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"Fueron 40 minutos de tortura": pánico en el resonador de un sanatorio tucumano

Aterradora experiencia

Marcelo Imbaud tenía que hacerse una resonancia magnética y vivió un momento de terror dentro de la máquina. La claustrofobia y los gritos que nadie escuchó: “Pocas veces en mi vida tuve ese miedo”.

Imagen ilustrativa.





Cuando la reumatóloga le solicitó una resonancia magnética, Marcelo Imbaud nunca se imaginó lo que le esperaba. Creía que se trataba de un estudio más, como una radiografía o una tomografía computada, pero no se le cruzaron entonces por la cabeza el pavor ni la incomodidad que experimentaría adentro de esa máquina mientras le realizaban el estudio médico: “Sentí un ataque de desesperación y de miedo. La verdad que pocas veces en mi vida tuve ese miedo”.

Todo comenzó como cualquier chequeo médico: una orden del médico, la solicitud del turno y la espera en el sanatorio 9 de Julio. Una vez que lo atendieron, le hicieron una serie de preguntas: “Me preguntaron si tenía marcapasos, diabetes o problemas de presión y después nada más”. Después, ingresó a un gabinete, lo saludó la técnica a cargo del resonador, se sacó la ropa y se puso la bata médica. Hasta entonces, todo el protocolo de rutina por el que atraviesa cualquier paciente ante un estudio. Pero el hombre de 68 años nunca se había sometido a una resonancia magnética y nadie le explicó cómo sería aquel procedimiento que devino en un atentico padecimiento.

“Una vez en la camilla, me empiezan a poner como una reja en la cabeza, era como una máscara que me hizo acordar a la del protagonista de la película Hanibal. Con eso y una cosa que me presionaba del costado, me dejan totalmente inmovilizada la cabeza. Pero en ningún momento me hablaron de cuánto tiempo iba a pasar ahí adentro de la máquina ni qué era lo que me iba a pasar ahí adentro, nada de nada”, relata Marcelo los momentos previos a que la camilla se deslice al interior de la máquina donde comenzaría su aflicción.

Adentro del resonador, empezó a escuchar una serie de sonidos mecánicos cada vez más intensos: “Son ruidos extraños, con diferentes clases de vibraciones… Uno es muy agudo, otro como golpes de martillo y otro como cuando pasa un tren y las vías quedan vibrando. Cuando empezaron esos ruidos atroces no tenía ningún control del tiempo. No sé cuánto habrá pasado, pero calculo que, como a los quince minutos, empecé a entrar en pánico. Vi que estaba totalmente encerrado, entonces empecé a hablar, a preguntar, si había alguien, cuánto tiempo faltaba y no obtuve ninguna contestación”.

Encerrado en esa especie de túnel mecánico, sin poder moverse, rodeado de ruidos perturbadores y sin nadie que responda a sus preguntas, Marcelo comenzó a sentirse asfixiado, en estado de creciente pavor: “Siguió esa tortura… empecé a gritar que necesitaba ayuda, que me saquen de ahí porque no daba más. Comencé a tener la fantasía atroz de que estaba atascado el aparato y nadie se daba cuenta de la situación porque no había ninguna contestación externa”. Ese momento de pánico lo remontó a los días que pasó años atrás en terapia intensiva contagiado de Covid y sintió que el trauma revivía.

“Cada vez se me hacía más eterno, ya al último grité bien fuerte, si seguía gritando, me iba a descontrolar. Me di cuenta que era imposible salir de ahí y siguió la condena, pero me puse a pensar que, si llegaba a sufrir, me iba a hacer más daño. Yo dije esto está destapando un ataque de pánico y no lo voy a poder controlar, por eso trataba de racionalizarlo… estuve a punto de tener un ataque de histeria. La sensación que sentía es que afuera había una despreocupación total por el paciente. Estando ahí solo y sin saber qué pasa ese aparato se vuelve un aparato de tortura para el paciente. Fueron 40 minutos de tortura y 40 minutos ahí son una eternidad, te aseguro”, relata todavía conmocionado por lo que le tocó vivir y confiesa: “Ayer, después de esta experiencia, quedé desecho”.

Marcelo contó lo que le había pasado a través de una publicación en su muro de Facebook y, no sólo recibió muchos mensajes de apoyo, sino también la información que nadie le había dado al momento de hacerse la resonancia: “Me contaron que hay dos tipos de máquinas para hacer esos estudios: una cerrada, como esa donde estuve yo, y otra abierta, por si tenés claustrofobia o algo así. También hay algunas que tienen un timbre para dar aviso a los técnicos si uno no se siente bien y, en algunas partes, dejan ingresar a algún familiar para que acompañe al paciente o te ponen música. Pero acá no me explicaron nada. Si me hubiesen dicho que era largo el estudio, que no pasaba nada raro, que no era un error, no hubiera pasado por esa experiencia”.

Una vez que terminó el estudio y su tortuosa experiencia, la técnica que estaba a cargo del resonador le confesó que, desde la cabina de control donde se encontraba, no había podido escuchar ninguno de sus llamados: “No me dieron ni bola, sólo me dijeron que en tres días tenían listo el diagnostico. Creo que la medicina está deshumanizada, hay excepciones, no vamos a generalizar, pero muchos médicos se han convertido en máquinas. En ningún momento estas chicas que me hicieron el estudio pensaron en explicarme o en acercarse para ver si estaba vivo o muerto… Me podía haber dado un ataque del corazón y ni se enteraban”.

Las razones por las que hizo la publicación en Facebook son las mismas que lo motivan a hablar ahora con eltucumano.com: “Ayer la pasé muy mal y recién hoy te puedo decir que ya estoy bien. Pienso que esto sirve para que otros no pasen por lo mismo y se salven de tener una experiencia como la mía”.