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"Sentía que no había vida para mí de la puerta para afuera": el drama de Vero que duró 27 años

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"Pensé que mi vida sería esa por siempre, con amargura y tristeza. El pastor me pedía 'tener fe'. No se callen, no hagan lo que hice": el testimonio de una sobreviviente tucumana, en el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.

Verónica del Carmen Amaya.





Cada 25 de noviembre, recordamos el femicidio de las hermanas Mirabal en el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Este día,  se realizan acciones de visivilización y concientización sobre este flagelo que muchas mujeres viven en sus hogares, trabajos, y también en la vía pública.

La historia de Verónica Amaya, una monteriza de 44 años, pareciera ser demasiado fuerte para algunos, aunque la realidad es que es una situación que se repite con más frecuencia de que se desea. Y lamentablemente, todo empezó como (lo que parecía) una historia de amor.

“Yo tenía 15 años cuando lo conocí, él tenía 25. Venía yo de una crianza muy a la antigua, no salía sin mi mamá o sin permiso, iba a la iglesia cristiana. No tenía muchas chances de conocer a alguien, pero lo conocí en la esquina de mi casa. Él pasaba a buscar a su amigo, mi vecino. Sabía a qué hora el pasaba y me paraba en la esquina a verlo, nada más. Yo tenía una amiga, y un día yo estaba con ella, quien ya sabía todos los datos del que me gustaba. Un día ella lo saludó cuando pasó y lo llamó, ahí me enteré el nombre y donde vivía, aproveché la situación para hablar, ahí hemos charlado por primera vez, él pasaba y conversábamos, nada más”, recuerda Vero, a pesar de que han pasado casi 30 años de eso.

“Yo estudiaba artes en la escuela de Manualidades en ese momento, hablábamos de eso, le conté que no me dejaban salir y que siempre iba la escuela de noche, le dije que no iba a la secundaria porque no me habían podido mandar. Él me preguntó si me podía esperar de noche cuando volvía de la escuela, y le dije que si. Habló con mi mamá y mi abuela para poder salir conmigo, iba a mi casa, llegaba, iba todos los días. Era lindo al principio. Antes de él, yo no iba a la escuela a veces y me quedaba en casa a juntarme con mis amigas de la cuadra. Ya estando con él, no me juntaba con ellas, si no me iba cuando él me llamaba desde casa tenía que volar o me sacaba del brazo, me parecía normal”, evoca la entrevistada para eltucumano, quien ya sabe percibir situaciones de violencia con claridad ahora que ha podido salir de ese círculo.

“Lo de la violencia se dio muy rápido, a las dos o tres semanas de que fue a mi casa a hablar con mis padres, tuvimos una discusión, el me dejó y yo lo estaba persiguiendo y pidiéndole que vuelva a hablar conmigo. La primera vez que me pegó fue esa vez, me dio una piña y me tiró al suelo. Yo volví mal, nunca se lo conté a nadie, se volvió algo común. Cuando llevábamos 9 meses de novios y quedé embarazada, nos obligaron a casarnos, sus padres y los míos. Si hubiera sabido lo que iba a pasar, no me casaba”, nos confiesa, dejando en claro que tenía apenas 16 años al contraer matrimonio.

Una vez casados, la violencia contra Verónica se habría incrementado, según confesó: “Ahí fue peor, a veces él se desaparecía 3 o 4 días y ahí yo iba a buscarlo, y me sacaba del brazo, me cerraba el portón, me dejaba afuera de su taller, me avergonzaba delante de los amigos, decía que yo lo buscaba y era loca. Me golpeó embarazada muchas veces, una de las peores fue cuando ya estaba de seis meses y me sacó a empujones, me caí y era todo patadas. Recuerdo que yo me abrazada la panza, solo me interesaba el bebé".

"Nació mi hija y vivíamos con mi mamá, estaba todo calmado en ese momento. Cuando ella llegó yo creía que él iba a cambiar, se lo veía distinto. Luego mi mamá se enfermó mucho y como él trabajaba mejor, alquiló a unas cuadras de mi casa para que nos vayamos los 3. No quería irme primero, estaba acostumbrada a vivir con mi mamá, era una niña, pero finalmente me fui feliz porque era una casa nueva llena de cosas nuevas, estaba muy contenta, era una criatura jugando a la casita”.

Lamentablemente, un golpe casi tan duro como un puñetazo, llegó a la vida de la monteriza antes de que cumpliera sus 20 años con el fallecimiento de su madre. “Yo quedé más desprotegida y él se aprovechó de eso. Antes de que mi mamá falleciera, ella me mandaba a buscar cuando me desaparecía de visitarla varios días, ella no sabía porque era, y era por las marcas, no quería que me vea. Mi mamá murió sin saber que D. me pegaba”.

Durante la entrevista, Vero tiene la necesidad de revelar el motivo por el cual no le contó esto que vivía su círculo desde principio, mientras explica que su crianza evangelista pesó más que todo los primeros años: Los que sabían de los golpes eran la familia de él, y nuestro pastor a donde nos congregábamos. Me decían ‘hermana Vero, tiene que orar, apóyese en Dios, Dios hace Milagros’. Yo crecí con el Evangelio, hoy me doy cuenta que esas soluciones mágicas no existen pero me aferré por años creyendo. Él afuera mostraba una cosa y dentro de casa era otra, nadie me creería si hablaba”, detalla. “A mi familia no le contaba, pasé hambre con mi hija y le pedía a mi abuela, ella me preguntaba si estaba bien y yo tapaba lo que pasaba. En ese momento yo era muy chica, no conocía lo que era tener otra relación, esa fue mi única relación, sentía que lo amaba, y aunque me golpeaba yo era muy sumisa, a todo le decía que sí, me decía ‘yo lo amo y no voy a poder vivir sin él’, él me violetaba y a la noche me decía que me amaba y que todo iba a cambiar. Este tipo de violencia física entre mis padres no los viví, pero si pienso que hubo otro tipo de violencias que las veía normales”, relaciona.

Sumando la violencia de las instituciones                 

Tras la muerte de su madre, toda la familia se mudó a la casa materna de D., en donde vivían en una habitación en el fondo, lugar que Verónica recuerda con terror: “Ahí perdí un bebé por los golpes, era un varón que hoy tendía que tener 25 años. Después de la muerte de mi hijo nunca más volví a ser la misma. Siempre tuve en claro que lo perdí por él. Tenía mucha bronca, estaba de casi seis meses. Mis hermanas se enteraron de la muerte de mi bebé ahora, cuando empecé a hablar hace dos años cuando me quise suicidar. La familia de él escuchaba y no hacía nada”.

Cuando Vero y su exesposo partieron de la casa materna de él, alquilaron un lugar a un hombre que era policía, algo que no fue beneficioso para salir de esa situación: “Iba a denunciarlo en la comisaría y este mismo hombre dueño de casa se burlaba, me decía ‘imposible que D. te pegue… ¿Qué le has hecho vos’. Él me pegaba, me corría y yo salía sola”.

Sobre su red de contención durante casi tres décadas, esta sobreviviente evoca a una amiga, y a su familia: “Tenía una sola amiga que la amo y es la que ha estado siempre conmigo. Es mi hermana de la vida, ella me ayudaba, no me juzgaba, vivía al lado. Una vez mi papá escuchó los golpes y se metió a defenderme, fue un gran problema. Yo siempre lo defendía, pero hoy en día me digo ‘no tenés que sentirte culpable pero si responsable de haberlo permitido’. Yo era muy joven y estaba sin trabajo, no hacía nada, mi salida era ir a la iglesia con él, no podía compartir con mi familia ni nada. Él decía que eso tenía que hacer una señora. No tenía mamá, era muy chica, con mi abuela no podía hablar tanto, de la que era mi suegra ni hablemos, estaba amargada”.

Con los años, viviendo un período de paz y ya en casa propia, dos hijos más llegaron a la vida de esta mujer, hijos buscados y deseados por ella. Esos mismos hijos, son los que aparentemente generaron una red de contención o un pilar en ella, pues confiesa que su actitud cambió por completo: “Ya me defendía, no me dejaba, había empezado de a poquito a trabajar, empecé a dejar la iglesia, veía que era una hipocresía porque íbamos ahí a ser la familia feliz pero todo era un infierno en la casa. Lo enfrentaba y él tenía episodios de violencia con mis hijos. Hace tres años cuando decidí poner la denuncia en la OVD mi hijo que tenía 14 años, por defenderme le clavó un cuchillo en un dedo”, nos revela.

Y un día, dijo ‘BASTA’

“La situaciones puntuales en las que dije ‘ya basta, tengo que salir’, fueron tres. Una fue porque de repente era muy violento con mi hijo más chico. Otra, fue que porque cuando puse mi peluquería y empecé a tener dinero a él le molestaba mucho, me hizo un clic ese enojo, y la tercera y definitiva fue cuando  le pedí separarme y me asfixió con la almohada hasta que me desmayé. Me fui al otro día, un domingo”.

Sobre esta huída, Verónica nos revela que tuvo que refugiar su estrategia en una clienta de su peluquería: “Era domingo. Le dije a una clienta que ni el nombre me sé, que necesitaba que me aguante, que no le podía explicar, que no se vaya. Preparé las cosas de mis chicos, las mochilas con los delantales de los 2 mas chicos, plata y dos mudas de ropa. Ella me aguantó hasta que me fui en remis así él no se dé cuenta. Al día siguiente ya estaba buscando alquiler”.

La ultima y dolorosa situación que hizo que el basta sea definitivo para Amaya, fue después de una brutal golpiza: “Un día que trabajé hasta tarde en la peluquería, él no me creyó, y cuando volví me pegó en la cabeza, era sábado. El día lunes me quise suicidar. Me llevaron al Hospicio del Carmen, ahí empecé a tratarme con una psiquiatra y una psicóloga, eso fue fundamental para empezar a hablar y sanar”.

La ayuda profesional, según esta sobreviviente, fue como quitarse unas gafas negras que no le permitían ver la salida: “De repente fue darme cuenta de que sí podía salir de eso. Con él viví toda la vida disminuida, me decía que si me separaba me iba a morir de hambre, que nadie me iba a querer, que era fea y gorda, se me burlaba. Yo me tenía que reír de esas ‘bromas’ cuando las hacía frente a la gente. Cuando llegué a la OVD puse los pies sobre la tierra y me di cuenta de que había vivido toda mi vida mal y que estaba destruida. ‘He aguantado 27 años malviviendo’”, se dijo a sí misma.

“Yo me dije ‘casi pierdo mi vida, casi dejó mis hijos sin madre’. La terapia me cambió la vida, me hicieron dar cuenta. Esa semana que lo hice sacar de la casa fue demasiado violento, todos pasamos momentos terribles y dije ‘basta, lo hago sacar’, fue fundamental mi familia, mi viejo estaba enfermo. Él me dijo ‘hija, si seguís con él vas a terminar en un cajón’, y era real, me decía que me iba a cortar en pedazos, que me iba a dar con una maza de su taller en la cabeza”, recuerda, con dolor.

Volver a nacer a los 43 años

La alegría y la calma están presentes en la voz de Verónica, pero por sobre todo, la seguridad y la fortaleza de saberse libre: “No me arrepiento de dejarlo, he vuelto a vivir. Estoy viviendo un montón de cosas que quizás para otras mujeres es una tontera, pero acostarme, mirar una novela, escuchar música, salir con mis amigas, él me controlaba hasta el tiempo que miraba tele, me rompía los teléfonos. Hago lo que quiero, lavo si quiero, cocino si quiero”, confiesa eufórica.

“Este fin de semana me fui al festival de Monteros, fue una cosa tan linda, me preparé, me arreglé, fui con dos amigas, una noche muy feliz. Esas cosas simples como juntarme con mi familia, que vengan a mi casa, que festejemos cumpleaños en mi casa sin esos nervios, que venga mi nuera y esté tranquila con mi hijo aquí. Esas cosas que para otros son normales, para mí nunca lo fueron. Mis hijos se reían mucho y ya los retaba, siempre les tengo que recordar que ya pueden reírse tranquilos, no importa la hora que sea”.

Sobre su consejo para otras mujeres que estén viviendo una situación similar y que sienten que no hay una salida, la tucumana tiene sus consejos: “Yo les diría que sí se puede salir, busquen ayuda. Cuando yo vivía eso sentía que no había vida para mí de la puerta para afuera, que mi vida era esa por siempre, amargura, tristeza, vivir bajo la voluntad de otra persona. Yo creía que no había otra salida y si la hay. No se callen, no hagan lo que hice, hasta mi salud me costó callarme. En mi caso mis pilares fueron mi familia, mis hijos, las amigas que uno cree que no tiene pero en realidad están. Yo las recuperé a todas las de la adolescencia”.

Además, Vero, que vivió en un círculo de denuncias y perdón por casi tres décadas, considera que actualmente hay más posibilidades que antes: “Hablen, busquen ayuda, hoy hay más posibilidades de que una reciba ayuda. Lo fundamental es perder el miedo. Si tengo que volver diez mil veces a la OVD lo hago. No me da vergüenza contar todo, contar que D. les pegaba a mis hijos, o a mí. Antes me daba vergüenza contar que era una mujer que no manejaba plata para lo elemental. Hoy en día veo una tontera y si quiero me la compro, manejo mi plata y soy feliz. Si se puede, hay muchas posibilidades. Eso de que te dicen que nadie te va a querer es mentira, lo hacen para manejarte la cabeza, no tengan vergüenza de decir ‘me pega, me trata mal’”.

Sobre el tratamiento que Amaya continúa haciendo de la mano de la salud pública, revela que es lo único intocable en su agenda semanal: “No pierdo el valor, no me dejo más. Me siento la más linda del mundo, me he tenido que hacer y rearmar, todos los días me construyo. La psicóloga me dice que de la Vero que comenzó a tratar hace tres años, no queda ni la sombra”.

Si vos o alguien que conocés sufre violencia de género, pueden llamar al 144 las 24 horas. También es recomendable dirigirse a la Oficina de Violencia Doméstica (Tribunales), y la fiscalía de turno más cercana.