Solo San Martín convierte en milagro el barro
Empujado por la historia, poseido por la camiseta, el plantel al fin se hace cargo de lo que pelea y saca adelante un partido clave en zona de definición. A solo un punto del líder y cuatro fechas del final, el Santo renace, vive se ilusiona. A sufrir hasta el final ¿Qué más querés?

“Debes amar el tiempo de los intentos. Debes amar la hora que nunca brilla. Solo el amor engendra la maravilla. Solo el amor consigue encender lo muerto”, La letra de Silvio Rodríguez no habla de San Martín, ni del Pueblo Ciruja, o tal vez sí, porque quién anoche se durmió con el cosquilleo de la derrota de Almirante Brown, se despertó ansioso, esperando que sean las 17.00. Otros, en cambio, nunca durmieron, y entre latas y cartones, se pasaron la noche en vela, con el cuartetazo de fondo, amaneciendo bajo el sol quemante, con la bandera colgada de la ventana al árbol de la vereda, usada como sombrilla, generando esa escena inconfundible, inequívoca, maravilloso: hoy juega el Santo y que lo sepa todo el mundo.
Si eso no es amor, digame usted qué es. Si no es amor el guardia de un edificio que antes de decirle "buen día” a los vecinos, tira “hay que ganar como sea, aunque el empate no está, porque quedamos a uno”, ¿Qué me digan, que me cuenten que es el amor entonces? Si cuando vas tragando la última empanada, o el último bocado de asado, o el último raviol, ya estás pensando en cómo vas a conectar el TyC Play de mierda a la tele para verlo mejor.
Y todo ese amor, llamado San Martín, porque no es amor por San Martín, es amor/San Martín, le llega los que juegan en Paraná, no pregunten cómo, pero les llega, por fin y después de 34 fechas. Así, este equipo de barro, se convierte en milagro, y después de 30 minutos para el olvido, se encienden, se alumbran, y juegan, juegan como si les importara, como poseídos por la camiseta que más de una vez no respetaron. Juegan, por fin juegan, y ganan, lo dan vuelta. Había sangre, había corazón. Enhorabuena, oportuno momento para nacer como equipo candidato, justo 9 meses después de empezar la temporada.
Qué mal parida que venía la tarde, a los cuatro minutos, perdiendo, no había dos pases seguidos, ni un ataque, Brunet sumándose a la larguísima lista de defensores expulsados por boludos en lo que va del año. ¿Cuántas veces vimos este partido? Hay olor a Madryn, a San Telmo, a Flandria y varios más, pero la ecuación cambia rotundamente justo antes de volver al vestuario, cuando Bucca frota la lámpara y acierta un pase perfecto, un estiletazo a las entrañas del área, donde Mateo Acosta se maneja mejor que cualquier y define de cachetada, de zurda, con desprecio, con amor de gol: porque te quiero te cacheteo. Golazo.
Hay que aliviar los raspones de la garganta con una fresca, en ese entretiempo maravilloso: “Creo que lo ganamos”, tira uno por WhatsApp, lo dice él, pero lo piensan todos y pensar que hasta recién firmabas el empate. “Es el momento San Martín”, despertá, pensás, gritás, saltás.
Es el momento de enterrar el pasado pesado, de aliviar al corazón malherido por viejas de desilusiones, es el momento de la redención, de la reconciliación, de entender de una vez por todas que están en San Martín y que no hay, ni habrá, ni hubo, un mejor club para estar.
Banegas lo entiende, por eso corre como una bestia y casi hace el segundo que Bucca termina de meter con control, gambeta y definición en un mismo movimiento ¿Para qué tanto terreno si basta con una baldosa? Después, en el festejo, llora, lagrimea, mirá a su familia que debe estar ahí, en la platea, habiendo viajado unos pocos kilómetros desde su ciudad: Esperanza, Santa Fe. Esperanza, San Martín.
Pero eso no es todo, porque Banegas sigue corriendo y en una jugada parecida engancha pal medio y define con la de palo, como si fuera de seda, el tres con más goles del fútbol mundial ¿Cuántos tiene ya? Un montón, un crack, a la medida de San Martín, si él quiere, por supuesto.
El resto es Abregú recuperando todo, absolutamente todo y siempre dándola redondita siempre. Es Dening haciendo una más y comiéndose el cuarto, pero voluntario. Es un equipo que parece empezar a tener oficio, experiencia y hasta jerarquía, mirá lo que te digo. “Es fútbol champannn. Estos tipos está todos locos”.
Y ahora sí, triunfo consumado, los tres puntos en el bolsillo y la ilusión en el corazón, ¿Qué más se puede pedir?: “Estoy contento porque tengo la certeza de que vamos a sufrir hasta el final, tenía miedo de que ni suframos”, dice un hincha que resume todo lo que fue y será porque solo San Martín convierte en milagro el barro.