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El día que el joven inexperto hizo quemar los libros al erudito táctico

ANÁLISIS MUNDIAL

Argentina, señoras y señores, es semifinalista del Mundial. Siendo protagonista todo el partido, con dos goles arriba que parecían asegurar la clasificación. Sin embargo, se vino la noche con las torres neerlandesas y todo lo soñado parecía derrumbarse, pero este equipo tiene corazón y jerarquía. Los penales que suelen ser una lotería, terminaron con premio albiceleste. Se viene Croacia, que venga el que sea, que hay equipo.

Lio Messi en modo Topo Gigio frente al banco neerlandés.





La espera fue agónica. Desde que la pelota había empezado a girar en Qatar, fue la primera vez que tuvimos que esperar más de 4 días para ver a nuestra amada Selección. Nuestras vidas eran dignas de ejemplificarse con la obra de Salvador Dalí “Relojes Derretidos”: mientras que las agujas del reloj no se mueven, nos fundimos con el calor tucumano. Para colmo, los desgraciados de EDET no ayudan y te cortan la luz para que el aire acondicionado tenga un respiro en toda esta semana agobiante, mientras vos puteas secándote la sien y tratando de alivianar los nervios, que siempre están y camuflan irse, pero jamás lo hacen.

Por suerte es feriado, como aquel 9 de julio de 2014. No tenes que adular a tu jefe con palabras que no sentís. Compras algo rico para comer con la gente que haces cábala, obviamente acompañado de una buena bebida espirituosa, bien fresquita para combatir esta incineración constante con la que convivimos. No falta quien pregunte en la sobremesa “¿Pero estos son Holanda o Países Bajos?” cuando ese último bocado pasa de forma dificultosa.

Al fin acabaron esas 144 horas eternas. Todos se acomodan en su lugar, como viene siendo la tendencia para cada familia o persona que vive esta Copa del Mundo a flor de piel. El encuentro comienza y el duelo es una partida de ajedrez: meticuloso, estudioso, analítico. Ninguno quiere dar ni un centímetro de ventaja. Piensan dos veces antes de efectuar un movimiento. Y es que Scaloni plantea un esquema espejo: línea de 5 y a intentar prevalecer en los duelos individuales. Todo pasa y nada pasa a la vez. Algún atisbo de aproximación peligrosa, que queda inofensivo ante las murallas de ambos equipos. Empieza mejor Argentina, pero Países Bajos toma envión y se apodera del balón. Todo muy igualado. Pero hay alguien que no entiende de esquemas, de sistemas, de tácticas. Intentaron frenarlo siempre en su carrera: con marcas personales, con diseños defensivos super sofisticados, con palabras que quizás lo amedrenten, todas con el mismo resultado estéril. Y es que el Messias se sintió tocado, otro(s) hereje(s) se hicieron presente en la previa del partido con colores naranjas. Él respondió como mejor lo sabe: en la cancha. Junta un par de europeos sistematizados y con el rastrillo del ojo, saliendo de la caja, encuentra en su radar único e inigualable a un Nahuel Molina que se animó a dejar su puesto de trabajo y tiro una diagonal digna de los mejores delanteros del mundo. Control y una cachetada ajustada para que el lungo Noppert atine a solo arrodillarse. El grito de más de 45 millones de personas porque logramos poner en jaque al rival. Ahora había que hacer el mate, que siempre nos acompaña.

Algunos cambios para los neerlandeses, pero el partido seguía igual de rígido, aunque un poco mas tranquilo en este complemento, teniendo el resultado a favor. Por si fuera poco, aparece el otro lateral, hoy carrilero, que toma la lanza y hace lo que su par neerlandés nunca ejecutó: una gambeta. El engache y el contacto para derribarlo, son suficientes para que el histriónico árbitro Mateu Lahoz cobre la pena máxima. Y va Él. El que transporta en su espalda la ilusión de todos. El que a sus 35 años está teniendo el mejor Mundial de su carrera, demostrando que la magia no entiende de edad. El arquero naranja, con más pinta de basquetbolista o voleibolista, avisó en la previa que había estudiado a Messi. Se ve que faltó a alguna clase o no tomo apuntes, porque el Messias no perdona y le da una lección que nunca olvidará. Lo deja parado como monumento, cosa que le queda bien con esa estatura, y el grito de gol con un condimento que nadie esperaba: se acerca al banco de Louis Van Gaal, y en una especie de redención al achacado fútbol sudamericano, festeja como Juan Román Riquelme, haciendo el Topo Gigio, siendo el mensajero de un estigma que acarrea el deporte en nuestra región, donde intentamos imitar más a los que pasan el océano, y nos olvidamos nuestras raíces, que nos llevaron a la gloria, a tener nuestro distintivo y sello único de la gambeta, de la espontaneidad, de la alegría y disfrute del juego, de tomar decisiones para salir de un envase, de salirse del plano terrenal para entrar al astral con un caño, una elástica, un sombrero. Algo que la pizarra no contemple, algo que sea legible y a la vez imparable. Eso es Sudamérica. Eso somos. Y no hay que renegar de ello, al contrario, nos tenemos que hacer fuertes desde el potrero, donde la pelota tiene un conejo adentro, donde te esperas que la pelota vaya para cualquier lado por las condiciones de la cancha, que no tengas miedo de perder la pelota. Eso es lo nuestro, después le podemos agregar cuestiones tácticas, técnicos y demás parafernalias que ayuden al objetivo máximo, pero dejemos de mirar el retrovisor y nos enfoquemos en nosotros, que tenemos material, que tiene nuestra impronta.

Y es que Lionel Scaloni, el entrenador más joven en Qatar 2022 se enfrentaba al más longevo, demostrando que el mito de la experiencia queda obsoleto cuando tus capacidades están claras, y tu potencial todavía no fue tocado. Es así, que el erudito táctico, el que le dijo a Riquelme que debía quedarse de puntero izquierdo y que centralizarse era mala palabra, el que le dijo a Di María cuando era figura en el Manchester United, enfermo de la estructura, le mostraba sus errores. Ese que disminuyó la presencia Messianica, ese que no entendió nunca lo que es la magia del fútbol. Quema los libros: que el 5 se quede en mitad de cancha, que los carrileros no descuiden la espalda, que el volante creativo se dedique a defender. Todo eso incendiado. A poner dos torres y tirarle pelotazos. A la mierda el manual de lo organizado. A la basura todo lo estudiado. Era hora de jugar ese fútbol sucio. Y lamentablemente le dio rédito.

Dos goles inesperados por el contexto, pero que se dieron. El primero un centro que encontró solo a ese faro naranja para un cabezazo implacable. El segundo luego de una falta evitable de Pezzella, que entró con una sola tarea, que era despejar cualquier ladrillo que se cruzara, y que fue ineficiente. El laboratorio de Van Gaal surte efecto: se libera Weghorst de la barrera y nadie lo marca, la pelota toca red y nos revienta la ilusión. Todo lo construido se derrumbaba. Un movimiento inesperado en el ajedrez que vuelve a poner la paridad. ¿Cómo nos van a convertir un gol de viveza criolla a nosotros? Encima estos europeos fríos que no se les mueve el pelo por no tener ninguna estrella mundial en ese escudo. Nos empataban. La desazón era inmensa. Pero había que volver a remar, y fuerzas sobran para sacar adelante el barco argentino.

El tiempo suplementario fue todo celeste y blanco: volvió la mezquindad europea, ese libreto que no permite improvisar a ninguno de sus actores. Con enjundia y garra, Argentina dominó todos estos minutos extra, a pesar de la mala tarea del español Mateu Lahoz, que tuvo un arbitraje paupérrimo, no solo llevando al partido a la instancia que él deseaba como la prórroga, sino que cobrando las “boluditas” para Países Bajos. Todo cuesta arriba. Todo dado para que la desgracia nos empañe los ojos y nos quite este sueño que se viene gestando hace tiempo. Sin embargo, estos guerreros no entienden de planes calculados, ni de lógicas preestablecidas: salen al frente con una ferocidad que emociona, que contagia, que motiva al más pesimista. A pesar de todo el esfuerzo, Van Dijk y el palo niegan cualquier tipo de cociente positivo para esta Scaloneta que intenta, que vuelve minúscula a una selección que supuestamente juega bien, que juega contra 12 pero no le importa, porque tiene el empuje de un tsunami.

Dicen que los penales son una lotería, pero teniendo al Dibu Martinez, eso no tiene sentido: el arquero tiene más hambre que nadie y se come a los dos primeros pateadores, con bailecito incluido, porque tiene credenciales para hacerlo. Encima el Messias le da una chance más al creído Noppert pero lo deja en ridículo, de nuevo. El último es para Lautaro, que quiere reivindicarse, que quiere demostrar porque es el goleador de este ciclo, con la mentalidad del “Toro” toma ese penal impregnado con lava, y lo convierte. Festejo, abrazos, desahogos de un partido que Argentina no merecía sufrir, pero que lo sufrió, porque parece que sino lo haces no vale. Devolución de gentilezas para los bocones neerlandeses, maestros de la táctica que hoy fueron discípulos de la improvisación, de la naturalidad de romper diseños predeterminados. Anda para allá, Van Gaal, y miranos en semis, donde enfrentaremos a Croacia, que viene de eliminar a Brasil, pero ¿Qué nos importa? Que venga el que sea, que toda sobra acá en la Scaloneta. A disfrutar de este fin con una buena fresca y gritando “Muchachos…”.