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"No han muerto, están subiendo a la cumbre más alta": A 26 años de la tragedia de los chicos del colegio Monserrat

HISTORIAS DE ACÁ

El 22 de enero de 1995, ocho tucumanos perdieron la vida víctimas de una avalancha tras escalar el Cerro Sollunko en las cercanías del Machu Pichu. La noticia conmovió a la provincia, a Argentina y a Perú.





Parece un domingo como cualquier otro, incluso más tranquilo, porque es enero y la ciudad funciona a media máquina. Las calles están vacías y el año 1995,  que acaba de comenzar y es electoral, todavía no muestras las paredes empapeladas con afiches de Bussi, Olijela Rivas, Rodolfo Campero o José Vitar.

La incertidumbre política se reduce solamente al plano provincial porque los cuatro años de Palito no dejan bien parado al peronismo y Fuerza Republicana no para de crecer. A nivel nacional, Menem tiene cocinada su reelección y ni Bordón, ni Massacessi podrán arrebatarle la presidencia.

Tucumán extraña ese domingo a miles de tucumanos que decidieron vacacionar en otros puntos del planeta. Entre ellos, grupo de adolescentes del grupo Andino Monserrat que viajó a Perú a cumplir con varios de sus sueños.

Conocer Machu Pichu y escalar al pico de más de 5.000 metros eran los principales objetivos de los jóvenes que habían partido desde Tucumán el 11 de enero. Tras varios días recorriendo el noreste y Bolivia, arribaron a Cuzco el 18 de enero. Es tarde se comunicaron con sus familias por última vez y avisaron que estaría unos días incomunicados porque emprendían su expedición montaña arriba.

El grupo estaba compuesto por 12 personas: el guía Sergio Rodríguez de 26 años; El preceptor Gabriel Bazan; los profesores Cristian Rivero (25 años) y Pablo Palavecino (de 23); los jóvenes Adriana Rodríguez, de 19, Mariana Lara, de 18, Silvana Álvarez, de 17, José María Sánchez, de 15 y Andrés Rodríguez, de 14, Pablo Toranzo Rossi, de 17 años, Eneas Toranzo Rossi, de 16 y Teresa Robles de 14.

El 19 ya estaban transitando el Camino del Inca hacia Machu Pichu. Ahí empezaron a debatir cerro escalar: la idea subir al Salkantay cuyo pico tiene 6271 metros y los últimos 200 metros suelen estar cubiertos de hielo. Esta última variable fue la que terminó de inclinar la balanza por el Sollunko que superaba los 5000 metros y era mucho más accesible para llegar a su cumbre.

El 21 de enero acamparon y el 22 madrugaron con la intención de hacer cumbre. Al despertar, el preceptor Gabriel Bazan se sentía muy mareado, los alumnos Eneas Toranzo y Teresa Robles tampoco se sintieron bien y decidieron no subir el Sollunko a último momento. Los otros nueve, emprendieron la aventura con éxito.

Unas horas después la felicidad los invadía, estaban en la cumbre del Sollunko. Se fotografiaron sonrientes y disfrutaron del paisaje y de su propia proeza. Había cumplido un sueño.

Ya estaba bien entrada la tarde cuando empezaron a bajar. No habían pasado demasiados sobresaltos hasta que una avalancha arrasó con todo y con todos, menos con Pablo Toranzo Rozzi que  logró aferrarse a una piedra que le sirvió de refugio para mirar desde allí, milagrosamente a salvo, como la naturaleza arremetía contra sus 8 compañeros de expedición.

Pablo quedó desolado, tiritando de frío, de miedo, buscó a sus amigos, les gritó, pero no los encontró, y volvió al campamento: “hubo una avalancha”, le resumió al precepto Bazán mientras el corazón se les estrujaba a ambos.

Salieron a buscarlos con la ayuda de algunos baqueanos, los encontraron y las noticias fueron las peores: todos estaban muertos. La fuerza de la nieve y la montaña derrumbándose cuesta abajo había sido demasiado para ellos.

Tardaron varias horas en llegar los rescatistas de las fuerzas peruanas. Mientras tanto, los sobrevivientes, cuatro en total, recibieron asilo de algunos pobladores de la zona.

Unos helicópteros trasladaron los cuerpos muertos y vivos a Cuzco. La noticia conmovió a Tucumán, a Argentina y a Perú. La prensa bautizó al hecho como la Tragedia de Sollunko.

Los familiares de las víctimas viajaron a Perú en vuelos que el Gobierno Nacional puso a disposición. Allí se fundieron en abrazos de dolor y contención con los sobrevivientes. 



El regreso a se dio en medio de una tormenta y el aeropuerto lleno fue el escenario de una conmovedora recepción del pueblo tucumano a los jóvenes que cumplieron un sueño, pero no pudieron vivir para contarlo: "No han muerto, estás subiendo a la cumbre más alta", rezaba una bandera orgullosa conmovedora.

El velatorio fue multitudinario en el colegio Monserrat y la Avenida Belgrano estuvo clausurada por varias horas. Los transportes públicos ofrecieron traslados gratuitos a los diferentes cementerios en los que se realizaban los entierros.

Pablo, el único que llegó a la cumbre y pudo sobrevivir, se convirtió en un reconocido fotógrafo documentalista, destacándose por sus trabajos, entre otros, en el penal de Villa Urquiza. En marzo del 2019 falleció tras pelear varios meses contra una enfermedad. Tenía 40 años.

Tucumán lloró sus ocho jóvenes hace exactamente 26 años, y hoy, con el deber de la memoria intacto, los recuerda otra vez: “Ellos son mis amigos, son parte de mi vida y no tengo dudas que me ayudaron a sobrevivir estos años. Ellos están cara a cara con Dios ahora. Ellos están mejor”, dijo hace algunos años el preceptor Gabriel Bazán que hoy, como siempre, mira al cielo y los extraña.