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"Es único lo que vivís": imágenes y sensaciones de un joven padre tucumano

HISTORIAS DE ACÁ

Joaquín llegó a la vida de papá Máximo y mamá Cecilia hace un añito: cómo cambia la vida un niño que nace bajo luna llena tucumana, que sonríe bajo el sol, que juega con los perros de la plaza Urquiza y que sueña con su propia canción de cuna. VIDEO

Máximo, Joaquín y Cecilia: hora de tocar la guitarra, cantar y bailar.





Hace un añito y un puñado de días, nació Joaquín. Ese martes 18 de junio había luna llena en Tucumán, pero para que Joaquín abriera los bolones y viera esa luna tucumana, tamborcito calchaquí, faltaba un empujoncito. Al bombo de mamá Cecilia le faltaban las melodías de papá Máximo, unos acordes, una melodía que descomprimiera la tensa cuerda del canto más esperado: el primer llanto. "Es único lo que vivís", jura el papá poeta.

Un año después, es Joaquín este bebé hermoso y cachetón que se lleva todas las sonrisas de las señoras que empiezan a quitarse el barbijo de a poquito en Plaza Urquiza, que dejan su cara al sol, que cierran los ojos para sentirlo más, y que cuando terminan de quitarse el barbijo ya sí la sonrisa es toda para nuestro niño protagonista.

Es Joaquín, quien en su cochecito empujado por Máximo, habla con la mirada: mira a su papá, le señala a los perros que se echan sobre el césped de la plaza, agita los bracitos de michelín como si quisiera abrazar a los perros, un bebé en pañales que de a poco empieza a convertirse en un pequeño emperador: es Joaquín quien decidirá todos los pasos de la mañana.

Es Joaquín quien sacará desde su trono móvil el dedito índice, señalará la cámara, manotearía un micrófono si lo tuviera cerca como hacen los niños en las notas, pero son las manitos de Joaquín las que se agitan cuando se acerca a la histórica calesita de la plaza. Es el momento cuando Joaquín saldrá del cochecito, se parará como un pequeño hincha contra el alambrado, mirará los caballos todavía quietos por la cuarentena y volverá al cochecito para emprender el regreso a su casa.

Ya volverán los tiempos para que Joaquín se tire junto a su papá por los toboganes de cemento de la plaza Urquiza, para que sienta la adrenalina del pasamanos, para que vaya y vuelva y vaya y vuelva en la hamaca, para que suba y baje y suba y baje en el subibajas, para que abrace a los perros de la plaza y también para de un mordiscón se coma un algodón de azúcar bajo la sombra del árbol plantado a fines del 1800, sentado en el cantero por donde alguna vez más de un ñino tucumano ha mirado sus hojas.

Hasta que regresen por completo las alegrías de una plaza, el tobogán para Joaquín será la montañita de las vías del tren que lindan el cuartel de bomberos, dejando atrás la fachada de los dulces Chaquiago, pasando sus rueditas sobre las hojas del otoño, esquivando las naranjas bajo las ruedas de los autos, y entonces sí: el regreso al hogar.

Es la puerta de la casa que se abre de par en par, los banderines y los globos rojos todavía inflados por el cumpleañitos del jueves, los globos rojos junto al pañuelo verde como los helechos y las plantas del patio donde llega la melodía, la canción de cuna, los rasguidos en las manos de su padre, para que baile Joaquín baile, hasta que sea la hora de la teta y se comiencen a cerrar los ojitos, los bolones de Joaquín cerrándose despacito, para que sueñe Joaquín, para que sueñe y viva gordo lindo.