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Tripa y corazón: en plena pandemia, una mujer le da de comer a 100 niños en San Cayetano

HISTORIAS DE ACÁ

Hace tres años, Ana puso en pie un merendero en el patio de su casa, como un modo de resignificar la muerte de su hijo. Hoy le ofrece almuerzo y merienda a un poco más de cien niños y niñas de su barrio. En diálogo con eltucumano, cuenta cómo es el desafío de alimentar a una docena de familias que quedaron sin trabajo a causa de la pandemia.





“Hoy sólo tengo tres kilos de fideos tirabuzón”, dice Ana Reales a través del teléfono, y por el tono de su voz se puede imaginar la mueca de preocupación. Con eso tiene que darle de comer a 100 niños y niñas del barrio San Cayetano. No sabe cómo, pero tiene que estirar esos tres kilos de fideos para un centenar de changuitos. Nadie se puede quedar sin su plato de comida. Ese es el objetivo que se propuso Ana hace casi tres años, cuando puso en marcha un merendero en el patio de la casa que habita con su esposo, sus cuatro hijos y una decena de nietos.

El merendero se llama Miguel Reyes, un homenaje póstumo a ese hijo suyo que fue asesinado por dos agentes de la policía el 24 de diciembre de 2016, cuando le dispararon en la cabeza luego de acusarlo de un robo que no había cometido. Rota en mil pedazos y con un proceso judicial en curso, Ana decidió mutar ese dolor y ponerse al servicio de la comunidad de su barrio: hombres, mujeres y niños empobrecidos que conviven en una lucha diaria por la supervivencia.

A casi tres años de su puesta en funcionamiento, Ana sigue sosteniendo la actividad con aportes propios y donaciones de vecinos, anónimos y organizaciones sociales. En diálogo con eltucumano, la mujer relata cómo fue sostener un merendero durante 2020, en pleno auge de la pandemia.

A finales del 2019, cuando Covid-19 era sólo un virus que atacaba en China y lo veíamos por televisión, Ana recibía en su casa a 80 niños y niñas del barrio, a los que les ofrecía el almuerzo y la merienda los días martes, jueves y viernes. Con el correr del tiempo, la mujer pudo techar el patio gracias a la donación de chapas que realizó una familia que prefirió mantenerse en el anonimato.

Cuando la pandemia llegó al país y el gobierno anunció la cuarentena obligatoria, los vecinos del barrio, en su mayoría vendedores ambulantes, perdieron su fuente de trabajo y la comida comenzó a faltar en las mesas. En ese contexto de crisis, Ana vio que más chicos se acercaban a su casa a pedir un plato de comida. Ahora no son ochenta, son cien. Y, mientras aumentaba la demanda, Ana notó que ya no podía sostener el espacio como en 2019. Por eso, tuvo que reducir los días de comida, que pasaron de tres a dos por semana. Ya no se come los martes, jueves y viernes, se come cuando hay algo para cocinar.


La crisis también golpeó a Ana y su familia, quienes se dedican a la venta de frutas y verduras en la feria de Banda del Río Salí. Antes de la pandemia, los miércoles y sábados eran los días fijos de venta. Ahora eso cambió. “Hace más de dos semanas que no voy a la feria, porque no se vende nada”, dice con la voz entrecortada.

Con dos aumentos consecutivos en el precio del pan, Ana puso a toda su familia a masar. En total, 12 kilos de harina pasan por las manos de sus hijos, quienes la ayudan a preparar grandes piezas de pan, que luego se cortan en rodajas y se reparten entre los niños. Cuando se queda sin gas en la cocina (utiliza tres garrafas de 10 kilos por mes), Ana enciende fuego en un rejunte de cajones de madera y cocina, si las condiciones del tiempo se lo permiten.

Actualmente, la mujer y una de sus hijas preparan 35 raciones de comida para casi 100 chicos. A razón de 3 niños por familia, el merendero Reyes alimenta a 12 familias del barrio. "Pero tengo un caso de un matromonio que tiene diez hijos. Todos comen de una misma ración: el padre, la madre y los hijos. Comen doce de una bandeja", relata. “Yo trato siempre de darle un plato bien cargado, un guiso con carne o una polenta con salsa, pero ahora no tengo ni alitas de pollo para darles”, se lamenta.


A causa de la pandemia, Ana ya no sirve la comida en los mesones de madera. Cada niño, o sus padres, retiran sus raciones de comida para llevarlas a sus casas. Ella los recibe con guantes, barbijo y alcohol en gel. “Yo tengo todas las medidas de seguridad para cuidarlos. Todos los que vienen a buscar la comida tienen que tener barbijo, y yo les pongo alcohol en las manos”, cuenta. Hoy Ana cuenta sólo con esos tres kilos de fideos, dice que los va a hacer rendir, pero quien sabe.

Aquellas personas interesadas en donar alientos no perecederos, leche o carne, pueden contactarse con Ana a través del perfil de Facebook del merendero (www.facebook.com/merenderoreyes.merenderoreyes), o enviándole un mensaje a su celular 3816378151.