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Preservemos el Mandato Fundacional de Nuestra Escuela

150 años de La N

En el sesquicentenario de su creación, el profesor Daniel Yepez, especializado en historia de la educación, hace un repaso por los principios y valores que le dieron origen a la Escuela Normal. El mandato histórico, político, pedagógico, cultural e institucional.





La Escuela Normal Superior en Lenguas Vivas Juan Bautista Alberdi, de San Miguel de Tucumán fundada el 25 de Mayo de 1875, se caracterizó por guardar en sí claros orígenes regionales de Formación Docente, fuente que le prescribe un mandato fundacional con incuestionable vigencia, al promediar la segunda década del nuevo milenio. Cuando me refiero a sus orígenes identitarios, es necesario hacer la siguiente distinción. Primero, corresponde hablar de un Mandato Histórico; segundo, de un Mandato Político; tercero de un Mandato Pedagógico, luego de un Mandato Cultural y, por último, de un Mandato Institucional. Este conjunto compone lo que se reconoce como el Mandato Fundacional de nuestra Escuela.

Mandato histórico

Haciendo referencia a su Mandato Histórico, decimos que la razón de ser de nuestra Escuela se sintetizó en el propósito de formar un magisterio mayoritariamente femenino, capacitado y titulado, capaz de superar una prolongada etapa histórica de nuestra nacionalidad signada por la decadente herencia pedagógica colonial, cuyo rasgo más acentuado fue la pervivencia de un “sistema” escolar municipalista y atomizado. En el mismo, las Escuelas del Rey, las parroquiales o pías y las misionales, desarrollaban limitados saberes y aprendizajes a los alumnos. En este universo contra-reformista y post-trentino, masculino y excluyente, no exento de castigos corporales, sobrevivían rústicos “docentes” no capacitados, empíricos, acientíficos, carentes de formación pedagógica, didáctica y psicológica elemental. 

Tampoco los agitados tiempos posteriores a la independencia permitieron sentar las bases de una educación formadora de docentes en un país convulsionado por las guerras civiles y las disensiones intestinas. Superar ese estado de situación e iniciar una nueva era educativa fue, entonces, el mandato histórico que dio sustancia originaria a nuestro establecimiento. Por otra parte, adquirió mayor relevancia en el marco de la problemática regional de la Argentina de ese tiempo, pues no debemos olvidar que nuestra Escuela fue creada en una de las regiones periféricas del país donde mayor influencia cultural y social ejerció la tradición hispano-colonial. En este sentido, su hacer fue vanguardia introduciendo las pautas de la Ilustración y renovación pedagógica del siglo XVIII eurocéntrico, en uno de los espacios regionales más conservadores y refractarios al proceso de secularización social de las costumbres, en la extensa geografía del país en formación.

Mandato político

Con relación al Mandato Político, necesariamente debemos hacer referencia al proceso de construcción-organización del Estado Nacional en la segunda mitad del siglo XIX. En este marco debemos ubicar las políticas educativas destinadas a consolidar, a corto plazo, un sistema educativo nacional, público, centralizado y estatal. Guiados por este propósito, Domingo F. Sarmiento y su Ministro de Instrucción Pública, Nicolás Avellaneda, diseñaron una política nacional de formación docente, traducida en un plan de creaciones de Escuelas Normales, el cual se inició en 1870 con la fundación de la Escuela Normal de Paraná. 

Posteriormente y durante la presidencia de Avellaneda, se crearía en nuestra ciudad la segunda Escuela Normal del país. A modo de breve digresión, evocaremos algunos pasajes de su Decreto de creación del 31 de Marzo de 1875. El Artículo 1° establece que institucionalmente se estructurarán dos departamentos: el Curso Normal (para la formación de maestros) y el Departamento de Aplicación (para el desarrollo de sus prácticas). Asimismo, el Artículo 2° prescribe el carácter gratuito y público de su enseñanza. Los artículos subsiguientes describen las características del Plan de Estudios, del Curso Normal y Departamento de Aplicación, así como del sistema de Becas. 

Dicho decreto, que se constituyó en Reglamento Escolar, se inspiró en un antecedente importante: la Ley Nacional del 1° de Octubre de 1869, sancionada por el Congreso Nacional, que autorizaba al Poder Ejecutivo a crear dos Escuelas Normales. Pero a diferencia de la de Paraná, la nuestra nació con un claro mandato: sería la primera Escuela Normal que tendría a su cargo la formación del Maestro Primario. Para hacer efectiva esta resolución, el presidente Avellaneda remitió una nota al Ministro de Instrucción Pública de la Nación, Dr. Onésimo Leguizamón el 6 de Noviembre de 1875, en la que expresaba lo siguiente: 

“La República Argentina tiene actualmente dos Escuelas Normales, que por su organización están destinadas a formar dos grados de maestros. Para los que egresen de la Escuela Normal de Tucumán tendrán el primer grado y egresarán con el título de Maestro Normal y con dos años de estudios. El segundo grado será para los que egresen de la Escuela Normal de Paraná, con cuatro años de estudios y con el título de Profesores Normales...”.

Asimismo, destacamos que con su apertura se inauguró el primer establecimiento de enseñanza mixta en la región con edificio propio y con todos los recursos: mobiliario, laboratorios, libros, útiles, personal docente, administrativo y de maestranza, necesario para su inmediato funcionamiento. En el año de su creación contaba con 141 alumnas/os inscriptas en el curso normal y 373 en el Departamento de Aplicación. En 1877 egresaron sus primeras nueve maestras. Asimismo, en Febrero de ese año modificó su oferta curricular y el nuevo Plan de Estudios se extendió a tres años.

Si consideramos que en 1876 las seis escuelas normales existentes en el país contaban con una población total de 321 estudiantes de Nivel Medio, se puede apreciar la importancia de nuestra Escuela, la cual vertiginosamente adquirió prestigio en todo el norte argentino. Comparación que nos permite formular la siguiente reflexión: hasta qué punto cumplió con el mandato político emanado de los poderes nacionales que, un año más tarde, se había transformado en la mayor escuela de Formación Docente del país.

Mandato pedagógico

Respecto al Mandato Pedagógico, la escuela definió claramente al Normalismo como una de las modalidades tradicionales de Nivel Medio, con mayoría femenina en el Sistema Educativo Nacional. Quienes egresaron como maestras normalistas se constituyeron en figuras arquetípicas, capaces de promover la incorporación de los sujetos populares a la nueva era educativa en lugares recónditos de la Patria En sitios lejanos y olvidados de este gran país, junto al precario local escolar emergía la estoica figura de la Maestra Normal, mensajera de un nuevo paradigma educativo y portadora de una férrea formación didáctica que progresivamente la transformaría en el sujeto dinámico de la enseñanza y del currículum escolar. Así, y cumpliendo su mandato pedagógico, con dificultades y carencias, la corriente normalista del magisterio, predominante en la docencia nacional asumió su impostergable misión de apóstol del saber y educación del ciudadano a través de la alfabetización.

Sus egresadas creían profundamente en la necesidad de la Escuela Pública y, aunque consideraban que la religión era el sustento moral del pueblo, adscribieron con convicción al laicismo. El método, la organización escolar, la planificación, la evaluación y la disciplina eran las nociones organizadoras de su práctica. Poco a poco esas categorías pedagógicas serían, a su vez, organizadoras de su identidad, lo cual generó -como consecuencia necesaria- que dicho vínculo fuera necesariamente bancario (en el sentido que Freire utiliza esa categoría). Eran profundamente sarmientinas y adoptaron las ideas de su referente pedagógico sin crítica y en la mayoría de los casos se sentían representantes de la civilización y combatientes de la barbarie. 

En un plano ideológico más profundo, esta propuesta educativa abrevó en nuevas concepciones de Escuela, pregonadas y derivadas de los temas debatidos en el Congreso Pedagógico Sudamericano, celebrado en el otoño de 1882 en Buenos Aires y de las corrientes pedagógicas contemporáneas, sintetizadas en el paradigma de la Instrucción Pública Condorcetiana, para ciudadanos libres e iguales. Matriz educativa emergente de la fusión de dos líneas ideológicas: el liberalismo revolucionario francés de rasgos jacobinos y laicistas y las categorías de análisis epistemológicas desarrolladas por el empirismo agnóstico de neto corte darwinista, comtiano y spenceriano. 

Desde esta perspectiva, el primer objetivo que este mandato pedagógico le impuso a la Generación del ’80 fue la creación de un Sistema Educativo Nacional, centralizado, público y estatal que promoviera el desarrollo de una oferta de Educación Común gratuita y mixta en todo el territorio nacional. La organización del mismo tenía como propósito transformarse en amalgama de un proceso de homogénesis social en la extensa geografía de un país culturalmente heterogéneo, pluri-racial y pluri-lingüístico, donde el denominador común era la emergencia de una heterogénesis social endógena y exógena. Sobre todo, cuando, además de transitar la conmoción social y demográfica de la inmigración ultramarina, se fomentaron planes de integración y migraciones coactivas de grupos étnicos originarios de provincias interiores y de países limítrofes, hacia los emergentes mercados de trabajo regionales. De acuerdo a esta compleja realidad social, cultural y lingüística, el segundo objetivo trascendente que este mandato le encomendó a las Escuelas Normales de las últimas décadas del siglo XIX, fue: 

Primero, alfabetizar e integrar a criollos, aborígenes e inmigrantes a la cultura nacional dominante. Segundo, formar cívicamente al ciudadano. Tercero, homogeneizar los aprendizajes cognitivos y actitudinales de los sujetos pedagógicos. Cuarto, prescribir las conductas socialmente necesarias que debían aprender los hijos de las masas populares para su disciplinamiento colectivo. Quinto, formar a corto plazo proletarios mínimamente alfabetizados (arrenderos, aparceros, chacareros, peones rurales, trabajadores estacionales y también obreros industriales urbanos), mano de obra y soporte fundamental para el despegue del capitalismo agro-exportador pampeano y de sus economías regionales conexas. Sexto, imponer como discurso pedagógico dominante y excluyente las concepciones filosóficas y epistemológicas deducidas del positivismo clásico. 

Identificado en sus orígenes con las maestras norteamericanas que Sarmiento trajo al país, el carácter mítico, militante y misional de las docentes normalistas, se acentuó al finalizar el siglo XIX e inicios del XX, a medida que el país se organizaba como Estado-Nación y se incorporaba a la división internacional del trabajo. De este modo se constituyeron en una de las figuras indelebles del imaginario popular argentino. Herencia generacional que nos habla de la perenne vigencia de este mandato.

Mandato Cultural

Al hacer referencia al Mandato Cultural decimos que el magisterio normalista llevó en sí los aires de una nueva concepción filosófico-científica del saber y el conocer. Así lo manifestaba Paul Groussac en el discurso inaugural del Establecimiento al decir: 

“Las provincias del Norte contarán desde hoy con un establecimiento normal cuya benéfica influencia producirá un cambio apreciable en la mentalidad de estos pueblos mediterráneos...”.  

Estas son las palabras finales de quien, en nombre del gobierno nacional, pronunciaba un elocuente discurso impregnado de la filosofía positivista imperante. También el Ministro de Gobierno Pedro Uriburu, estuvo a tono con la época al expresar en ese acto: 

“Hay, señores, una ley superior que preside el movimiento de las sociedades, la del progreso...”. 

De este modo, también se iniciaba en el país el desarrollo de un movimiento filosófico y pedagógico cuyo punto neurálgico serán las Escuelas Normales: Se trataba de una nueva manera de concebir el conocimiento y de los métodos necesarios para apropiarse de él. Traducido al proceso de enseñanza-aprendizaje y a la formación de docentes normalistas, dichos procedimientos fueron encuadrados en lo que conocemos como la Didáctica Positivista, o también el Normalismo Positivista. Como se recordará, el fundamento teórico general de la metodología de la enseñanza difundida y aceptada por los positivistas radicó en los principios herbartianos y pestalozzianos. Desde José María Torres y Pedro Scalabrini, que los sintetizaron y divulgaron a partir de la creación de la Escuela Normal de Paraná en 1870, hasta la mayoría de quienes adscribieron a él, dejaron una huella indeleble no sólo como forma de proceder ante la enseñanza, sino y sobre todo, como manera de posicionarse ante el conocimiento.

“Todo lo real es racional y todo lo racional es real”, remontándose a Hegel y pasando por Comte, rezaba uno de sus principios esenciales. Profundamente materialista mecanicista, biologista, organicista y cruzado de postulados darwinianos necesarios para explicar los mecanismos de funcionamiento de la sociedad, dicho movimiento pronto encontró eco en los órdenes prominentes de la sociedad política y, progresivamente, se adentró en el discurso literario, estético, tecnológico y científico de la sociedad civil. Trascendió los límites de la escuela y de la Educación y al irrigarse al conjunto de la sociedad ilustrada, se transformó en la primera corriente del positivismo argentino en la segunda mitad del siglo XIX.

Los aportes filosóficos de Herbert Spencer, a su vez, le imprimieron un sello ideológico diferenciado a la mentalidad de la intelligentzia vernácula, transformándose en la segunda corriente de la cultura positivista en el Río de la Plata. Más allá de sus legítimas críticas y cuestionamientos, este fue otro de sus mandatos que aún hoy permanecen perennes en el acervo epistemológico y en el desarrollo del pensamiento científico del país.


Mandato institucional

Por último, respecto a su Mandato Institucional, la consigna de la hora nos dice que es fundamental preservar su unidad curricular. Las escuelas normales se concibieron académicamente como complejos educacionales donde la formación docente debía dotarse de una práctica que sometiera a prueba de validez los contenidos enseñados. Incluso, como reza el decreto originario, una de las funciones básicas del Departamento de Aplicación fue erigirse en el locus donde las futuras docentes llevarían a cabo sus prácticas de residencia. Este modelo institucional reconoce orígenes prusianos en el siglo XVII, época en que la formación de maestros o Lebrerseminaire, estaba a cargo de teólogos. Luego, en el siglo XVIII el modelo institucional de Escuela Normal o Normalschule se expandió por Europa central a los dominios del Imperio Austro-Húngaro y su enseñanza también fue asumida por órdenes religiosas. Posteriormente fueron incorporadas en el país galo (Ecoles Normales) como modelo de Formación Docente por excelencia, pero en un contexto laicizado y a cargo del Estado Civil, después de la Revolución Francesa.

En América del Norte, las Escuelas Normales comenzaron su expansión a principios del Siglo XIX en consonancia con la escuela primaria obligatoria de raíz anglicana, mientras que en Sudamérica las primeras Escuelas Normales surgieron inmediatamente después de la gesta emancipatoria. A modo de ejemplo, podemos citar la fundada en Lima en 1822, por nuestro comprovinciano Bernardo de Monteagudo, la de Buenos Aires de 1825, la de Niteroi (Brasil) de 1835 y la de Santiago de Chile de 1843.

Luego de un siglo fructífera existencia, en 1970 se terciarizo la Formación Docente y las Escuelas Normales se transformaron académicamente en instituciones que concentraron los cuatro niveles reconocidos del Sistema Educativo público. Desde el Nivel Inicial o Jardín de Infantes, pasando por el Nivel Primario o Departamento de Aplicación, de ahí al Bachillerato o Nivel Medio, formador de Maestros Normales Nacionales (MNN), hasta la incorporación del Nivel Superior o Terciario en 1970, las Escuelas Normales fueron verdaderos trayectos pedagógicos capaces de cubrir todas las necesidades de educación formal de cualquier niño o niña que, luego de ingresar a los 5 años, podía egresar a los 21 con una titulación que lo insertaba en el mundo del trabajo.

Sin embargo, durante los años ´90s, su trayectoria educativa y el principio de unidad académica de las mismas fueron duramente cuestionados por la Transformación Educativa menemista. Precedente en 1993, que promovió la desarticulación y privatización del Sistema Educativo Nacional (SEN) y su atomización horizontal en niveles autónomos. Fue tan profundo su desmembramiento académico que en el noroeste desaparecieron como tales, salvo la Escuela Normal de la Banda (Santiago del Estero) y nuestra Escuela, porque su comunidad educativa resistió con dignidad y entereza semejante desatino. En esos años olvidables no sólo se vulneró su mandato centenario, sino que quedaron libradas a su propia suerte, sin financiamiento, ni apoyo de ningún tipo por parte de un Estado ausente, sobreviviendo gracias al auxilio de sus respectivas cooperadoras y el apoyo de padres y docentes.

En ese tiempo de dolorosa incertidumbre, su comunidad educativa resistió a pie firme esa política de despojo, aunque no pudo impedir que pasáramos a formar parte, durante una interminable década del marginado lote de “escuelas transferidas” -verdaderas cenicientas de la educación-, despojadas de pertenencia nacional y provincial. Esta vergonzosa situación finalizó cuando se produjo su definitiva provincialización en 2003.

Por lo dicho y luego de las duras circunstancias que nuevamente atraviesa la Educación Pública Nacional y provincial en este presente incierto y amenazante, es fundamental comprender que el mejor homenaje que podemos brindarle a nuestra querida escuela, es seguir preservando incólume, como comunidad educativa, su fecundo Mandato Fundacional.

Daniel Yepez * Licenciado en Pedagogía; Magister en Ciencias Sociales Orientación Historia, Doctor en Ciencias Sociales, Orientación Historia de la Educación. Docente-Investigador (J) de las Universidades Nacionales de Tucumán y Jujuy. 

Profesor del Nivel Terciario de Formación Docente (J), Escuela Normal Superior Juan B. Alberdi, San Miguel de Tucumán