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En defensa de la Educación Pública: el gran legado de Abel Peirano a la Universidad Nacional de Tucumán

CRISIS UNIVERSITARIA

Fue discípulo de Miguel Lillo y Doctor Honoris Causa por sus aportes al conocimiento geológico del NOA, descubrió el mayor yacimiento de oro y plata y donó todo a la Universidad Nacional de Tucumàn: "Será lo más útil para el progreso moral, intelectual y material de nuestro pueblo", dijo entonces. Jamás pensó que una gavilla inmoral de rectores y funcionarios de la UNT falsificarían la construcción de la Gran Ciudad Universitaria de San Javier para quedarse con regalías mineras "de libre disponibilidad".

Carnet de afiliado a la Unión del Personal Civil de la Nación de Abel Peirano. (Foto: Insugeo)





Ahora sólo queda extraer y beneficiar ese tesoro que (…) debe ser explotado íntegramente para beneficio total del pueblo argentino, y no de grupos favorecidos por su fortuna o colocación, de este país o del que fuere, ya que ahora más que nunca esta Nación necesita de sus recursos naturales, para encaminarse por la senda de la prosperidad necesaria para su elevación en todos los órdenes de la vida material (…) Quien ose entregarlos a grupos reducidos tendrá que dar cuenta, al pueblo entero de nuestro país, de sus acciones contrarias al bienestar del mismo

Abel Peirano, Una historia minera (Universidad Nacional de Tucumán, 1958).

Abel Peirano nació en Buenos Aires el 5 de junio de 1896, pero se radicó en Tucumán junto a su familia en 1904. Cursó sus estudios primarios en la Escuela Bartolomé Mitre y en el colegio Charlemagne; tras ser rechazado en la Escuela Naval Nacional (por las "dificultades visuales" que padecía), sus estudios secundarios los completó en el Colegio Nacional de Tucumán, donde entre sus profesores conoció al botánico Miguel Lillo, quien le inculcó el amor por las ciencias naturales "y le imprimió el ejemplo de vida recatada y austera que conservó a lo largo del tiempo". Años después, descubrió el mayor yacimiento minero donado a la Universidad Nacional de Tucumán, bajo la condición de que sea para el pueblo de nuestra provincia.

En 1915, tras terminar el secundario, regresó a Buenos Aires para graduarse de Farmacéutico en 1919, con Diploma de Honor. Con el título bajo el brazo, volvió a Tucumán para instalar una farmacia donde se practicaban "fórmulas magistrales" mezclando sustancias vegetales y mineras que -afirman las crónicas de la época- preparaba en sus viajes a las montañas.

Exploró el Cerro Remate en Santiago del Estero, la Quebrada de Humahuaca en Jujuy, la Sierra de La Ramada, la Sierra de San Javier y de Medina en nuestra provincia; recorrió los Nevados del Aconquija entre el Cerro Ampajango y Morro de los Cerrilos al sur, y elaboró un corte morfológico de las Cumbres Calchaquíes hasta Colalao del Valle, regresando por Tafí del Valle.

En 1928 recorrió las Sierras del Alto y Ancasti en Catamarca, y hacia 1929 se mudó a Santa María para montar allí una farmacia y un laboratorio para análisis de mineras, pero un año después Lillo lo convocó para estudiar las rocas, minerales y fósiles del Museo de Historia Nacional en Tucumán.

Recolectó colecciones botánicas y realizó observaciones geológicas en sus viajes por Tucumán, Rosario de la Frontera, Güemes, Salta, Alemanía y Cafayate, para luego recorrer Santa María, Hulfin y Corral Quemado; arribó a Belén, Andalgalá, y en un segundo y tercer viaje alcanzó la Sierra de Culampajá, al norte de Belén, donde inspeccionó afloramientos de cobre y arsénico en los cerros de Loconte.

Ya designado como Encargado de Mineralogía en el Museo Nacional, en enero de 1936 recorrió por primera vez la alteración de Agua de Dionisio, conocida también como La Aguadita o La Aguada, en el Distrito de Hualfín.

En 1938 se creó el Instituto de Investigaciones Regionales de la Universidad Nacional de Tucumán en el cual Peirano fue asignado como Director del Instituto de Mineralogía y Geología. Ese año, la UNT publica sus Cuadernos de Mineralogía y Geología.

En ese yacimiento minero, Peirano examinó aspectos que no habían sido considerados por los antiguos mineros artesanales que allí trabajaron e inició así una nueva etapa exploratoria para la zona. Visitó Agua de Dionisio a instancias de un vecino de Hualfín, Don Arturo Abarza, quien le pidió un reconocimiento rápido de una manifestación que él había tramitado en la Delegación de Minas de Catamarca.

Esa inspección duró tres días, y aunque se efectuó con rapidez, le permitió tener una idea aproximada de las manifestaciones auroargentiferas, que comprobó eran pobres en la superficie. Muestras obtenidas en un segundo viaje, en octubre de ese mismo año, arrojó resultados que aconsejaban profundizar dichos estudios.

Su labor es aquí, importante por haber encarado y dirigido los trabajos de exploración en el distrito minero hasta 1951, esto lo realiza desde la Sección Minas Experimentales del Instituto de Mineralogía y Geología dependiente del Departamento de Investigaciones Regionales de la Universidad Nacional de Tucumán. Lo realizado le permite el descubrimiento del depósito de oro, plata y manganeso al que se lo designa con el nombre de “Farallón Negro”.

Abel Peirano, en el centro, con el Ing. Mario Folquer y ayudantes en Agua de Dionisio.(Insugeo)

Peirano comenzó a vincularse con los estudios geológicos y mineros de la región. Invitado por un amigo de Hualfín, en 1936, inició una corta exploración del distrito “Agua de Dionisio” quedando impactado por lo que allí pudo ver.

Sobre ello decía: “Esta inspección duró tres días y aunque se efectuó con rapidez permitió tener una idea clara de la magnitud del yacimiento y su importancia excepcional en caso de tener riqueza mineral”. A pesar de esa apreciación hubieron de pasar algunos años para que retomara la exploración de esta zona.

Redescubiertas las áreas mineralizadas de “Farallón Negro” y su entorno por el Dr. Peirano, éste a través de otras personas procedió a solicitar los pertinentes derechos de cateo ante la autoridad minera de Catamarca con el propósito de cederlos luego, a la Universidad Nacional de Tucumán.

Oportunamente estos permisos fueron renovados, al tiempo que se cedía a favor de la Universidad Nacional de Tucumán los derechos emergentes de tal autorización judicial.

Entre los meses de noviembre y diciembre de 1940, Peirano se abocó al levantamiento topográfico de una zona de aproximadamente 120 km2 entre la zona de Agua Tapada y Farallón Negro. Para este cometido contó con la desinteresada colaboración del ingeniero Mario Folquer. El resultado de estos trabajos fueron lo suficientemente indicativos de que el sector estudiado tenía buenas perspectivas de constituirse en un distrito minero de importancia.

Para evitar que se le aparecieran usurpadores, consideró necesario registrar pertenencias ante la autoridad jurisdiccional de Catamarca. Es así que hizo que gente de su confianza pidiera cateos en la Dirección de Minas de esa provincia siendo ellos: Héctor Peirano que registró un pedido de 1998 hectáreas; Tulio S, Peirano otras 1998 hectáreas; Mario Folquer, 1970 hectáreas y Mario Folquer y Oscar Abarza otras 1848 hectáreas.

Todos estos pedidos quedaron asentados en la repartición oficial entre el 5 y 7 de mayo de 1941, teniendo una extensión de 240 días. Al año siguiente, vencidos los plazos, renovó los pedidos bajo los nombres de: Honorio Folquer, Tulio Peirano, Eduardo Aguilera y Héctor Peirano quienes obtuvieron el pertinente registro por 2000 hectáreas cada uno y por el lapso de 300 días. Las adjudicaciones otorgadas por la Dirección de Minas de Catamarca se registraron en dicha jurisdicción entre los meses de mayo y octubre de 1942.

El pozo del Farallón Negro realizado por la UNT alcanza 118 metros de profundidad y la UNT localiza y demuestra fehacientemente la riqueza que contenían los yacimientos tal como lo había diagnosticado Peirano.



Abel Peirano. (Foto:Insugeo)


Tras el triunfo de Juan Domingo Perón en las elecciones del 24 de febrero de 1946, Horacio Descole fue designado interventor de la UNT, alineado con el nuevo gobierno nacional y sus objetivos políticos.

Convocó a docentes para la confección de un nuevo modelo universitario que quedó plasmado en varios tomos en los cuales establecía la necesidad de diferenciar los Institutos de Investigación de las escuelas de docencia superior. Descole pensó en la proyección regional de la Universidad creando unidades de investigación en Jujuy, Salta, Catamarca, Santiago del Estero, Chaco, Formosa y Misiones. También re-estructuró la organización académica creando carreras nuevas, facultades e institutos a los que les proveyó no solo equipos e instrumentales sino también un importante número de científicos europeos que llegaban a nuestras tierras huyendo de una nueva y posible Tercera Guerra Mundial.

La relación Peirano-Descole era muy buena. Ambos habían egresado de las mismas aulas de la Universidad de Buenos Aires y, si bien Peirano era casi una década mayor, ellos encontraban, como ámbito común, el amor a la naturaleza que Miguel Lillo dejara como legado a la Universidad de Tucumán. Por algo cohabitaban el mismo espacio físico en el Instituto Miguel Lillo.

Descole soñaba construir una gran universidad “…no una Universidad más entre otras, sino destacarse como La Universidad Argentina de grandes exigencias, de amplio horizonte y de verdadera realización al servicio de la zona más promisoria de la Argentina…”.

La Universidad que proyectó Descole se cristalizaría a través del ambicioso proyecto Ciudad Universitaria de San Javier. Peirano, con casi 50 años, aspiraba poner en marcha el yacimiento que había ocupado mucho de su tiempo y creado sueños. No había duda que encontraría en Descole el mejor apoyo para su proyecto.

El Poder Ejecutivo Nacional expropió 18.000 hectáreas para erigir allí una Ciudad Universitaria de dimensiones extraordinarias en comparación a las por entonces existentes en Europa y Latinoamérica, con una superficie similar a la que tenía por entonces la Ciudad de Buenos Aires y diseñada por el equipo de arquitectos que liderron Eduardo Sacriste, Jorge Vivanco, Horacio Caminos.

El proyecto original estaba pensado para una población de entre 20.000 y 30.000 universitarios, el 17% del total de los habitantes de San Miguel de Tucumán, y fue incluido en el primer Plan Quinquenal peronista al igual que la Ciudad Universitaria de Córdoba, que hoy recibe a diario a 100.000 personas.

Para Vivanco, Caminos y Sacriste, el "clima bochornoso" de San Miguel de Tucumán "dificultaba el estudio y la investigación" y proyectaron que "allí se les podría brindar alojamiento adecuado a todos; al mismo tiempo que el contacto con la naturaleza propiciaba las condiciones óptimas para el desarrollo intelectual, moral y físico de los jóvenes".

"La Ciudad Universitaria de San Javier no será una mera inversión de millones, sino el comienzo, la puesta en marcha de una forma de vida, e! ejemplo de cómo debe situarse el hombre frente al medio, descubriendo el sentido, la fuerza y la energía latentes en la naturaleza... ”. Eduardo Sacriste, Jorge Vivanco, Horacio Caminos (1947)

En 1951, ya con el proyecto Ciudad Universitaria en marcha, Descole y Peirano visitaron a Perón en Casa Rosada:"Cansado de esperar, salió a los pasillos a estirar las piernas cuando se le acercaron dos guardias que le notificaron que debía permanecer en la habitación, donde lo encerraron con llave hasta el momento del encuentro con Perón. Después del saludo y conversar un rato, el Presidente le dijo: ‘Por fin recibo a alguien que viene a ofrecerme algo, porque todos los que vienen aquí vienen a pedir’. Satisfecho el doctor Peirano con el resultado de su entrevista, llevaba entre ceja y ceja el encerrón aquel y se desahogaba diciendo ‘Es la primera vez en mi vida que me han tenido preso. ¡No volveré más a la Casa Rosada!´", reza la biografía de un amigo de Peirano, según repasa lavaca.org.

En diciembre del 52, se celebrara un contrato por dos años entre la UNT y la Dirección Nacional de Minería otorgándole el préstamo gratuito de todos sus bienes muebles, útiles, herramientas, maquinarias, instrumental y drogas de sanidad existentes en el campamento minero Agua Tapada. Este instrumento reconocía los derechos mineros de la U.N.T. en una de sus cláusulas concebida en los siguientes términos : "Queda sobreentendido que el uso de todos los bienes que la Universidad presta a la Dirección Nacional de Minería es con el objeto de que la misma, en el plazo estipulado, directamente o por intermedio de terceros, complete la exploración minera ya iniciada en dicho yacimiento, para entregarla para su explotación a la UNT, de acuerdo con los derechos que a ésta le asisten".

Peirano registró su propiedad a nombre de la Universidad Nacional de Tucumán con la clara intención, que hizo explícita, de entregarle a la educación pública recursos para su sostén y fortalecimiento. Luego, se dedicó a bregar por la creación de una legislación que garantizara las condiciones de su explotación.

La logró en 1958, durante el gobierno de Arturo Frondizi y bajo las condiciones que por entonces fijó la Ley 14.771 de creación de Yacimientos Mineros Aguas de Dionisio: el yacimiento iba a estar dirigido y administrado por un directorio integrado por cuatro vocales y un presidente. Dos vocales serían designados por la provincia de Catamarca, dos por la Universidad Nacional de Tucumán y el presidente, por el Poder Ejecutivo de la Nación.

El artículo 18 de la Ley de creación de YMAD reza:

Las utilidades líquidas y realizadas que arrojen los balances se distribuirán en la siguiente forma:

a) El sesenta por ciento (60%) para la provincia de Catamarca. Hasta el 7 de junio de 1968, o antes si se concluyera en menos tiempo la ciudad universitaria, el porcentaje establecido se reducirá al 50% del total general, destinándose el 10% restante a la referida construcción emprendida por la Universidad Nacional de Tucumán;

b) El cuarenta por ciento (40%) restante será destinado para la terminación de la ciudad universitaria, conforme a los planos ya aprobados;

c) Una vez cumplidos los propósitos señalados en el punto anterior, de ese porcentaje del cuarenta por ciento (40%) se destinará el cincuenta por ciento (50%) a la Universidad Nacional de Tucumán y el cincuenta por ciento (50%) restante a la formación de un fondo nacional que será distribuido entre las demás universidades del Estado.

Cabe rendir un justo y agradecido homenaje  al  altruismo   y  desprendimiento del Doctor Abel Peirano,  quien en gesto  ejemplar y patriótico  que se ofrece al sentimiento de todos los argentinos, cediera sus derechos sobre el yacimiento a la Universidad Nacional de Tucumán; por ello se propone designar   el  lugar donde  se   encuentra la mina con el nombre de tan digno ciudadano”.

Texto del Punto 11 del “Acta de Farallón Negro” firmada el 10 de junio de 1958 por el Rector de la Universidad Nacional de Tucumán, Eugenio F. Virla y el Gobernador de Catamarca, Juan M. Salas, que a su vez fue refrendada por el Vicepresidente de la Nación Alejandro Gómez y legisladores nacionales de ambas provincias.

Peirano no fue solo generoso con la UNT: "Habiendo cobrado una importante suma de dinero que le adeudaban, decidió comprar la colección de publicaciones y libros que fuera del insigne geólogo alemán Pablo Groeber, para luego donarla a la Universidad para enriquecimiento de su biblioteca. Gestos de desprendimiento como éste son numerosos: un día cobró una retroactividad de su sueldo y lo repartió entre los obreros del campamento de Agua Tapada".

Abel Peirano fallecería sin honores el 10 de julio de 1969. Jamás pensó que una gavilla inmoral de rectores y funcionarios de la UNT falsificarían la construcción de la  Gran Ciudad Universitaria de San Javier para quedarse con regalías mineras "de libre disponibilidad".

"Cuando ofrecí ese yacimiento a la Universidad Nacional de Tucumán, pensé que una Institución de esa clase, bien dotada de personal docente y de elementos de trabajo y estudio, será lo más útil para el progreso MORAL, INTELECTUAL y MATERIAL de nuestro pueblo. Nuestras Universidades están pobres de elementos de enseñanza, no pueden pagar sueldos suficientes a buenos profesores y ni siquiera tener locales adecuados. Esta es la ocasión para que las Universidades Argentinas sean realmente eficaces y el erario nacional se vea provisto de divisas para adquirir todo lo que hace falta al país para desenvolverse decente y eficazmente".

Abel Peirano, mayo de 1957.