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La mano de Forestello barrió el pasado y San Martín volvió a ser feliz

ANÁLISIS

El técnico le bajó un cambio a la ansiedad del equipo, lo potenció con los ingresos y el Santo se sacó de encima el karma de local. Galeano fue la figura y Bieler enterró el verano con su gol y la ovación de la tarde.

Forestello y sus ayudantes se descargan: San Martín volvió a ganar en casa. FOTO CASM oficial.





Hasta él demostró que con su rodilla derecha, operada y toda como está, todavía hace jueguitos cuando la pelota se va al lateral, cuando le viene despacito a su pie, y él, ahora desde el corralito del banco de suplentes de San Martín, recuerda sus años de goleador, levanta la pelota, hace empeine-rodilla-empeine, la baja y recién ahí se la devuelve a Maxi Martínez que aquí viene hecho una tromba, con las pulsaciones a mil porque lo único que quiere es hacer rápido el lateral, que ya tiene la pelota entre sus manos para hacer el lateral, que va a hacerlo con toda la fuerza que tiene aunque el equipo no esté acomodado, pero lo mismo está por hacerlo hasta que él, Rubén Forestello, le quite la pelota de las manos, lo bloquee para desbloquearlo, le pide que pare, que piense, que se calme, que todos piensen, que se calmen "¡la puta madre!", que faltaba media hora todavía, que había tiempo para que llegara el gol del triunfo, que había tiempo, apenas unos minutos después cuando Galeano dejara solo a Bieler y Taca empezara su segunda etapa en San Martín como él mismo esperaba.

El tema, claro, es que San Martín no podía esperar más: desde aquel gol lejano justamente de Galeano a Ferro es que no había alegrías en Ciudadela. Si a ese cúmulo de urgencias se le sumaba el veranito sin Prediger, el rosario en la mano por Bieler, los refuerzos ensamblándose y la lluvia que mojó los papeles de una pretemporada con poco fútbol, si a todo encima le sumaban los dos meses para el hincha sin la tribuna, sin su lugar en el mundo, pero má'vale que era de esperar que no se pueda esperar más, que la ansiedad se traslade al pie de Damián Arce, uno de los refuerzos tan generoso en la entrega como acelerado en la última jugada. O al propio Bieler cuando abrió el pie izquierdo y la pelota se le fuera al lado del palo del arquero ya vencido. 

Pero si el que sabe comer, sabe esperar, no hay hambre de gloria posible si los triunfos no se cocinan desde el banco. Y ahí es donde apareció la mano de Forestello: la mano para confirmar que el arco de San Martín está en buenas manos, que el arquero de San Martín es Ignacio Arce y te salva las papas del fuego con una triple tapada heroica, magistral; o la mano del técnico para calmar un lateral y sacarlo a Bossio del medio de los centrales cuando el equipo se metía atrás; o la mano para llamar a los suplentes y guiar el ataque con los de la guía: "¿Familia Rodríguez? ¿Está Gonzalo?" Sí, está Gonzalo. Vaya, Gonzalo, desborde y demuestre que es titular. "¿Familia García? ¿Está Matías?" Sí, está Matías. Vaya, Matías, enganche y demuestre que es titular. Hasta que ellos, hasta que todos entren en la sintonía que pretende el técnico, Galeano dio el ejemplo del camino a seguir, de la pausa necesaria, ese segundo extra para romper una defensa que salía y habilitar a Bieler para el gol: por eso lo llevó Forestello a la conferencia de prensa y lo sentó a su lado, todavía con los botines puestos y con un Gatorade azul incapaz de saciar la sed de triunfo que tenía el autor de aquella alegría contra Ferro.

Es un hombre de gestos el técnico de San Martín: habla con el cuerpo cuando gambetea al lainman para meterse a la cancha y dar una orden, cuando baja las dos manos y las flexiona para pedir calma, y cuando lo saca a Bieler para que Ciudadela se olvide de lo pasado y ovacione con aplausos al capitán que no se fue, que la cuenten como quieran pero que se quedó y que, con la 9 en la espalda y la cinta en el brazo, no se desesperó. Porque Taca se había llevado las manos a la cabeza cuando erró la primera después del gran momento de Busse (clase y sacrificio); porque se quedó mirando el cielo ya en el complemento cuando Galeano lo dejó solo y definió con la parte externa, apenas desviado; y porque se tomó todo el tiempo del mundo para ponerle pausa a todo un estadio de pie a la espera de su definición, a que espere que el arquero deje de esperar y decida su destino, a que acomode su botín derecho de goleador y vaya, mi amor, vaya a dormir al fondo de la red que esta noche invita el Santo, que este triunfo se lleva todas las secadas del año pasado y que también invita a soñar, que abra la puerta para soñar. Ah, y que la Copa Argentina haga lo que quiera, porque acá el objetivo está definido y es no es otro que el ascenso a Primera. El conductor asignado ya está. Y lo demostró esta tarde cuando con su rodilla derecha, operada y toda como está, se puso a hacer jueguitos con la pelota, la bajó con el empeine, y mató la espera.