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Ni laureles conseguidos ni coronados de gloria: por qué no cantó San Martín

análisis

De lo mejor a lo peor, con rendimientos extraordinarios y jugadas brillantes, al desorden, barullo y y desconcierto. 70 minutos de alto vuelo y 20 para el olvido. Un equipo que hace mucho para ganar y todo para que lo empaten.





“Sean eternos los laureles que supimos conseguir”, dice el Himno Nacional Argentino, cantado con lágrimas en los ojos y las gargantas raspadas en esta fecha en cada cancha del fútbol argentino Pero en la Primera Nacional no hay laureles eternos y nada está conseguido hasta el pitazo final. Acá el que se duerme es cartera, y la cartera con los tres puntos le quitaron del bolsillo a San Martín. Que jugó mejor, que fue más, pero que se quedó con lo mismo que su rival: un punto para cada uno.

De Muner habla de identidad, de un equipo que busca construir una manera de jugar, hace hincapié en eso cada vez que tiene un micrófono al frente. Está claro que hay una idea, un esbozo: San Martín quiere tratar bien la pelota, quiere dominar, quiere ser protagonista y, por momentos, lo consigue, lo plasma en cancha y todos aplaudimos, como en el segundo gol que, tras toque y toque, Diarte terminó definiendo como Roberto Carlos. 

Pero nos encantaría detenernos aquí, hablar del caño de Abreliano, de la construcción de una jugada maravillosa que nació en un arco y terminó en el otro, que empezó con el lateral por derecha y terminó con el lateral por izquierda. Escribir sobre el jugador del Pueblo Ciruja, hijo de héroede Malvinas, que metió un golazo que coronó la noche perfecta.

Nos hubiese gustado comparar el primer gol de Tino con aquel que le hizo a San Martín de San Juan en La Ciudadela desde una posición idéntica. El de hoy también muy parecido a uno que le hizo al Real Madrid, jugando para el Valencia. Hubiera sido lindo remarcar su calidad para pegarle a la pelota, para acariciarla con la suela con esa pisaditas y giros que marean a cualquiera, ese imán que tiene en la zurda que no se despega de la cuerina sintética con la que adidas fabrica los modernos esféricos coloridos. 

Hubiera sido hermoso hablar solo de todo eso, pero no se puede, porque después hubo un equipo que perdió el control que tenía sin que lo forzaran. Esa identidad tan mentada por el entrenador se disipó, despareció como si nada y no hubo quién entienda a qué se estaba jugando, ni siquiera los jugadores. 

A ellos se les notaba el desconcierto, no pudieron cambiar el chip y ponerse en modo defensa. El equipo se metió atrás pero siguió saliendo desde abajo, cortito y al pie, al pie de los rivales, que se adelantaron más por obligación que por convicción y empezaron a encontrar pelotitas cercanas al área y dudas en los mismos que hasta recién les estaban pegando un paseo. 

Se sabe que a Tino le cuesta jugar los 90, pero antes que él sale Larralde, entonces, ahora, cuando Tino ya no da más y también sale, en el medio, no hay quien la tenga, porque Escalante no sostiene una. Para colmo ya habían salido los dos laterales lesionados, como tantos otros en este torneo: músculos que no aguantan la intensidad y los que entran no terminan de estar a la altura de los que reemplazan. 

También sale Sosa, de buen partido, entra Celiz, con ganas, pero con egoísmo: no la suelta cuando la tiene que soltar, busca el arco desviado primero y después se le va pegadita al palo en lo que era el tercero, pero no fue. 

Así, este partido que se parecía un montón a aquel del triplete de Pons en ese mismo estadio, con un Gonzalo encendido, con goleada y baile, termina siendo un empate con sabor a derrota. De estar segundo solo a dos del puntero, a estar tercero y a cuatro. 

Hay patrones que se repiten, positivos y negativos: en casi todos los partidos, San Martín juega mejor que el rival; en casi todos los partidos, arranca ganando; en casi todos los partidos, se cae en el algún momento y lo paga con goles; en casi todos los partidos, los segundos tiempos son peores que el primero; en casi todos los partidos hay lesionados; en casi todos los partidos, el final se hace largo y son muchos los que no llegan enteros.

Ya no está esa defensa invulnerable de las mil vallas vencidas, aunque los nombres sean casi los mismos. A esta cuando la atacan, la complican y la lastiman con goles. Y eso que Sand da más seguridad que Arce, pero son los otros, lo que están un poco más bajos que el año pasado, o tal vez no sea un problema de rendimientos individuales, sino de funcionamiento colectivo. El año pasado no se tocaba tan bien en el medio, pero se defendía mejor. 

Esta noche, la suerte tampoco ayudó, y entre dudas y errorcitos que no parecían tan graves y tras tres pelotas perdidas consecutivamente, un tal Acosta probó desde cualquier lado, se desvió en Pellerano y Quilmes volvió al partido. Faltaban 12 minutos más la adición y era difícil aguantar. 

No hubo contragolpes, ni goles errados, Quilmes empujó y de atropellada Pier Barrios empató, con un tirito que le quedó lejos a Sand. Era obvio. Estaba cantado. A nadie le sobra nada, a San Martín tampoco, aunque a veces parezca que sí. Acá no hay laureles eternos ni conseguidos, no hay quien viva coronado de gloria. En esta categoría el que no muere, mata y el que no mata, muere. Menos dos y a sumar el lunes que viene en Ciudadela, otra no hay.