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San Martín y la felicidad eterna de ganar sobre la hora

ANÁLISIS

El Santo volvió a encontrar la alegría en el último minuto contra un rival que trae buenos recuerdos. Mercier no puede solo, pero Pons borra cualquier preocupación y Ciudadela celebra el debut.

Foto: Esteban del Santo.





Por supuesto que con esta tarde y con tanto sol no iba a haber lugar para tanta noche ni para la lluvia de la última vez, pero por lo pronto hay que saltar y resaltar que el arco de la Bolívar sigue siendo mágico cuando cae la última pelota en el área y si bien no hay hombres violetas destrozados sobre el pasto mojado el rival es el mismo: contra Dálmine aquella noche se forjó el ascenso a Primera, contra Dálmine este domingo empezó la misma búsqueda.


Sigan a Pons si pueden: es el último romántico, enamorado de su sobrinito, bien de barrio, con las paredes de un sueño prefabricado, a medio hacer aún, con el primer paso dado como este domingo, con la base a cargo del capachero Mercier, y un par de manos de los albañiles de un sueño que empezó a construirse con un triunfo sobre la hora y quizás mañana preocupe las grietas del fondo o la humedad en ciertos sectores, pero esta noche se duerme bajo techo, con la efímera tranquilidad que brinda el triunfo.


San Martín no ha jugado bien y eso lo saben todos los que han ido esta tarde a Ciudadela: da la sensación que Mercier solo no puede, que Gonzalo con la 9 y Ramiro con la 7 literalmente andan torcidos hasta en el orden de los números que debieran tener en sus espaldas y que se empieza a extrañar a los que se fueron, a los únicos dos que se extraña de todos los que vistieron esta gloriosa camiseta y no estuvieron a la altura de la misma: se extraña a Lucas Acevedo en el fondo y se extraña a Matías García en la creación.


Suena injusto caerle a Costa si no le llega la pelota: quizás este sea el ítem principal a resolver por la dupla que se viste de saco y de camisa, cada uno por su lado, a veces como si el otro no existiera, agitados, sintiéndolos, pero pifiándole de entrada al esquema para quebrar al tibio rival que viene a cuidar el empate y se tira y hace tiempo y trata de meter el partido en un clima ajeno al calor que pega fuerte.


La multitud que se olvidó de los que no saben patear penales merecía el final feliz: Mercier da el ejemplo, es aplaudido desde el primer hasta el último minuto, el pasado podría ser un tema pero Pichi lo archiva con resto para trabar cuando hay que trabar y para jugar cuando hay que jugar. Pero va de nuevo: solo no puede. Ni Mosca ni Fissore la entienden todavía. Pero para eso están los sobrevivientes, para eso están los que se quedaron, los que quieren revancha de verdad: centro de Purita, gol de Pons, de Luciano, de Lucho, para que lo grite Ciudadela, como aquel gol de Galeano contra Ferro, justo Galeano, en ese arco, sin lluvia, con sol, sin noche, de tarde, bajo este sol peronista que abraza al Pueblo Ciruja, feliz, como siempre cuando gana San Martín.