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"Era un toro": el legado inolvidable del goleador eterno de San Martín

CIUDADELA

¿Por cuántos jugadores los hinchas se juntan y hacen una vaquita para comprarle el pase? Esta es la historia de un hombre cuyo apodo y apellido, inseparables, persisten en la memoria colectiva de todo el fútbol argentino, especialmente del Pueblo Ciruja que 23 años después de su muerte todavía lo extraña.





Como las mejores cosas de la vida, la relación entre el Coya y San Martín empezó casi por casualidad gracias a un cruce fortuito entre un director técnico de otro club y algunos dirigentes del Santo: “Nos preparábamos para el Nacional 83, el Pucho Reynoso el técnico y nos pedía que nos reforcemos con un 9 de área, lo pedía a Julio Barreto de Atlético y se  lo conseguimos. Ya estaba todo listo y nos encontramos en la calle con Hugo García, un técnico que estaba en Concepción, de larga trayectoria, murió años después en un accidente mientras dirigía Colón. García nos comenta que en Jujuy había un 9 tremendo, un 9 que era un verdadero crack, que era lo mejor que podíamos encontrar”, relata Ricardo Seoane, por entonces miembros de la Comisión directiva que encabezaba Natalio Mirkin, más adelante, en los 90, también fue presidente.

Le recomendación no pasó desapercibida y los dirigentes del Santo empezaron a averiguar por ignoto delantero: “Averiguamos con jugadores nuestros, con rivales y con dirigentes de otros clubes. Todos coincidían que era un jugadorazo, así que viajamos a Jujuy para verlo, jugaba en Atlético de Ledesma y andaba muy pero muy bien”. 

Atlético Ledesma era el club del ingenio más grande del país por lo que tenía un respaldo económico muy fuerte y no era fácil competirle: “Les pedimos un préstamos por un año y nos lo dieron con una opción carísima, como para que no lo compremos”, recuerda Seoane. 

El Coya llegó a Tucumán, donde ya su padre había vestido los colores de All Boys en los 60, y debutó en la primera fecha del Nacional 83 contra Argentinos Juniors, en esa misma tarde que se produjo la recordada agresión al árbitro Juan Carlos Loustau. 

Sus buenas actuaciones no tardaron en conquistar a la hinchada y así lo recuerda Gerardo, un fanático que veían todos los domingos desde la Pellegrini: “Era un toro, rápido, potente, y habilidoso. Goleador nato, pisaba el área te clavaba, era infalible, así goles de todas las formas. De zurda, de derecha, de cabeza, de afuera del área. Si tenía que definir de primera y de puntín, lo hacía, al estilo Romario, siempre los vi parecidos”. 

Por su parte, los dirigentes ya empezaron a especular con su compra: “Pasó el primer año y el Coya tenía que volver a Ledesma salvo que pusiéramos un montón de plata para que se quede. Era un  dinero muy importante y el club no estaba en condiciones, encima en esos tiempos se produce un fuerte devaluación con hiperinflación y se complica mucho más la transacción”.

Con la soga al cuello y el goleador con un pie y medio de vuelta en Jujuy a alguien se le ocurrió una idea tan genial como básica, una idea tantas veces olvidadas en las instituciones pero que muchas veces es la solución a todo: “Un grupo de socios decidió armar un cooperativa y comprar el pase de Gutiérrez en conjunto con el club. San Martín puso una parte, socios particulares el resto que además se le cedieron un 20% más al club”. 

Así San Martín y su gente, que son lo mismo, se quedaron con el Coya Gutiérrez para disfrutarlo un par de años más. 

Ya perteneciendo al Santo, Daniel Humberto Gutiérrez vivió tiempos de gloria con la roja y blanca. Los títulos de La Liga del 84 y el 85, el último con una definición inolvidable contra Concepción Fútbol Club que tenía un equipazo, lo tuvieron como figura excluyente. 

Pero su consagración nacional llegó en la gran campaña del Nacional 85, donde fue uno de los goleadores del torneo, y sus actuaciones descollantes llamaron la atención de toda la patria futbolera. Uno de los primero en advertirlo fue Cesar Luis Menotti que lo vio meter dos goles, casualmente a lo Kempes, en un recordado 3 a 3 contra Vélez en el Amalfitani. El DT campeón del mundo no escatimó en halagos tanto para el delantero como para todo ese San Martín que jugaba realmente bien al fútbol con jugadores como Noriega, Roque Martínez, Pedro Monteros, Pichón Juárez, Pelusa Cejas y por supuesto, los compañero de ataque del Coya: llamarada Torales y el gran Troitiño. 

Torales, Gutiérrez y Troitiño: delantera infernal

Uno de los que llegó ese año fue Pichón Juárez que lo describe como “una persona que no tenía malos días, que acompañaba a todo el equipo y era un gran ejemplo para todos, porque siendo figura seguía siendo humilde y trataba a todos por igual, incluso a los más chicos del plantel. Una excelente persona a la que siempre recuerdo con mucho cariño. Cuando se fue nunca se olvidó de nosotros y seguimos en contactos aunque siempre lo extrañábamos en la cancha porque era un jugadorazo. Que dios lo tenga en la Gloria siempre”. 

En ese certamen del 85, San Martín fue eliminado contra el mejor equipo del país y por entonces uno de los mejores del mundo: el Argentinos Juniors campeón de la Libertadores de y bicampeón nacional. En ese duelo jugado en Chateau Carreras, el coya la descoció y llamó la atención de José Yudica, técnico del Bichito Colorado, que inmediatamente lo quiso de refuerzo para su equipo. 

Argentinos y San Martín nunca se pusieron de acuerdo, el Coya no fue vendido y se perdió la chance de jugar la Intercontinental contra la Juventus de Platiní y Michael Laudrup, tal vez con él la hubieran ganado. Sin embargo, unos meses después, Yudica se fue a Vélez y puso como condición primordial contratar a Gutiérrez, la dirigencia del Fortín le cumplió el deseo, desembolsó el dinero que pedía el Santo y se lo compró. 

“Era una suma muy importante, todos los que había participado de la cooperativa salieron ganando dinero y se le realizó una nueva donación al club de otro 20%. Era realmente mucho dinero para la época, para el club y también para el jugador”, afirma Seoane.  

Así Daniel Humberto dejó la Ciudadela y se fue a la Capital, acá nunca fue olvidado, ni él tampoco se olvidó, ni de Tucumán, ni de su Tartagal natal, al que siempre quiso volver. 

En Vélez, Gutiérrez la rompió y se convirtió en uno de los grandes jugadores del momento, a tal punto que Bilardo y Pachamé decidieron convocarlo para los juegos Odesur del año 1986, compartiendo platel con grandes jugadores jóvenes del país: Canigginia, Goycochea, Guinta, Graciani, El Puma Rodríguez, Perazzo, Néstor Fabri, Oscar Acosta y Hugo Maradona, entre otros. El coya tuvo una gran actuación marcando varios goles y ganándole el puesta nada menos que a Caniggia. 

Abajo, segundo desde la izquierda: el Coya Gutiérrez 

Esa performance llevada a cabo en Chile, llamó la atención de Boca que no dudó en comprarlo para la temporada 87/88: “En realidad, Carlos Heller, vicepresidente de Boca, ya lo había buscado cuando estaba en San Martín, pero pretendían que se lo diéramos a préstamos gratis y que si andaba bien lo iban a pagar caro, pero les dijimos que no porque nosotros lo necesitábamos. Eran esos años en los que Boca estaba en una crisis tremenda”, recuerda Seoane. 

Con la Azul y Oro, el salteño fue de mayor a menor, y a pesar de  haber debutado con un golazo de tiro libre ante Estudiantes, no logró sostener el nivel de los años anteriores y con el tiempo fue perdiendo el puesto aunque gracias a su carisma terminó dejando buenos recuerdo en Boca. 


En el camino de bajada de su carrera tuvo un paso de un año por Deportivo Morón, no hizo goles, pero aun así la gente lo quería porque mostraba algunos destellos de su calidad. Con el Gallito vino a Ciudadela el 7 de febrero del 92, un viernes a la noche en el que San Martín se impuso 3 a 1 con goles de Di Carlo, Solbes y Ginel. El Coya se fue aplaudido de la cancha y nunca más volvió, al menos como jugador. 

Cuenta la leyenda que esa vez El Capo Noriega visitó el hotel donde Paraba Morón y junto al Coya salieron a recorrer la calles de Tucumán que tantas veces habían recorrido juntos unos años atrás. 

Morón fue el último registro de su carrera profesional aunque no dejó de despuntar el vicio en clubes de su querido Tartagal donde también trabajó en una escuelita de fútbol municipal. Hasta hoy sigue siendo el único futbolista de esa ciudad en haber vestido la camiseta de la Selección y hay quienes los consideran el mejor deportistas tartagalense de todos los tiempos. 

Justo en la semana que va entre Navidad y Año Nuevo, el 27 de diciembre del 98, una pancreatitis que lo tenía a maltraer acabó con su vida, la peleó hasta donde pudo: ya había sobrevivido a dos pre infartos unos días antes. 

Tenía apenas 37 años y un largo camino con vaivenes y subibajas recorrido, a esa altura había probado las mieles del éxito, las broncas de las derrotas, las alegrías de los triunfos y la soledad de los fracasos. 

En su tumba hay una placa recordatoria de Vélez. Su pique cortito demoledor, sus definiciones letales y sus gambetas  potentes se recuerdan aún hoy y siempre por Ciudadela, donde siempre hay alguien dispuesto a mantener viva su leyenda, la de aquel petisón, retacón e inolvidable crack que hizo tan feliz a un Pueblo al punto que hicieron una vaquita para que no se vaya y nunca se fue. 


Abajo, segundo desde la izquierda: el Coya Gutiérrez