fiesta única e inimitable. Entre los jugadores que están en cuero en el colectivo más feliz del mundo, Esteban dei Rossi no puede creer lo que está viviendo. Y hoy, en el día que cumple 43 años, por primera vez revela lo que le pasó aquella vez “Nunca conté lo que me pasó cuando ascendimos a Primera. Ahora que te lo cuento, vuelvo a revivirlo y me emociona”

Hace cinco meses Esteban dei Rossi volvió a vivir a Tucumán, el lugar que le dio su familia: “Me fui de Tucumán en el 2012, terminé de atajar en 2017 en Agropecuario y me volví a mi pueblo, a Villa Dolores, Córdoba. Ahora la mamá de mi nena decidió volver a estar con su familia y esta vez me tocó acompañar a mí”, me dice este cordobés macanudo, piola, copado, con tanta pinta de arquero como de boxeador, al fin y al cabo, guantes en sus manos enormes que estira para la foto clásica del guardametas tapa de El Gráfico y cuando nos enseña a los sedentarios a levantar pesas en El Club, el mejor gimnasio de Barrio Norte, ubicado apenas a seis cuadras del viejo y glorioso Monumental de 25 de Mayo y Chile, la esquina donde Dei Rossi fue feliz.

“De mis años en Tucumán recuerdo cada detalle. Hay momentos imborrables que no se van a borrar más de mi cabeza. Desde ir del hotel República a la cancha, la gente esperándote para un autógrafo, pero sobre todo el vestuario, el vestuario de ese equipo. Es el privilegio de haber formado parte de un club tan grande como Atletico que nunca me hizo faltar nada. No sabés lo que es volver a encontrarme con compañeros. O el domingo pasado que volví a la cancha contra Gimnasia, volver a sentir la adrenalina de la tribuna”, le cuenta Esteban a eltucumano en un recreo del gimnasio donde te hace creer que podés jugar en Primera algún día. 

-¿Y con quién te encontrás de la banda con la que jugabas?

-Con Seba Longo, con Lucas Ischuk, sigo en contacto con Mati Villavicencio, a todos los veo en los torneos en Las Cañas, al Tucu Saavedra, con Enzo Maidana, pero sobre todo con gente que recuerda mi paso. No sé si he atajado bien o no, pero sí sé que he dejado una buena imagen como persona. Eso es importante.

-Ese equipo del primer ascenso a Primera se metió en la memoria del hincha. Atlético siempre fue grande, pero no es el monstruo que es ahora. ¿Cómo recordás ese paso por el club?

-Nos tocó vivir otra realidad a la que vive Atlético hoy. No solo a nivel deportivo sino institucional. Habíamos ascendido a Primera, habíamos descendido, los hinchas habían quedado con mi imagen de Racing de Córdoba porque siempre me fue bien contra Atlético. Siempre luché el puesto contra Lucas que es un monstruo y tuve esa noche en Catamarca que todos recuerdan (atajó dos penales y metió el suyo contra Italiano). Pero más allá de eso lo que más extraño es el vestuario hermoso que teníamos. Eso es lo que más extraño. Yo no era pibe ni grande, pero convivía con grandes referentes con el Vasco Azconzábal, Barone, Satanás Páez, Mati Villavicencio, concentraba con Jairo Castillo, con Lujambio. Disfruté todo en todo momento. Por eso si un pibe me pide un consejo hoy le digo: disfruten del vestuario, de un mate con el utilero, vayan media hora antes y quédense media hora después del entrenamiento. A esas cosas después no las vivís más.

-¿Sentís que el jugador del fútbol actual disfruta del vestuario o ya habita otro mundo? ¿Ya están en otra? ¿Vos creés que les importa tomar un mate con el utilero en lugar de subir una foto a Instagram?

-Hace varios años que ha cambiado la generación. Antes, a los 22 años eras un pibe y hoy con esa edad sos referente. Antes no existía tanto esto de las redes sociales. Ahora vas a un partido y te sacás una foto, termina el partido y si ganás te sacás una foto. Esa exposición constante te marea. Hoy cualquier persona sabe sobre tu vida. Si no la tenés privada estás expuesto a un montón de cosas, a los halagos y a la mala educación. Y estar en ese mundo es difícil.

-Cumplís 43 años y pienso que el puesto del arquero tiene un margencito más que un jugador de campo. Pienso en Carranza, por ejemplo, que sigue atajando. ¿Por qué colgaste los guantes?

-Dejé de jugar al fútbol por culpa del Chaucha Bianco (se ríe). Hice una muy buena relación con Germán Noce y el profe Ambrosio. En Gimnasia de Mendoza hicimos una buena relación, competía el puesto con Darío Sand, siempre íbamos para adelante, pero se fue el Chaucha de Mendoza y me dijo: ‘Esteban, tenés las puertas abiertas para estar en el cuerpo técnico’. Esperé propuestas, pero eran de Argentino B y no es por desmerecer la categoría, pero no tenés contrato. Al Chaucha le salió ir a Mendoza, después Chacarita, después Temperley y dije: ‘No, ya está, paro’. 

-Aprovecho para preguntarte porque está muy en boga y pasó en Atlético hace poco contra Riestra: ese día los hinchas decían que el equipo había ido para atrás. ¿Eso pasa? ¿El jugador va para atrás o no da lo mismo si no se banca al técnico?

-El jugador tiene momentos. El grupo tiene momentos. Pusineri hizo una excelente campaña: en la primera etapa los puso allá arriba, y después no. No es que no nos llega el mensaje. Pero a los jugadores nos cuesta salir a jugar cuando perdés la confianza por los resultados. Entrenás toda la semana, vas, perdés y perdés la confianza. O cuando llegó la dupla (Orsi-Gómez). Anduvo bien al principio, cambió la mentalidad del plantel, el jugador número 30 se enfocó como el número 1, se sintió de nuevo en carrera. Pero hoy Atlético está en una situación difícil. Pero que el hincha se quede tranquilo: ahora Sava va a poder trabajar de verdad. 

-Cuando venís al gimnasio a trabajar, cuando andás por las calles de Tucumán de nuevo, cuando vas a la cancha, al centro, ¿vuelve el ruido de La Inimitable? ¿Vuelven los recuerdos? 

-Sí. El otro día estaba pasando por la Plaza Independencia y miré la Casa de Gobierno. Vi el balcón de la Casa de Gobierno y pensé: ‘Nosotros estuvimos en ese balcón cuando ascendimos a Primera’. O cuando veo a un loco con la camiseta de Atlético un día de semana. Tenés que querer mucho al club para andar con la camiseta un día de semana. La gente te hace recordar muchas cosas. Hay muchas cosas lindas. Y feas también. No todo es color de rosa. Dejás de lado muchas cosas como nacimientos. A mi hija la conocí dos horas y me fui a jugar a San Francisco. El fútbol tiene muchas cosas lindas. Conozco casi todas las canchas. Pero lo que más extraño es la gente, el alambrado, las banderas.

-Pero ese festejo en la Plaza Independencia fue lo máximo. ¿Por qué me dijiste que nunca contaste lo que viviste ese día? ¿Qué te pasó ese 7 de junio del 2019, uno de los días más felices de tu vida y de los hinchas? ¿Qué te pasó ese día que Atlético ascendió a Primera?

-Nunca conté lo que me pasó cuando ascendimos con Atlético a Primera. Desde que entramos a Tucumán fue una locura. La Plaza Independencia no fue solo eso. Ya 200 kilómetros antes era una locura. Ese día se la mandó El Pulga y lo queríamos matar. La rompió toda ese torneo y era Dios. Cuando llegamos a Simoca se bajó del micro, lo subieron a un sulky, dimos la vuelta en la plaza del pueblo y andábamos a paso de hombre. No sé si tardamos 12 horas desde Córdoba a Tucumán. Ese fue el día que el Pulga le dice a la madre: ‘No llorés, mamita’. Lo único bueno es las empanadas que nos dieron. Y cuando llegamos a Casa de Gobierno, yo no aguantaba más. Esto nunca lo conté. 

-¿Qué te pasó?

-Estaba todo el mundo festejando. Era un quilombo todo y le digo a un policía de Casa de Gobierno: ‘Me quiero ir’. El policía me dice: ‘Te van a robar todo, te van a sacar toda la ropa’. Estaban todos los hinchas festejando y le pregunté al policía: ‘¿Dónde está la salida?’. Me indica por dónde bajar, me puse la remera atada en la cabeza como un hincha y me até el bolso. Perfil bajo, bajé de la Casa de Gobierno y me metí entre toda la gente que explotaba. Me tapé la cara, iba pasando entre todos los hinchas y llegué hasta un drugstore cerca de donde vivía, ahí a la vuelta del hotel República. Entré al kiosco y le dije: ‘Loco, no te voy a robar’. El kiosquero me conocía, se ríe y me pregunta: ‘¿Qué hacés acá?’. Y le digo: ‘Por favor, haceme un sanguche de jamón y queso y dame una cerveza helada’. Habíamos ascendido a Primera y así estaba yo: comiendo un apretado con una cerveza helada mientras Tucumán era una fiesta. De ese día, de ese momento, tampoco me olvido más”.