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"No quisiera que ella perdiera la oportunidad de poder estudiar"

HISTORIAS DE ACÁ

Una foto en la esquina de Alem y Piedras movilizó a muchos tucumanos: quién es Mauro, quién es Guada, qué quiere ser cuando sea grande, qué pasó con la Policía, cómo los defendieron los vecinos y todas las respuestas a los comentarios buenos y malos que generó la primera publicación: "Ella me impulsa a trabajar para darle todo lo que ella necesite, pero no alcanza".

Mauro y Guada, hoy en la esquina de Alem y San Lorenzo.





Alem y Piedras era el único dato. Pero ayer por la tarde no estaban. Tampoco al frente en diagonal, en la vereda del banco Macro. Entonces la recopilación de datos se inicia por los kioscos de la avenida. Y aquí llega la primera pista: “Por la mañana los vas a encontrar. No sé cómo se llaman. Abrí hace dos meses. Siempre viene con la gorda. Lo que le pide le compra. Le encantan las golosinas”.

Esta miércoles a la mañana volvemos a la misma equina, entramos al mismo kiosco, y la joven, con su habitual sonrisa, nos dice: “Están, están, pero en la Alem y San Lorenzo”. Es entonces que luego de pasar Paseo Alem, el Vea y Patio Lorca, doblás a mano derecha por San Lorenzo y ahí están: Mauro y Guada, los protagonistas de la foto que da vueltas en los celulares desde hace unos días en Tucumán.

Sentada sobre una sillita rosa de plástico al lado de un árbol, con un buzo al que le falta la m de Monster, Guadalupe hace la tarea que le dio la señorita. Es un cuaderno que sacó de la mochila que dice Luna, y que apoya sobre sus piernitas con libros para colorear como colchón. Todo eso hace Guada mientras Mauro, con un buzo de la Argentina y el barbijo puesto, ofrece la limpieza de los parabrisas de los autos que esperan el semáforo en verde.

Yo soy Mauro, ella es Guada, él es mi hijo más chiquito Santiago y ella es mi señora Ruth, que no quieren salir en la foto. Son tímidos. Somos una familia digamos que yo siempre salgo a limpiar vidrio para alimentar a la familia, los gastos de la casa, las cosas que le piden a ella en la escuela. De acá saco para vivir”, dice el joven de 21 años, mientras Guadalupe ahora incursiona en las felpas y colorea un libro de Dora, la exploradora.

La foto que motiva a conocer la historia ha sido vista por todos los vecinos y comerciantes de la zona: muchos los conocen y cuentan que si a veces están en Alem y Piedras, o en Alem y San Lorenzo, o en otras esquinas de la zona es por un motivo, el primero que Mauro explica en este diálogo con el tucumano mientras Guadalupe levanta el dibujo y dice: “Mirá, ¿te gusta?”

“Yo soy de Las Talitas. Todas las mañanas me vengo para acá. Hemos tenido problemas con los policías que no me dejaban trabajar. No me dejaron estar por siete meses en los semáforos por ningún motivo o circunstancia. La chica, la policía, nos ha discriminado. Hasta que un momento tuve que levantar firmas de los vecinos para poder estar acá. Gracias a Dios, les doy muchas gracias a la gente de acá, que ha firmado, que ha cooperado con la firma y el DNI, y con la gente que me ayuda”.

“No dejan trabajar tranquilo. O sea: yo no molesto a nadie. Vengo, pregunto, y el que no quiere que le limpie se le agradece de todas maneras. Yo sé que es una molestia o que a veces a mucha gente le pueda llegar a molestar que alguien esté en el semáforo pidiendo. Pero algunos limpiavidrios lo hacen por necesidad y otros por otros motivos. En mi caso yo lo hago por necesidad, por querer sacar adelante a mi familia”, agrega.

“La agente de la Policía venía, conversaba, charlábamos bien, era respetuosa, hasta que un día vino y me lo dijo mal. Mi señora le dijo: ‘Decinos bien y nos retiramos’. Y la agente le dice: ‘Callate vos, negrita, o los voy a meter en cana a los tres’. Cuando han empezado a discutir, nos fuimos. Siete meses estuve sin venir, pero el otro día volvió la policía, mucha policía vino, y si no estaba mi hija me llevaban, injustamente. Lo que dice la Policía es que yo soy responsable si pasa algo con los vidrios o me hago el loco. ¿Por qué me tendría que hacer el loco si nadie está obligado a darme nada? Yo solo pregunto si quieren limpiarlo al vidrio. Si no lo quieren, no le limpio”.

Entre los comentarios que lee en las redes sociales y en los que escucha a veces desde detrás de una ventanilla, un comentario en especial le duele a Mauro: “Hay gente que me dice: ‘Andá a buscar laburo’. Sí, es fácil decirlo: ‘Andá a buscar laburo’. ¿Pero quién te lo da? Si uno está en la calle, primero y principal es porque no tiene estudios. Segundo, porque ya sabe que no le queda otra que ver si la gente le da una mano”.

Mientras la entrevista avanza sobre una esquina con las persianas cerradas desde hace mucho tiempo, oxidadas por el agua, y cubierta con los carteles del próximo show de Tormenta, dos adolescentes cruzan la calle y sonríen cuando le entregan más cuadernos para colorear a Guadalupe, la niña de 5 años que sonríe y que ahora le pide a Mauro que le abra una caja de felpas.

“Venimos en bicicleta, pero ayer se me la ha pinchado y la he dejado en la casa. Guada ya ha entrado a primer grado. Va a la escuela Martha Salotti, en Villa Mariano Moreno. Ella viene conmigo a la mañana y hace las tareas acá hasta que a las dos de la tarde la llevo a la escuela. En realidad, ya antes de las dos estamos yendo para la casa porque ella ya entra a la escuela. Por eso solamente puedo trabajar por la mañana. Guada tiene 5 añitos, pero cumple los 6 ahora: el 5 de junio. Contale al hombre qué te gusta”, le sonríe Mauro, y es la primera vez que Guadalupe se acerca al micrófono del celular y responde: “¡Ariel! Me gusta Ariel, la sirenita. ¿Y cuando sea grande? Quiero ser como mi señorita. Me gusta matemática’”.

Así como el tucumano habla esta mañana con la familia, muchos tucumanos se acercaron a la esquina movilizados por la foto: “Ayer gracias a Dios vino bastante gente que no conocía y me ayudó con cuadernos, lápices, cartucheras, esa mochila, y ropa. Nos ha ayudado bastante la gente ayer. No sé qué más decirte”, dice emocionado Mauro, pero detrás de cada persona hay una historia y los prejuicios o comentarios buenos y malos siempre aparecen al compás de lo viral.

“Mucha gente habla, pero la verdad es que no alcanza. Aquí lo tengo al nene más chico al que no le puedo comprar zapatillas y a mi señora que anda con mis zapatillas. Hay gente que dijo: ‘Yo no le quiero dar plata porque no le creo y se gasta la plata en otra cosa’. A la gente yo le diría que tendría que conocer mejor a la persona, a mí la gente que me conoce, sabe en qué puedo gastar la plata y en qué no: si vos te ponés a ver a un limpiavidrios como yo no, al menos por el lado de mi parte, yo creo que no hay ninguno con una gaseosa. Si los ves los vas a ver con escabio”, dice, al lado de una Fanta de dos litros cerca de los pies de Guada.

“Y ni a gancho la expondría a la gordita a cualquier situación fea, no, eso no, nunca, amigo, ni a gancho, ni a gancho. Lo que sí me pone mal es cuando desde los autos que esperan el semáforo, a ella la llaman para que ella vaya a recibir la plata. Yo no quiero que ella lo haga por dos cosas: primero tengo miedo que le pase algo en la calle y segundo porque no quiero que el auto de atrás piense: ‘Ah, mirá, la manda a pedir a la hija’. No es así, ¿entendés?”

Y otra cosa que aclara por primera vez, hablando bajito detrás del barbijo “Yo tengo 21 y Guada tiene casi 6. Lo que le voy a decir en la entrevista se lo voy a decir por primera vez porque entre los comentarios ha salido a la luz algo que yo no quería que ella se enterase: yo no soy el padre biológico de ella. He conocido a mi señora cuando Guada tenía cinco meses de vida y yo me hice cargo y hasta el día de hoy yo soy su papá. Yo soy su papá, hasta me he tatuado su nombre. O sea: yo la he criado. Al padre no le permito nada de nada, porque él no es nadie, nunca le ha dado nada de nada. Siempre la tuve a la par mía. Para mí ella es mi hija y eso quiero que le quede claro a quien ha hecho ese comentario”.

“Cuando yo veo a la gordita con los útiles que le dan, con los cuadernos para colorear, me emociono, me pongo contento. Yo también he tenido la posibilidad de ser una persona bien porque mi vieja me ha enseñado lo que es el trabajo, el estudio. Nada más que hay cosas en la vida de uno, en la circunstancia de uno, que genera que llegue a conocer amistades malas cuando es chico. Cae en cosas malas: algunos se recuperamos, algunos no, algunos lo intentan, otros no. Es muy difícil”.

“Yo cuando era chico he caído en las adicciones. Me ha impactado mucho cuando a los 8 años me he enterado que mi supuesto papá no era mi papá y que mi papá me había abandonado. Después lo crucé a mi papá en la calle y él me negaba que era mi papá. Entonces empecé a hacer las cosas mal, a juntarme con gente que no debía, a estar en la calle. Mi vieja empezó a cerrame la puerta en la cara. Así era mi vida. Hasta que la conocí a mi señora con Guada y ahí empezó otra vida para mí”, se le ilumina la cara a Mauro.

“Gracias a la alegría que ella tiene, gracias a la alegría que contagia, a ellas dos y al gordito, estoy acá. Ella, Guada, me impulsa a levantarme todos los días a querer laburar, a querer ser una persona bien, y eso me pone muy contento y más por ella que le pone garra al estudio, que de verdad le gusta el estudio. Ayer la gente le dio plata y lo primero que hizo al llegar a la casa fue comprar las cosas de la escuela: le habían pedido un juego de naipes y billetes plastificados y felpas”.

“Y eso me pone muy contento. No quisiera que ella perdiera la oportunidad de poder estudiar. Ella sabe que yo siempre voy a estar y me pone muy contento que ella quiera estudiar y yo también estoy contento de poderla ayudar. A mí también me encantaría poder estudiar si tuviera la posibilidad: me encantaría estudiar”, sueña Mauro, quien vive en una pieza junto a Ruth, Guada y Santi, una pieza en el fondo de la casa del abuelo de Guada en Las Talitas.

Te digo la verdad: en la casa no tenemos nada. Es más: yo no tengo problemas el que quiera ir a mi casa a ver cómo vivimos. Tengo el techo que me da acá, en la cabeza. Cuando hace calor es un horno: no se puede estar. Y cuando llueve, entra el agua por las goteras. Lo mismo cuando hace frío. He inventado con unas tarimas una cama de una plaza donde duerme la gorda que está sostenida con ladrillos. Gracias al hombre de acá de la vuelta tiene un colchón mi hija porque él le regaló. Es un hombre de acá de los departamentos de la vuelta. Y nosotros con mi señora tenemos un colchón gracias a que mi señora trabajaba en una casa de familia y la señora le dio. Pero la usé de tarima y se me llena de cucarachas y tenés que sacar al colchón una semana para que se airee y tenés que dormir esa semana en el piso, sin colchón”, cierra Mauro, a quien le asoma un rosario por debajo del cuello del buzo de la Selección nacional.

Antes del final de la nota, una mujer se baja del auto con una bolsa ecológica que desborda: hay una mochila, alfajores, cosas ricas, lápices de colores, y la estrella que le arranca la sonrisa más grande de la mañana a Guada: una campera rosa inflable con capucha. Dice la mujer mientras le prueba la capucha a la protagonista de esta historia: "Es gente buena, a quienes conocemos, vimos la foto y no dudamos en acercarnos. Tengo un gordo en casa y uno no puede evitar pensar en las oportunidades que algunos tenemos y que otros no".

A su lado, agradecido, ahora sí se despide Mauro: “Todos los días le pido al Señor, lo llevo en el pecho, en la mente, en el corazón y en el celular. Escuchar la palabra del Señor te fortalece y te da ganas de salir adelante. Yo sé que todos podemos: es duro y es difícil, pero todo se puede, todos podemos, sino miren a Guada cómo estudia, cómo inspira a querer salir adelante pese a todo lo que nos falta”.


Quienes deseen comunicarse con la familia de Guada pueden hacerlo al teléfono 3816414529
La publicación que emocionó a los tucumanos: