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Hielazos para los niños subidos al alambrado de una tribuna superpoblada

Atlético - River

"¡Abajo se asfixian!", gritó un hincha en medio de la discusión por el trato a los más chicos en la popular Laprida. Y algunos se acusaban de infiltrados, mientras un hombre se sacaba una selfie con un escudo de River en el celular.




Un hielo cilíndrico, de unos cinco centímetros de largo, estalló en la cabeza de uno de los niños que estaban trepados al alambrado de la cancha de Atlético, a un metro del piso y separados del amontonamiento de la tribuna de la calle Laprida. 

Se hizo añicos cuando impactó en la frente; se dividió en pedacitos que volaron para arriba, para abajo, para los costados, de la misma manera que reventaría si alguien lo arrojara contra una pared, de un manotazo, a un metro de distancia.

Cuando recibió el hielazo, minutos antes de que termine el primer tiempo del partido contra River, el niño giró la cabeza para atrás y miró en silencio a la tribuna de la calle Laprida. Tenía los ojos chiquitos.

Después se dio vuelta y siguió mirando el partido, mientras con su mano izquierda se acariciaba la cabecita. Lloró callado.


-¡Manga de ura, dejen de tirar, son criaturas!  ¡Cageta de mierda, en la puta vida vienen a la cancha y vienen a tira hielo! ¡Tirame a mí!- gritó un hombre de gorrito piluso, que estaba en el pasillo de la cancha, entre el alambrado y el inicio de las tribunas, luego de darse vuelta para quedar mirando a las gradas.

-¡Si no dejan ver! ¡Bajalos!- le respondieron.

Se asfixian acá abajo! Si no hay un choto de lugar- respondió, en defensa de los niños del alambrado.

-¡Vení más temprano a la cancha, ura! Si también he pagado la entrada yo- le contestó el otro.

Todos los que estaban en esa superficie plana, entre el alambrado y la tribuna, tenían alguien a la par, en contacto.

El espacio, destinado para el paso y no para la permanencia, era un amontonamiento que correspondía con los rumores de sobreventa de entradas: los lugares en los escalones estaban repletos y los concurrentes tuvieron que quedarse ahí abajo.

“Hay cirujas disfrazados de gallinas acá”, tiró al cielo uno de los vendedores de bebidas. Unos minutos después un hombre se sacó una selfie y en el celular tenía un escudo de River Plate. 


Entre los hielos que volaban desde atrás, se buscaron culpas por la súper población. Hubo quienes pagaron hasta $750 pesos en la reventa (por una entrada que valía $400 para la calle Laprida) y ni así pudieron ver el partido por la falta de espacio.    

-¡Vos no venís nunca, vení ve el carnet!- gritó otro, desde el sexto o séptimo escalón, a unos metros cinco metros en línea recta. -Negro de mierda, dijo cuando bajaba la voz.

El que estaba abajo también sacó el carnet y se lo mostró con la mano en alto.  

La cancha estaba rara. Se escuchó a alguno decir "pegale" cuando atacaba el rival de Atlético. Otro de por ahí le sacaba fotos a los jugadres de River. El hincha Cristhian Tezeira sintetizó su sentimiento extraño en una frase: "era como estar en tu casa, pero que te hayan cambiado los muebles de lugar", escribió en un posteo que compartió en el grupo 40.000 Dknos.


Los primeros hielos hacia los niños habían volado cuando Atlético salió a la cancha y el humo de las bengalas cubrió de celeste y blanco el estadio completo. Había cincho chiquitos en el alambrado y abajo de ellos, una marea humana.

Cuando empezaron a gritarles, uno de los niños empezó a temblar y bajó unos pasos, quizás por el frío también, separado del amontonamiento. Acurrucado, hecho una pelotita, miró el partido. Los otros cuatro permanecieron ahí y vieron que los últimos hielos que volaron no fueron para ellos, sino para el Pity Martínez, el jugador de River, cuando festejaba el tercer gol que había recibido Atlético.

Y quizás por suerte, o desgracia, en la multitud de abajo se preguntaban cómo había sido.