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Pulga, lo tenés adentro: el espíritu de El Diego vive en Luis Miguel Rodríguez

EL PULGA DE LA GENTE

Tras el paso a la inmortalidad del mejor jugador de todos los tiempos, solo el tucumano logra despertar pasiones como lo hiciera Maradona. Goles, golazos, lujos, humildad. Todo lo que dice o hace es noticia y está en boca de todos. Una vida en modo reality show de Simoca, para el mundo.

Luis Miguel Rodríguez y Diego Armando Maradona.





Desde el 25 de noviembre de 2020 hay un gran vacío en el corazón de los argentinos y de los futboleros del mundo. Nadie nunca podrá igualar a Diego Armando Maradona. Jamás. Eso que generó El Diego: Esa frase que rezano me importa lo que hizo con su vida, me importa lo que hizo con la mía”, todas las canciones, todas las anécdotas y ni hablar lo que hizo sobre el verde césped, cumpliendo aquel sueño que tenía de Cebollita y más. Mucho más. 

Desde entonces, y sin cometer la imprudencia de compararlo con El Diego, ningún jugador de fútbol, ningún argentino vivo, ha despertado las pasiones y ha emocionado como Luis Miguel Rodríguez con la 10 de Colón de Santa Fe. Mientras los hinchas de Atlético Tucumán añoran el regreso del goleador nacido en Simoca, El Pulga se ha convertido en un ícono nacional, en el último vestigio del gen argentino, símbolo de potrero y humildad, desfachatez y coraje.

El Pulga brilla por su simpleza barrial, del interior del interior como quién diría, y que lo ubica mucho más cercano al sentir popular que el otro Pulga: aquel, es nacido en Rosario, forjado bajo estricto tratamiento de crecimiento barcelonista. Un crack mundial, global, lejano, y a veces ajeno. Todos los ojos del mundo entero están sobre Messi, mientras que PR7 (o PR10 en territorio santafecino) está exento de todo señalamiento porque el luce acá, se luce entre nosotros, es un héroe autóctono, tangible, humano y terrenal.

El tratamiento de crecimiento de Luis Miguel fue bien tucumano, a base de ausencias, como aquel barrio privado que describiera el propio Maradona, de patear descalzo, de su viejo gastando lo poco que -no- tenía en botines para su hijo, en aquella aventura europea que devino en estafa y frustración, pero se tradujo en fuerza, resiliencia y revancha del pobre y con él de todos los pobres.

De emboquillada, en puntas de pie, de afuera del área, a los saltitos en un penal. Cada gol de Luis Miguel da qué hablar. Los porteños lo ven y no lo pueden creer: con sus 36 años y sus 165 centímetros de altura, hace lo que quiere dentro de la cancha para delirio de propios y extraños. Lo postulan para Boca cada vez que el Mercado de Pases se abre para Boca, porque garpa para llenar minutos en esos programas en que periodistas que jamás patearon una pelota y exfutbolistas juegan a que debaten.

Desde que El Diego pasó a la inmortalidad, Luis Miguel ha alcanzado un nuevo Partenón reservado para muy pocos. Además de dar qué hablar dentro de la cancha, también -justamente- da qué hablar con lo que dice y lo que hace: todo lo que tenga que ver con él y su vida es noticiable, susceptible de ser titular en los portales de internet y tema de debate en radio y televisión.

Sus elogios para Marcelo Gallardo, su filiación peronista, su opinión sobre el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) o la educación sexual o la pobreza que mamó y no le impidió llegar a lo más alto son la comidilla del periodismo. El Pulga tucumano está alcanzando el status de 'modo reality' que habitaba El Diego, con cámaras encima suyo, televisando cada minuto de su vida. Si hasta fue noticia porque llevó a sus hijos al colegio o por ir a ver a la multipremiada banda uruguaya No Te Va Gustar.
 
El Diego, nobleza obliga, vio a El Pulga antes que todos. A excepción de los hinchas de Atlético, claro. Lo citó a la Selección local en la antesala del Mundial 2010 y lo trató como si lo conociera de toda la vida, con ese ángel que solo El Diego tenía. Luis Miguel lleva consigo las anécdotas que le dejó aquella citación, ese llamado y sus pocos intercambios con el astro. Le daba vergüenza, por supuesto. Todavía guarda en su casa el cuadro que hizo con una de las pocas fotos que hay de ellos juntos.
 
Ante cada gol que hace, los canales de tv ofrecen un ‘especial’ con sus golazos similares. Le hace un caño a un árbitro y todos los árbitros, en todos los partidos del fútbol nacional, están alertas por si a alguien se le ocurre intentar tirarles un caño tras el sorteo entre capitanes. Luis Miguel Rodríguez destila magia en zonas grises y antes inertes del fútbol nuestro. Solo él y nadie más.
 
Una hincha de Colón le pidió por Instagram que le dedique un gol a su abuelo. El ídolo prometió señalar al cielo y cumplió: dos golazos a Estudiantes y dedicatoria al abuelo. Ya no sorprende la humildad del crack dentro y fuera de la cancha. A eso le siguió un cruce televisivo, nivel superestrella. Si hasta Clarín ya habla de una serie sobre el simoqueño.
 
Colón perdió entresemana con Argentinos Juniors y la prensa porteña, que es la prensa nacional, habló que no alcanzó con El Pulga, que se cortó su racha de goles y golazos. Es noticia cuando no es noticia. Es inminente que ni bien pise Tucumán le pregunten por la interna entre el gobernador Juan Manzur y el vicegobernador Osvaldo Jaldo, porque todo tema de interés público es susceptible de ser abordado por el ídolo popular.
 
El otrora “Jugador del pueblo” Carlos Tévez no puede serlo más, por su militancia macrista y su identificación con Boca, motivo excluyente para que no lo banquen los hinchas de River. En el Millonario grandes jugadores como Nacho Fernández (que ya se fue a Brasil) o Enzo Pérez sólo despiertan pasiones entre riverplatenses y periodistas, no conmueven más allá de ellos. Jugadores de la talla de Messi, El Kun Aguero, Ángel Di María y demás están radicados en Europa, miran de reojo al país y están cada vez más lejos del sentir nacional, más allá de sus goles, récords y demás.
 
Luis Miguel Rodríguez está acá. Es tucumano. Todos lo ven, todos lo disfrutan. Ahora, a sus 36 años, comienza a vivir en modo reality, como sólo El Diego supo hacerlo. Hoy sólo él es digno de tamaña atención en este país. Y lo vive con naturalidad, con simpleza pueblerina. Y los porteños no lo pueden creer. El Pulga tucumano es el jugador del pueblo y hoy encarna el espíritu de Diego Armando Maradona. Si no vuelve a El Deca, que le reserven la 10 del Napoli que hace caer las tropas de su majestad y el norte de la Italia rica. De Simoca, para el mundo.