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Fútbol caté: elogio de la belleza

OPINIÓN

Atentos al destino de la selección en el mundial y acostumbrados a los escabrosos debates futbolísticos de la TV, nos olvidamos de la belleza ¿Se puede gozar el fútbol sin mirar la geografía de la camiseta?





En 1966, Rodolfo Walsh viajó al Litoral para escribir una crónica sobre el enfrentamiento histórico de dos comparsas correntinas: Copacabana y Ara Berá. La primera tenía fama de “caté”, que en guaraní significa “bien”, “delicado”, “refinado”. En contraposición -por supuesto- a su contrincante, que las malas lenguas decían había nacido por iniciativa de los rechazados de la comparsa fundadora. En la revista Panorama, esa nota -tan magistral y actual como todas las de Walsh- se llamó “Carnaval caté”. Se puede leer en el libro “El violento oficio de escribir” (Planeta).

En estas líneas mundialistas y en estos días en los que tenemos una vida tomada por lo que pasará con la selección argentina, propongo la modesta reivindicación del fútbol caté. Sé que es casi contra natura decirlo en estos momentos. El Mundial es, justamente y cada vez más, el reino de la táctica. Veintidós pura sangre entrenados para la carrera más importante de sus vidas. Y el marco de un público que llega a celebrar como un gol cualquier hecho banal o menor: un lateral, un foul, un revoleo inconducente.

En el medio de eso, el fútbol caté aparece cada tanto aunque no sea celebrado por el público ni por los relatores, incluso en el partido menos pensado. Los jugadores son los que producen la belleza y no su geografía. Puede surgir en el más hermoso y positivo de los partidos. O en uno del que no se espera nada. 

Un ejemplo esperable por la calidad de su ejecutor, que ya ganó un Mundial. Minuto 32 de Francia y Australia. Jugada por izquierda. Taco sublime de Mbappé a André Rabiot y definición de Oliver Giroud. Fue un toque de espalda a su compañero; un salto leve, casi un sauté de danza que algunos comentaristas tildaron de canchereo. ¿Para qué ir al Colón si puedo ver esa maravilla tirado en mi casa, de jogging y con el mate en la mano? 

Otra joya, que combina una velocidad y técnica asombrosas. Van 82 minutos de un Alemania-Japón tan áspero como táctico, casi una pulseada de estrategias. Pero en el medio del barro aparece alguien con una flor. El fútbol caté. El defensor Itakura tira un pelotazo de 70 metros a Takuma Asano. El control del delantero de la Bundesliga es de una belleza que quita el aliento. Los gringos tienen una palabra para eso: breathtaking. Suspiro, cierta envidia por no poder hacerlo en casa y silencio ante esa sutileza. Control perfecto. Ganar la posición. Y rematar desde un ángulo dificilísimo para lograr un triunfo que Asano le contará a sus nietos.

Los ejemplos podrían seguir, desde la elegancia para salir jugando de Vinícius Júnior y el gol de chilena playera de Richarlison (ambos de Brasil), pasando por Dani Olmos pinchando la pelota en el primer gol de España después de que la tocaran casi todos sus compañeros.

A veces, complicamos tanto el fútbol desde el escabroso terreno dialéctico. Decimos que la derrota de Argentina fue insólita, rarísima o increíble, sin tener en cuenta demasiado los méritos del otro. Ponemos el acento en lo equivocado o en lo ilícito. Quizás el planteo de estas líneas sea una ilusión porque, en definitiva, reaccionar de otra forma nos convertiría en otro pueblo y no el que somos. 

De todas formas, cualquiera sea el destino de la Argentina en los próximos partidos, no dejemos de venerar a los cracks, de exclamar “qué hijodeputa” cuando alguien hace magia; el “Negro” Fontanarrosa decía que ésa era la máxima expresión admirativa que pueda arrancarse de un argentino. Si la tensión te lo permite, gozá sin mirar la geografía de la camiseta. Festejá el fútbol caté.