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San Martín recuperó el alma con De Muner, capitán del barco de la ilusión Ciruja

ANÁLISIS

Terminó la primera rueda que había empezado horrible en Ciudadela, pero los dirigentes pegaron el golpe de timón a tiempo y enderezaron la nave con la llegada de un entrenador que era quinta opción y resultó ser la mejor. A mitad del río, el Santo se prepara para encarar una segunda mitad de campeonato peleando contra viento y marea, pero con las banderas en alto.





¿Quién hubiera imaginado que San Martín iba a terminar así la primera rueda? Cuando iban cinco fechas las esperanzas del ascenso eran casi nulas, es cierto que era demasiado temprano para bajarse del barco, pero se veían escasos signos vitales en un equipo que parecía derrotado antes de jugar.
 
El contexto no era fácil, se venía de un año de arrebatos, de estafa, del robo más grande de la historia. Ningún otro club salió tan herido de la pandemia como San Martín: la institución dejó el alma y la vida en los escritorios y pasillos, luchando y clamando, vanamente, por justicia. El piñazo del TAS, movió las estanterías de todos y no parecía haber restos para levantarse.
 
El arranque de una nueva temporada siempre renueva ilusiones, pero en tan solo cinco partidos, ya parecían haberse consumido y se veía un equipo desalmado dentro de la cancha dirigido por dos entrenadores tan queribles como desorientados que nunca pudieron reponerse y que pasaban de la frenesí absoluta durante los partidos, con expulsiones repetidas, al llanto desconsolado delante de las cámaras al término de cada encuentro.

La dupla hizo lo que pudo, pero San Martín necesitaba reponerse, desmalezarse, sacarse de encima las malas vibras y volver a creer, volver a vivir, porque el mundo y la pelota, siguieron girando.  Entonces, la nueva dirigencia, conducida por Rubén Moisello, pegó el volantazo tan oportuno como necesario y decidió ponerle fin al ciclo Orsi-Gómez tras un paupérrimo segundo tiempo ante Atlanta.

La Comisión Directiva buscaba un DT con experiencia exitosa en el ascenso, así sonaron con fuerza Walter Otta, Gustavo Álvarez y Marcelo Vásquez, entre otros nombres que no terminaban de concretarse, mientras Floreal García y Matías Torres se hacían cargo del primer equipo, consiguiendo un triunfo y una derrota.

Pablo De Muner empezó a sonar a medida que los otros rechazaban y sin cumplir con los requisitos planteados, llegó al club más que nada por guardar un lazo afectivo con la institución: “Hubo elementos que influyeron para decidir por Pablo De Muner como DT, un dato es que es socio del club desde 2014, algo que ningún otro DT lo es. Descartamos a los demás porque hubo pedidos excesivos desde lo económico”, argumentaba el presidente Moisello.

Así, por descarte, llegaba el entrenador que no prometía demasiado en sus declaraciones de presentación: “Tenemos que ser sinceros y realistas, yo no voy a declarar lo que el hincha quiere escuchar, decirles que hoy el equipo está para ascender es mentirles", declaraba De Muner y sentenciaba como un disparo al corazón de la ilusión Ciruja: “Este no es el mejor plantel de la categoría”.

Lo cierto es que esas palabras que dolían, por suerte, no se condijeron con la realidad, y el nuevo entrenador se puso manos a la obra para construir un mejor equipo día a dia. Palabras como “identidad”, empezaron a sonar en cada una de sus declaraciones  a la prensa tanto antes como después del partido y no fue chamuyo, porque se empezó  aver un idea que siempre se plasmaba y que, con sus altibajos, se trataba de sostener.

Cambió la línea de cuatro por una de tres zagueros. Reinventó a Sansotre y Diarte, convirtiéndolos en carrileros que se acoplan a los de arriba cuando atacan y a los de abajo cuando defienden, armando una línea de cuatro o de cinco por momentos. Esta decisión de poner a dos defensores en la mitad de la cancha, suena a defensiva, y de hecho ayudó a que el equipo  mantenga el arco en cero en siete de los 10 partidos que lleva disputado con De Muner a la cabeza.

Pero sería injusto y falaz decir que Sansotre y Diarte solo se dedican a defender y que figuran como volantes solo paran engañar a la prensa y a los rivales, porque ambos han sido claves en la ofensiva del equipo participando en un altísimo porcentaje de los goles del equipo.

Sansotre que el otro día parecía Cafú, le sirvió el gol a Vella, pero antes le había tirado el centro del a Estigarribia para el segundo contra Estudiantes de Río Cuarto y había participado en el primero ese mismo partido. Diarte tiró los dos centros en los goles contra Maipú de Mendoza y también había iniciado la del gol de Tino Costa contra Almirante Brown.

Pero si de ofensiva hablamos, está claro que De Muner le cambió la cabeza a Marcelo Estigarribia, que antes las erraba a todas y que desde su llegada marcó 5 goles que le permitieron al equipo sumar nueve puntos clave. Algo similar pasó con Lucas Cano que con la dupla ni siquiera había pateado al arco y ahora ya marcó dos goles importantes.

También De Muner revitalizó a Tino Costa que  alcanzó su mejor condición física no solo en San Martín, sino de los últimos años de su carrera, llegando a jugar una seguidilla de partidos poco habitual y completando los 90 minutos de casi todos. Tino, comprometido con la causa de San Martín es uno de los que se pone el equipo al hombro dentro y fuera de la cancha y cuando no juega, está al lado de sus compañeros para alentarlos y acompañarlos.

Además, Tino ha encontrado en otro veterano de mil batallas, Matías Ballini, un complemento ideal para equilibrar el mediocampo con orden y sacrificio, a ellos se suman las buenas actuaciones de Imbert que también aportó goles valiosos y ahora Chávez, con la calidad de Tino y la frescura de un veinteañero.

Otro factor clave fue el recambio, el DT sabe reemplazar con precisión cada pieza que pierde, lo hizo con Orellana, que era el mejor defensor, pero casi no se lo extrañó durante su larga ausencia.  Ahora fue Lópes el que no estuvo y el propio Orellana ocupó el puesto con eficacia.

Se fue Gonzalo, se lesionó Imbert y entre Vella y Daniel González protagonizaron el mejor primer tiempo del campeonato. Si entra Abregú cumple, lo mismo con Sandona y con Gallucci Otero. Hasta hubo minutos para los chicos: Navarro, Gutiérrez y Moreno conatron y cuentan con chances de vez en cuando.

Con todos estos argumentos se justifican la levantada de un equipo que no había ganado con la dupla y que con De Muner ganó siete de 10, empató dos y perdió solo uno, escalando, más de 10 posiciones hasta alcanzar la segunda ubicación a un solo punto de la cima. Impensado hasta hace tres meses.

Pero más allá de todas las virtudes futbolísticas enumeradas, y de las frías estadísticas, hay otro espíritu en el San Martín de De Muner: volvieron las fiestas en los vestuarios, los cánticos, los abrazos de gol con el banco de suplente, los puños apretados y los gritos explosivos cuando se consuman las vitorias. Volvieron los bailes en las concentraciones, los bautismos alegres a los nuevos y el grupo que parece unido.

Si hasta cuando se fue Gonzalo vimos a sus compañeros despedirlos como si lo conocieran de toda la vida, o mejor aún, como si fueran hinchas despidiendo a un ídolo.

Lo más importante es que el Santo salió de esa posición de víctima, de esa fosa de cementerio a la que había metido durante la pandemia. El robo, la estafa existió y a los obsecuente, traidores, oportunistas corruptos, ni olvido ni perdón. Pero mientras tanto, hay que cruzarlos en una cancha y ganarles, por las buenas, para que aprendan, como el lunes pasado, y ojalá suceda en todas las próximas fechas.

Hay alma en este equipo, hay corazón, hay historia y hay fútbol. Se viene la segunda mitad del río, la más brava, la más turbulenta, pero la orilla sí se puede ver, y el barco está bien encaminado hacia un horizonte muy claro. Y lo más importante es que este barco tiene capitán.