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"Me dejé la moto tirada": así vivió un hincha de San Martín el gol de Agudiak

ANIVERSARIO

Lucho es fanático del Santo, tiene 32 años y hace más de 20 que va a la cancha. El partido contra Guaraní Antonio Franco no fue uno más en su vida. Hoy, a cuatro años de aquella tarde inolvidable, este hincha cuenta como vivió su propio milagro paralelo.

"El grito del alma", podría llamarse a lo que se genera en ese instante preciso que captura la cámara.





Era un domingo soleado y agradable, de esos que en Tucumán abundan en otoño. A finales de mayo todavía no llega el frío y el calor pegajoso y tedioso se está tomando su breve descanso.

Esta época del año, además de la temperatura templada, trae consigo algunas definiciones importantes. Generalmente, a esta altura, el hincha sabe que la ilusión que viene cargando desde hace meses está a punto de desaparecer, sabe que en una, tal vez, dos o, “Dios quiera”, cinco o seis semanas, ya no existirá más.

Pasa que esa ilusión que viene cultivándose desde el último agosto, no dura para siempre, tarde o temprano se transforma en otra cosa: si se disipa rápido, se transforma en tristeza o desilusión. Ahora, si sigue agrandando, se puede volver alegría y felicidad. Esto último pasa pocas veces, son muchas más las que el hincha sufre el desengaño que las que disfruta de los finales felices. Eso está comprobado y no hay vuelta que darle. Sin embargo, el hincha sigue, años tras años, llenándose de ilusión sin que nadie lo obligue, pero sin que nadie pueda evitarlo tampoco.

Lucho, que es uno de esos hinchas, ese mediodía piensa que tal vez ese sea el último domingo de cancha. Que si hoy el Santo no gana, ese solcito ameno dejará de brillar y la tarde será gris otra vez. Lucho no olvida un domingo más frío y nocturno, que cinco años atrás los dejó llorando solo en una tribuna de la que él no se quiso ir hasta que no quedó nadie más que un puñado de Sanjuaninos festejando en medio de tanto dolor.

Hace 5 años que sueña con esa noche. No todos los días, pero sí bastante seguido. Él sabe que hoy hay que dar el primer paso para sepultarla para siempre. Pero también sabe que cuatro veces antes se ha golpeado de frente contra la pared de un mal resultado.

Lucho compró la entrada temprano “Para evitar las colas”, y se fue a lo de su suegro, comió un asadito y partió pa Ciudadela.

Es cierto que San Martín mueve gente, pero ese día había algo distinto, porque la cancha siempre se llena, pero “¿Tanta gente para octavos de final contra Guaraní Antonio Franco?”, pensó.

"Tal vez alguien confundió al rival de turno con River, por la camiseta", se dijo en broma. Pero no. Nadie va a ver a los de banda cruzada, a nadie le importan ellos. Todos, esos más de 30 mil, todos van a ver al Santo.

Después de una larga odisea, Lucho logra asomar la cabeza a la Pellegrini, de subir algún escalón ni hablemos. Queda en el pasillo, mirando hacia la tribuna de la Rondeau, y de espaldas a la Bolivar. Del partido, que ya comenzó, no ve nada, y mientras intentaba acomodarse, Guaraní metió el primero. “Ahora hay que hacer dos goles”, renegó para sí mismo.

Los que están cerca de él suben al alambrado para poder respirar. Él empieza a darse cuenta que el oxígeno está sobre valorado, que no es tan imprescindible para vivir, si no ya se hubiera muerto hace rato.

El árbitro para el partido y le permite algunos hinchas que entren a la cancha para descomprimir las tribunas. Nunca se sabe con exactitud cuál es la capacidad de la Ciudadela, pero ese día está largamente superada. Así lo terminará confirmando Defensa Civil con una clausura durante la semana posterior.

Cerca del final del primer tiempo, una guapeada de Gonzalo Rodríguez derivó en un centro pasado de Bucci y las mañas de Lentini le permitieron a Briones meter un cabezazo en el ángulo. 1 a 1 y al descanso.


Del segundo tiempo, Lucho no vio nada de nada, se jugó todo a sus espaldas en el arco de la Bolivar. Solo podía deducir que el gol de la clasificación no llegaba y que los minutos pasaban más rápidos que nunca.

Cuando empezó a ver nublado y el desmayo era inminente, decidió irse de la cancha. Faltaban ocho minutos, o menos, no sabe bien. Cinco años atrás había sido el último en irse, hoy será el primero. “Capaz que trae mejor suerte”, se dice así mismo mientras cruza el portón que da a la calle luego de abrirse paso a los empujones.

Camina un poco más de una cuadra hasta su moto. Se sienta sobre ella, pone la llave, arranca y cuando avanza el primer metro, un estruendo repentino lo aturde, es un griterío infernal que viene desde la cancha. Su cerebro tarda milésimas de segundos en procesar la información que llega desde el oído, o tal vez venga desde el alma: ¡Gol del Santo!

Gritan los vecinos desde sus casas, el ruido se prolonga varios instantes más, la tribuna se viene abajo, mientras baja de la moto. Es gol de San Martín y ya deben estar en tiempo de adición. Lucho no piensa en nada y cuando reacciona ya está corriendo de nuevo a la cancha, se abraza con los porteros y varias personas más. Le abren la puerta y lo dejan pasar de nuevo. Se abraza con todos, grita, llora se emociona.

El partido terminó y ahí escuchó algo de que fue Agudiak de cabeza, no le importa todavía, después lo verá mil veces, pero ahora solo sabe que ganó San Martín y que la ilusión que viene cargando desde agosto tendrá dos semanas más de vida. Y que ahora es más grande y más pesada, que el riesgo de un golpe duro es mayor. Pero ¿Qué mejor que vivir de ilusiones futboleras? “Nada”, se responde.


Cuando baja un toque la adrenalina y la euforia, Lucho se da cuenta de algo fundamental: "Me dejé la moto tirada". La dejó en plena calle. Nunca la guardó. Entonces corre y la va a buscar: La encuentra ahí, impoluta, rodeada de Cirujas, compañeros de pasión y de la vida, que se la cuidaron sin saber por qué. "Tenía la llave puesta y pudo llevársela cualquiera", piensa. 

Pero no. No se la llevaron, se subió a ella y volvió a casa a disfrutar de un domingo hermoso. Agradable como los que ofrece Tucumán en esta época del año, como los que entrega el fútbol pocas veces en la vida.

Ya a la noche, en la cama repasa lo vivido y piensa lo cerca que estuvo de perder San Martín y lo cerca que estuvo de perder su moto. Hubo dos milagros simultáneos: El gol de Agudiak y que nadie le robe su único vehículo. Por suerte, al otro día tendrá en que ir a trabajar. Por suerte, el fin de que viene tendrá en que viajar a San Francisco a ver al Santo en cuartos de final.