"Es el sanatorio de la muerte": familiares de ex pacientes de Luz Médica rompen el silencio
El brote de Legionallea originado en el sanatorio Luz Médica se convirtió en un escándalo nacional. Familiares de pacientes fallecidos se refirieron a sus experiencias en el centro médico. Denuncian abandono, malos tratos y poca higiene.

Foto: Télam.
El brote de Legionella en Tucumán, que inició en el sanatorio privado Luz Médica, encendió las alarmas del sistema público de salud y, con el paso de los días y el aumento de contagios y muertes, se convirtió en un escándalo que llegó al gobierno y la prensa nacional.
Tras la visita de la Ministra de Salud de la Nación, Carla Vizzotti, a nuestra provincia la semana pasada, donde brindó una conferencia de prensa con las autoridades locales de la cartera de Salud, este viernes se realizó un nuevo encuentro de las autoridades con expertos nacionales e internacionales para continuar trabajando en la investigación y el control del brote.
En ese marco, con 22 pacientes infectados y seis fallecidos, los testimonios de ex pacientes del sanatorio donde se originó el brote no tardaron en llegar. El diario Clarín publicó este sábado una nota de la periodista Camila Grigera Naón, quien recopiló testimonios de personas que pasaron por el sanatorio en diferentes circunstancias y aseguran no haber tenido una buena experiencia en ese centro médico.
A continuación, reproducimos los testimonios más fuertes de familiares de ex pacientes de Luz Médica publicados en Clarín:
“El Sanatorio Luz Médica es el sanatorio de la muerte” dijo Sol López Palacios, de 44 años. En septiembre 2021, López Palacios llevó a su padre al sanatorio después de que él desarrollara una tos persistente. De todos modos, su padre, Juan Carlos López, de 78 años, se sentía bien. Se manejaba solo, caminaba sin ayuda, y comía normalmente.
En el sanatorio, los médicos le dijeron a López Palacios que su padre estaba con neumonía, y que lo tenían que internar en terapia intensiva. López Palacios y su padre intercambiaron miradas confundidas, ya que los médicos no le habían hecho ningún estudio. Cuando le reclamó esto al médico, él la miró y le dijo, “Pero el profesional soy yo o sos vos?” Ese mismo día lo internaron. Diez días después, llamaron a la hija para avisarle que su padre había fallecido después de haberse contagiado de Covid-19.
Un día después de ser internado, López Palacios había ido a visitar a su padre. Lo encontró sedado y atado a su camilla, incapaz de moverse. Tenía las muñecas hinchadas, color violeta por las vendas médicas que usaron los enfermeros para atarlo. Cuando confrontó a la enfermera, le contestó que se portaba mal, y que por eso lo habían tenido que atar.
A partir de entonces, López Palacios decidió visitarlo todos los días, sin falta. Cuando llegaba el mediodía, el horario de visitas, el olor a orina que percibía era abrumador. “Era de terror,” dijo. “Había veces que nosotros llegábamos y recién se ponían a limpiar. Estaban dos o tres días las gasas usadas en las mesitas de los pacientes''.
Así fue también la experiencia de Tomás Isidoro Gutiérrez, quien falleció en el Sanatorio Luz Médica en septiembre del año pasado, a los 84 años. Gutiérrez era sano y vivía solo. Ya estaba jubilado, pero seguía trabajando como agricultor de vez en cuando.
Después de haber sufrido un accidente doméstico, Gutiérrez tuvo que ser internado por un golpe que se dio en la cabeza. Como la hija vivía en Córdoba, Magdalena Gutiérrez, su sobrina, tomó las riendas de su cuidado médico. Pasó por dos hospitales públicos antes de ser trasladado a la terapia intensiva de Luz Médica. Fue la primera vez que tuvo que usar la cobertura de PAMI.
Al principio, el sanatorio no permitía visitas. A los pocos días, un recepcionista se acerca a ella y le pregunta si le gustaría visitar al tío. Magdalena, quien no veía a su tío desde la internación, accedió con ansias. El recepcionista le pidió hacer la cola junto a los demás familiares para entrar al piso de terapia intensiva.
Había una condición: necesitaba un camisón descartable y una gorra para el pelo para poder subir. Desesperada, le preguntó al recepcionista cómo tenía que hacer para conseguir eso. Él le dijo que se lo podía conseguir, pero a un costo: 500 pesos. Un poco confundida, dado que Luz Médica es un sanatorio privado y se suponía que tenía la obligación de proveer ese tipo de insumos, Magdalena volvió a aceptar y se quedó sentada esperando mientras el recepcionista fue a buscar el set descartable.
“Me lo trae en la forma de un bollito, bien arrollado, apretando tan fuerte con su mano para que nadie se diera cuenta que me lo estaba entregando'', contó Magdalena.
Cuando Magdalena finalmente entró a la sala de terapia intensiva, lo primero que notó fue que el piso estaba todo manchado, y que había demasiados pacientes amontonados en un ambiente muy chico. Ahí encontró al tío barbudo, desorientado, sedado y atado a la camilla. Tenía las muñecas todas lastimadas. Sólo logró quedarse diez minutos antes de que las enfermeras le pidieran que se retirara.
En esos días, Magdalena también recibió el diagnóstico de su tío. Tenía un hematoma que le estaba generando presión en el cráneo, y los neurocirujanos tenían que actuar rápidamente para poder removerlo. Era una operación compleja. Pero para llevarla a cabo, PAMI necesitaba avalar la cirugía. Una semana después, PAMI rechazó el pedido.
“Te podés imaginar la desilusión, la impotencia, el ir y venir”, dijo Gutiérrez. “El tío se estaba desmejorando cada vez más”. El neurocirujano le aseguró a Magdalena que iba a mandar otro expediente a PAMI pidiendo la autorización de la cirugía, pero a la semana le informó que PAMI había vuelto a rechazarla. “Todo el mundo nos decía que era muy raro que PAMI nos rechazara tantas veces,” dijo Magdalena.
En ese tiempo, Cristina Gutiérrez, la hija de Tomás Gutiérrez, ya estaba en Tucumán tras haber viajado desde Córdoba. Fue cuando Cristina se dirigió al PAMI a insistir que autorizara el tercer pedido de cirugía que se enteró que el neurocirujano nunca había cargado el pedido por segunda vez.
“Nos decían que era una cuestión de paciencia”, recordó Magdalena. “Nos mintieron en la propia cara”. Ya habían pasado casi 20 días desde que lo internaron a Tomás Isidoro Gutiérrez. Ya estaba muy desmejorado, y la familia no le veía el sentido de trasladarlo a otro sanatorio. Una operación parecía demasiado invasiva dado el estado débil en el que se encontraba. A los pocos días, falleció en el sanatorio. Unos días después, su hija denunció al sanatorio por mala praxis.