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San Martín, el baile y el clásico que no se olvida más

ANÁLISIS

El Santo es el dueño absoluto de Tucumán porque nunca se dio por vencido y con fútbol, garra y corazón remontó un dos a cero y dio rienda suelta a la noche más feliz de un 2018 completo de punta a punta.

Maxi Martínez simboliza la felicidad del plantel, del hincha, de San Martín. La foto es de Nicolás Núñez.





El Turco está llorando. El hilo de voz que le queda le alcanza para mandar un mensaje. Nadie sabe a ciencia cierta a qué hora se dormirá esta noche, pero sí que el cuerpo no le aguanta más. Trata de explicar lo que está sintiendo, pero se quiebra, se emociona, le grita a la cámara algo, le dedica el triunfo a alguien, y no sabés a quién hasta que mira al cielo y le agradece al cielo, gracias al cielo, le da gracias al cielo, al mismo cielo que este sábado amaneció nublado, cargado de nubes y de agua, el cielo que amenazaba con postergar esta noche pero se limpió. Es el mismo cielo donde están los que ya no están, el mismo cielo al que todos los Turcos, el Turco, están mirando cuando el árbitro da por finalizado el partido y juran: "Dios es grande y es de San Martín".

Creer o reventar, si esta noche es interminable, si esta noche tiene la camisa desprendida y un vaso en la frente, si esta noche es tucumana y es Ciruja es porque nunca jamás ni en el peor momento, ni en el más difícil, ni aún perdiendo dos a cero, ni aún así esta noche perdió la fe en San Martín. En la esquina de Amador Lucero y Bolívar, en el corazón de Ciudadela, siempre se creyó en el triunfo. "Dios es justo", juró un Jesús de pelo largo, canoso y atado que vio de pie el partido porque no tenía una moneda para sentarse. A su lado estaban otros hinchas, sentados en la moto, y otras hinchas en las mesas, sacudiendo los vasos de un golpe cuando veían la repetición del penal inexistente de Acevedo a Acosta.

Son manos que quedan rojas por el golpe, palmas rojas, sensaciones después de un primer tiempo que lo único que tenía de cierto eran dos cosas: Atlético ganaba sin haber hecho nada y el árbitro que no le había cobrado dos claros penales a San Martín y que había sacado la tarjeta como si fuera fin de mes. Una sensación de que te están bombeando y que es lo único que se repite durante el entretiempo hasta que vuelva la transmisión del segundo tiempo y tenés que estar preparado porque lo que está por pasar vas a mirarlo por Fox: y es la segunda vez que el Pulga Rodríguez lustra el botín para Barbona y Carranza no tiene nada qué hacer. Es el comienzo del segundo tiempo y es el gol que en cualquier escenario lógico debiera ser el de la sentencia, el que habilita que un hincha baile al borde del abismo sobre la tribuna de la calle Chile y que otro meta y saque el dedo derecho en el agujero que arma la mano izquierda. 

Pero si hay algo que San Martín ha demostrado en este glorioso 2018 que se termina es que no respeta la lógica, la razón y cuando parece que no queda nada más que hablar es cuando alguien, algo, pasa: y esa sensación inexplicable tiene forma de Lucchetti, decidido a rebotar como todos alguna vez en el boliche que hoy te espera. De todos los que ha dado el capitán de Atlético el peor fue el primero porque le devolvió el alma al cuerpo a San Martín, el que cayó en los pies de Pons para gritarlo y persignarse mirando al cielo, al mismo cielo que Lucas Acevedo iba a mirar para celebrar el empate, otra vez ganando en el área rival, otra vez acordándose de alguien que está allá arriba como lo había hecho el día del ascenso ante Sarmiento.

Acababa de empatar San Martín y el Turco sabía lo que iba a pasar. Todos los Turcos, el Turco, saben qué está por pasar. Lo sabían desde el cambio ganador de Coyette cuando puso a Gonzalo Rodríguez. ¿A quién más iba a poner si no al hombre elegido, señalado, tocado para estos partidos que nunca vas a olvidar? Porque cuando entró Gonzalo, los gonzalistas como el Turco sabían que una le iba a quedar, que le iba a dar con alma y vida, que tenía que cambiar de punta, pero mejor no hablemos de punta. Porque ese cambio del técnico que aparece cuando se queman los papeles significó sacrificar al mejor hombre del primer tiempo llamado Matías García, ocupando a su vez el lugar del hombre más feliz de esta noche llamado Maxi Martínez.

Y una le iba a quedar a GR7, quien esta noche se abrazará a su beba que cumple cuatro meses, apenas cuatro meses y ya sabe lo que es ver a San Martín en Primera y ganar el clásico más importante de todos los que se han jugado en Primera. Fue Turbo, señores, quien le dio con alma y vida también como en la final para que el rebote del Laucha vaya a los pies de Tino Costa celebrándolo como el crack que es: con Mercier en el suelo, caído, mirando cómo su amigo celebraba dándole la espalda a todo el arco de la Chile, donde Taca Bieler, clave como Arregui y Carranza y Moreira en el temperamento para ir por más, ya había festejado un gol en un amistoso y estuvo a punto del empate cuando su remate dio en la cabeza del arquero. Ni aún así se cayó San Martín. Ni aún así se iba a callar Ciudadela en esta noche eterna, sin fin, protagonista de una remontada única, inolvidable, para guardar toda la vida, para el Turco, para vos, para vos y para vos, para que y siga el baile, siga el baile. Como dice la historia: al compás del tamboril.