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"Le pongo las canciones de San Martín y no reacciona": Héctor, el hincha que falta

HISTORIAS DE ACÁ

El domingo 6 de octubre a las 22.30, en la esquina de Pellegrini y Lavalle, Héctor Segura sufrió un brutal ataque. El desgarrador relato de su hermana Patricia, a cuatro meses del hecho en Ciudadela.

Héctor Segura, fanático de San Martín, lucha por su vida.





Patricia entra al cuarto de su hermano Héctor Segura, saca el celular Samsung de su bolsillo, busca YouTube y pone play. En la pantalla del celular de Patricia empiezan a reproducirse videos donde miles de hinchas saltan y cantan, revolean las camisetas al viento, llevan sus palmas al cielo y en perfecta sincronía aplauden al mismo tiempo. “Cómo olvidarme de aquel día…”, sale por los parlantes del celular de Patricia. “Si quieren ver fiesta…”, suena ahora. “¡San Martín! Es un sentimiento…”, se desgarran las gargantas desde la Pellegrini. Pero pasan los segundos que parecen minutos, Patricia mira a su hermano y apaga el celular: “Le pongo las canciones de San Martín. Le pongo las canciones de San Martín, pero no reacciona. le destrozaron la vida a mi hermano”.


Héctor Segura tiene 34 años y desde hace exactamente cuatro meses su vida nunca más volvió a ser la misma. “Fue el 6 de octubre, a las 22.30. Él no había ido a la cancha ese día. El partido había sido a las 15 horas. Había quedado en encontrarse con el papá de un compañero de mi sobrino en la esquina. Se estaban retirando del lugar: estaban en el medio de los hinchas con el auto cuando empezaron a insultarse hinchas que estaban en otros dos autos: los del auto rojo, el de los agresores de mi hermano, se provocaban con el otro chico del auto blanco. Lo estaban golpeando, robándole las cosas. Ahí fue que se metió mi hermano para separar, ahí fue que empezó todo”.


San Martín acababa de resignar dos puntos en Ciudadela ante Defensores de Belgrano, pero el clima del post partido era normal, con la mayoría de los autos todavía estacionados sobre Pellegrini, grupos de hinchas repasando las sensaciones del partido, otros bailando la música de La Mona con los parlantes empotrados en el baúl y una noche cerca de la esquina de Lavalle que se despedía hasta que los gritos y el drama lo empañaron todo: “Mientras a mi hermano le pegaban, mi sobrino corre a esconderse a una señora del frente donde piden la ambulancia. A un amigo de mi hermano le cortaron la cara con la botella y al otro le habían golpeado el hombro. Ya quedaban solo mis hermanos cuando los del auto rojo volvieron con adoquines, baldosas y palos. Ahí fue cuando liquidaron a mi hermano”, relata Patricia, con las pausas y los silencios necesarios del caso.


“Los policías vinieron al domicilio a avisarme porque le encontraron el documento en el bolsillo. Mi hermano se estaba muriendo, no tenía pulso. Esa noche lo salvó un policía en moto y una señora enfermera que había visto todo y le hizo primer auxilio. Lo que le pasó a mi hermano fue como lo que le pasó al chico de Villa Gesell, pero le hicieron los primeros auxilios en el acto”, comenta Patricia al lado de su hermano Héctor, quien ha recibido el alta neurológica, pero cuyo cuadro es el más difícil de relatar.



“Mi hermano no ha evolucionado. Quedó parapléjico. Ve, escucha, pero lo único que puede decir es sí o no. No podría confirmarte si está consciente o no. A la única persona que reconoce es a mí y a mi mamá. Le dieron el alta neurológica porque el médico me dijo que no va a evolucionar más. Él está aquí conmigo en casa. No se sabe si va a poder mover las piernas y los brazos. El ojo derecho se le desvía. No está estable. Por los golpes ha perdido una parte del cerebro derecho. Le decís: ‘Héctor, levantame la mano’. Por ahí lo hace, por ahí no. Le digo: ‘Abrime la boca’, para higienizarlo, y pasa lo mismo. Mi hermano ya no va a poder tener una vida normal. Se alimenta por sondas, usa pañales y come por sonda”, narra Patricia, quien desde que Héctor vive con ella ha sumado la burocracia como parte del calvario diario.


“Todos los días que hacer una serie de trámites. Héctor no tiene obra social. Por ejemplo, para alimentarlo, cada bolsita de litro cuesta 1500 pesos. Y consume dos por día: son 3000 mil pesos en alimentación por día. Cuando el Siprosa no tiene, no sé qué hacer. Una nutricionista me dijo que procesara una serie de alimentos en la licuadora, pero no pasaban. Mi hermano está anémico, ha bajado muchísimo de peso. Le han destrozado la vida a Héctor, a él y a nosotros, era una persona laburante. Tiene apenas 34 años y un hijo de 11 años”, detalla Patricia Segura, quien además se hace cargo de su madre (una señora mayor) y su padre (en silla de ruedas).


Los últimos trámites que ha realizado la hermana de Héctor tienen que ver con los papeles necesarios para las continuas tomografías: “Le han destrozado la cabeza, hasta el día de hoy se sigue haciendo tomografías: tiene el hundimiento en una parte de la cabeza del tamaño de una palma de la mano. Le pondrán platino. Después atrás, cerca de la nuca, tiene un orificio que por suerte se va cerrando. El cuerpo lo tenía raspado por entero, las uñas llenas de sangre, y a la rodilla derecha no la podía doblar de la inflamación”.


Narrada la burocracia médica que hace Patricia para su hermano, para Héctor Segura, una persona postrada en la cama y a veces sentada en una silla, Patricia denuncia la situación judicial en la cual se encuentra la causa: “Hay cuatro detenidos: hay uno que ya tiene su celular, usa el face, pero eso para fiscalía eso no cuenta. Estamos con mucha bronca porque soy la única persona que puedo representar a mi hermano pero no me dejan que sea querellante. Me ponen muchas trabas”, se queja una mujer que ha movilizado a los hinchas de San Martín hace cuatro meses con rifas que se vendieron en el estadio, 1000 números vendidos a 50 pesos cada uno por amigos de Héctor, pero con un desenlace inexplicable para Patricia: “El dinero de la rifa nunca me ha llegado. Eran mil números. El sorteo era en el entretiempo. Yo misma vendí números. Vendieron todos los números, pero me dieron 10 mil pesos nada más. Un amigo dijo que me iba a traer el resto de la plata para Héctor, pero nunca más apareció. No he mandado más mensajes preguntando qué había pasado. Tampoco fui a decir más nada. Ya no tengo tiempo”.


Han pasado cuatro meses de aquel domingo 6 de octubre. Este domingo San Martín volverá a jugar ante sus hinchas. Será una fiesta Ciudadela, a cancha llena, con el sueño del ascenso a Primera más intacto que nunca. Es en este contexto que Patricia envía un mensaje a través de el tucumano: “A veces a mi hermano le pongo la tele. Hay que sentarlo en la cama porque se le hacen muchas escaras. Le pongo un partido, una película, cualquier cosa, pero se asusta: empieza a mirar a todos lados asustado, como si no conociera nada. Mira la puerta, el cielo, abre grande los ojos sobresaltados hasta que cierra los ojos y queda semi dormido. Por ahí le digo algo de San Martín, le muestro videos para ver si le pasa algo, si recuerda. Le pongo las canciones de San Martín y no reacciona. Lo han destrozado. Le han destrozado la vida. Digo todo esto para que se haga Justicia con mi hermano. Y para que lo que le pasó a mi hermano nunca más vuelva a pasar. Nunca más”.