Top

Después del día de la madre, el desmadre: así vive San Martín este momento

CIUDADELA

El hincha del Santo está como el equipo: no ve las horas de pasar, de entrar, de ver esta realidad, de cerrar los ojos, de soñar. Pero también hubo una pesadilla. ¿Qué pasó anoche? VIDEOS

Locura en Ciudadela.





San Martín está así: como sus hinchas que ya no aguantan más la espera de entrar de a uno a la cancha, que no tienen más tiempo para entrar al templo, para ver a este San Martín que también anda así, con el pecho inflado después de la última lata de la previa, ancho, grandote, impaciente, empujando desde atrás, metiéndole miedo al de arriba, al que cree que te va a decir cuándo entrás y cuándo no. El hincha de San Martín está como San Martín: no ve las horas de pasar, de entrar, de ver esta realidad, de cerrar los ojos, de soñar.

Solo un hincha de San Martín sabe en Tucumán cuánto ha esperado para volver a la cancha, extrañar, sentirse vacío como una caja de vino Toro pisoteado, aquellos domingos sin sentido, transmisiones por celular, goles sin allegados en las tribunas, festejos en silencio para la cámara, toda una metáfora de esta pandemia de la ausencia.

Por eso anoche el hincha de San Martín hace la fila, respeta, aguanta, aguarda, respira, bufa, suspira, pero cuando ve que la cosa no se mueve, la cosa se va a mover. De nuevo: si la cosa no se mueve, la cosa se va a mover. Y empieza con un silbido al policía de la puerta de ingreso, sigue con un grito, continúa con un insulto, con dos insultos, con tres y con el primer manotazo, y la estampida, el palazo, la burla, y el ingreso pasional, salvaje, bestial y con la solidaridad de la barra por aquellos que se quedaron afuera, con la entrada en la mano, sin pasar.

No le pidan racionalidad a un pueblo que está perdidamente enamorado de este movimiento nacional y popular que no medita tanto las cosas (y que por eso a veces también se equivoca), que se burla de palabras como “aforo”, que de verdad se ríe en las calles cuando alguien cree en un momento que la cancha no va a reventar hasta el alambrado para abrazarse como un niño a Lucas González.

Pero si les hablan con el amor, no les respondan con el bolsillo: lágrimas de impotencia hubo anoche también, cientos de Cirujas afuera, golpeados y en la calle. A ellos se les debe dar una respuesta desde el club, desde la cana, desde donde corresponda.

No es casualidad lo que también pasa anoche: después del día de la madre, el desmadre. Y miren que nunca va a ser lo mismo jugar un domingo a la tarde que un lunes a la noche. Pero acá lo único certero es que hasta el clima de un lunes ha sido capaz de cambiar este equipo, un equipo conducido por ese técnico de traje apretado y de puño apretado llamado De Muner.

Ni la tarde de un lunes, ni mucho menos la noche de un lunes, se nota cuando juega San Martín. No se paraliza la ciudad, todo lo contrario: se moviliza la ciudad cuando juega el Santo y las imágenes de anoche lo confirman. Claro: no faltan los bobinas, no faltan los pícaros, no faltan los chantas, no faltan los canas, pero no se confundan, sobre todo acá no faltan los que nunca faltan. Y a los que les hace falta lo que sueñan otra vez: entrar, pasar, luchar, gambetear, saltar y, lo más importante de todo, ascender. Bien o mal. Como sea.