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D10S, el Diablo, Messi Mundial y la Selección de la gente

análisis mundial

Argentina campeón del Mundo por tecera vez. Lionel eterno, brillante y con el alma de Maradona. El Pueblo en las calles. La Fiesta que soñamos y un domingo inolvidable.





La garganta raspada de gritos, los ojos ardidos de lágrimas, el corazón galopante aprieta el pecho, los nervios de punta, y el alma alborotada: “¿Así era ser campeón del mundo?”, te preguntás después de parir tu tercera Copa Mundial, pero los anteriores fueron hace tanto que ya ni te acordás. Al fin pudiste soltar esa mochila que pesaba desde que Codesal les regaló un penal a los alemanes en el 90, en ese verano italiano inolvidable que hoy duele y se extraña  menos; El peso en el lomo se sentía desde que Rizzoli se hizo el sota para cobrarle el otro a Higuaín, privándonos de dar la vuelta en el Maracaná, otra frustración que hoy empieza a enterrarse.

Esa mochila que acarreamos durante más de tres décadas había acumulado golpes, heridas, costras y cicatrices que van desde el Diego llorando al Diego saliendo de cancha por última vez de la mano de rubia vestida de blanco; pasando por la decepción de madrugada invernal, infernal, en la que un tiro libre nos dejó tecleando en medio de la crisis del 2002. Todos esos golpes, todo ese dolor acumulado, ha valido la pena, para al fin llegar a esta tarde de diciembre en la que Messi, el Maradona que pensábamos que nunca más íbamos a ver, levantó la Copa. 

Elijo creer en el Diego reencarnado en el cuerpo de Messi. Es esa alma errante que eligió como su paraíso una pierna zurda que trata la pelota mejor que nadie para pasar la eternidad. Elijo creer en los guiones perfectos que le dan el coprotagónico a Di María, para siempre en el cielo de los mejores futbolistas argentinos de todos los tiempos, para que hoy en su última función juegue, la rompa y meta su cuarto gol en una final que termina con consagración. Gracias Fideo, nunca, pero nunca te olvidaremos.  

También creo que en el Diablo metiendo la cola, borrando con el codo lo que escribía la mano de D10S. Entonces, tras 79 minutos de exhibición absoluta, de una performance para colgar en un cuadro, para exponer en las academias de fútbol, después de todo eso, Otamendi, mejor defensor dle Mundial, duda y no la saca al lateral, se lo comen en la carrera, comete penal y gol de Mbappe, el ausente que empieza decir presente. Era baile, era fiesta, era cumbia y cuarteto, ahora es tango sufrido. 

Para colmo, mientras nos acomodamos para sufrir, Messi la pierde y Mbappe nos empata. El guion del Diablo se impone y a D10S le rezamos. Los fantasmas de Arabia Saudita y Holanda han llegado para quedarse.  

Las piernas cansadas de De Paul pesan tanto, que solo Scaloni no lo ve, y Francia nos tiene contra las cuerdas. Nosotros aguantamos y de vez en cuando sacamos un golpe, es increíble que estemos pidiendo la hora para ir ya al alargue. Es increíble, pero real. 

“¡Reaccioná Scaloni, meté cambios!”, le gritás al televisor, y parece que te escucha porque entran Montiel, Paredes y Lautaro. Como contra Holanda, Argentina crece en el suplementario y está más cerca del gol que Francia. Lautaro lo tiene dos veces en la primera mitad, y en la tercera Lloris se la ataja, pero Messi la empuja en el rebote. "¡GOOOOOOOOLLL!", lo chequean pero es gol, es el tercero, es el del Burru, es el del Mundial. Te abrazás a la mesa, a los vecinos, a los amigos, al niño que fuiste, a la ilusión que te condena. A esta película ya la viste hace 36 años y la venías buscando en VHS, en DVD y en plataformas, nunca la habías podido volver a ver. “Hoy sí”, pensás.

Pero el Diablo tiene otros planes, es morboso y se alimenta de nuestras angustias, y nos las convida, nos obliga sentirlas, a vivirlas, a empaparnos de ellas. Por eso, Montiel le pega un codazo a la pelota, dentro del área y le cobran penal a tres minutos del final del suplementario. Otra vez Mbappe le gana el duelo al Dibu, agenciándose un triplete que le permite ser el goleador del torneo. 

Los penales parecen inminentes, pero todavía hay tiempo que para que Muani, aproveche la segunda falla de Otamendi en todo el Mundial y quede con la pelota picando mano a mano con el Dibu Martínez, el mejor arquero argentino de la historia, que, haciendo la de Dios y todos sus santos, se adjudica la  atajada de todos los tiempos. 

La tanda arranca con el implacable Mbappe que vuelve acariciarle la mano al Dibu con un pelotazo cruzado; sigue con un Messi que patea como El Pulga Rodríguez, y continúa con el Dibu tapándole a Coman y achicándole el arco a Tchoameni que la tira afuera.  El penal de Paredes le deja servida la definición a Montiel para que se reivindique de la Mano del Diablo que nos alargó el sufrimiento y el ex River cumple con una ejecución brillante que vale un título Mundial. Es D10S venciendo al Diablo, es Argentina ganando la mejor final de la historia. Es Messi, el futbolistas más extraordinario jamás visto, consagrándose, al fin, en el certamen que buscó cinco veces. Es Justicia Divina. 

Un Ciruja llora en la tribuna y otro canta en Ciudadela. Un Decano se besa la celeste y blanca y le grita a la ventana. Nacho se calza una campera en su departamento de Madrid y sale a festejar con otros argentinos de España. En Bangladesh se trepan a los elefantes con nuestra bandera en los hombros. En Buenos Aires se llena el Obelisco. En cada plaza de cada barrio del país se desata la fiesta atragantada desde hace 36 años. Los niños, con la camisetitas que llevan el 10 en la espalda, gritan, festejan y guardan recuerdos a los que toda su vida visitarán de vez en cuando. 

En esa marea de festejo popular, un hombre se abraza con el padre que lo tenía alzado cuando Maradona levantaba la anterior Copa, juntos miran como Messi, en andas, da la vuelta olímpica en Qatar. Mientras tanto, los que hemos esperado tantos años para esta alegría, miramos al cielo, agradecemos al D10S que extrañamos y al que en este Mundial volvimos a ver reencarnado en el jugador más maravilloso que ha dado este deporte, juntos, uno en cuerpo y el otro en alma, le han regalado al Pueblo Argentino esta felicidad eterna.