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San Martín y su sueño: cómo se canta la puta que lo parió

ANÁLISIS

El equipo que estaba en terapia intensiva hoy está a tiro del primer lugar por el ascenso. Forestello encontró la columna vertebral del equipo y esta noche nadie duerme en Ciudadela.

Esto es San Martín hoy: pura felicidad. La foto es de Esto es San Martín.





No, no se entonó el tema del verano tan comentado durante la previa, pero el cancionero popular sonó toda la tarde noche de este sábado en Ciudadela. Durante y después del enorme triunfo contra Chicago, dos temas se ubican en lo más alto del ranking: “Para ser campeón, hoy hay que ganar”, por la brava de la popular y “Despacito”, por el bravo del arco, Ignacio Arce, cantándoles a todos los periodistas en conferencia de prensa algo así como la versión musical del paso a paso mostazamerliano, del pasito a pasito que el número 1 se fue cantando de nuevo al vestuario local, donde la cumbia hacía retumbar las paredes.

Detrás del pasito a pasito que entonaba Nacho y que prometió cantar entera al final del campeonato, detrás de toda la sonrisa bien blanca del arquero, se esconde, se intenta esconder la felicidad que hoy vive San Martín, el sentimiento que hoy desborda a San Martín, en terapia intensiva hace dos fechas y hoy más vivo que nunca, a sólo tres puntos de Rafaela, a tiro del lugar que te lleva a Primera sin reducidos en el medio, nada más y nada menos. Ese intento de mesura de parte del plantel se entiende y también lo expresa el semblante de Forestello ante los micrófonos: "No me subo a ningún caballo, hay que llegar caminando al final". En medio de esta locura que es haber enterrado las tardes desafinadas para cantar por el ascenso, alguien tiene que poner mesura.  

Lo que resulta imposible de esconder a esta altura del campeonato es cómo el equipo se ha levantado después de una caída y un tropezón y se ha erguido de la única forma que se puede andar con pasos sólidos en esta vida: la columna vertebral del equipo encontrada por Forestello, quien esta noche saldrá a cenar en familia y brindará con el malbec que le gusta por el triunfo ante Chicago, el primer partido del campeonato con clima absoluto de final, de hacha y tiza, de palo a palo, de temple para pelear cada pelota como si fuera la última y taparle la boca al que hable de carácter, de golpear como en Tandil en los momentos justos, de la suerte que todo equipo necesita para ser campeón y de sufrir, porque se goza, pero cómo se sufre la puta que lo parió.  

Esa columna vertebral del Santo no es verso ni canción de verano: llegó para quedarse y da la sensación que una vez sintonizada la base, estos once hombres serán los que luchen y jueguen hasta la última fecha por volver a Primera. La columna empieza, claro, por el cantante: Ignacio Arce. El arquero ha tenido una noche notable que empezó con los pies para ponérsela en el pecho a Matías García, que siguió con los pies para taparle el empate al 9 excedido de peso y de tintura, y que continuó con las manos para desembolsar cada centro y para pedir perdón en la única pifia de la noche que subsanó con el guiño del línea. 

La columna sigue con los que aparecen cuando Arce no puede como Acevedo, heroico para salvar sobre la línea un gol que hubiera sido terrible para nuestros oídos y en Benegas, sólido y sereno para despejar los nubarrones y dejársela a Juan Galeano, el mejor, la figura, la pieza clave de este renacimiento futbolístico como el 5 de San Martín que en Tigre no se consigue. Y sigue en los pies del Caco, que andaba peleado con la pelota hasta que afinó su tarde, la mató de pecho, se fue solo al área y definió con la zurda bendita que ya había sacudido la noche de Tandil. Y termina en Taca y Gonzalo, aún cuando no sintonicen como en otros partidos, terribles para cualquier defensor, ya cansados para detener a Pampu González, de qué planeta viniste, hermano, para que Ciudadela sea un puño apretado y todo el sufrimiento vuele como las carpetas de Forestello y sus asistentes.  

En fin, señores: otra noche caliente en el barrio ha quedado atrás. Ha sido una final ante un rival que juega bien, que vendió cara su derrota, pero que se fue al matadero sin comerla ni beberla. El hambre de gloria se siente de un solo lado y es el de un equipo que no se sacia con haber salido a flote después de una crisis, con una multitud que cree y que empieza a preguntar cómo van los de arriba, que se fuma todo cuando se juega el tiempo de descuento, que se banca la Pepsi caliente de la platea, y que se va como ese hincha en moto, perdiéndose por la Pellegrini rumbo a la Mate de Luna, solito en la moto, tocándole bocina a todos los vecinos de Ciudadela, barrio popular, donde esta noche nadie duerme, donde esta noche todos sueñan.