"Yo tendría que estar muerto": el crudo relato de un adicto a la droga
Historias de acá
El músico tucumano Fernando “Negro” Burgo tuvo un pasado marcado por la cocaína y desde hace más de tres años que lucha día a día para superar la adicción: “Tu vida se vuelve ingobernable, no podés vivir sin la droga y tampoco con ella”.

Si el baterista tucumano Fernando Burgo mira hacia atrás y busca en el hombre que fue, hoy se siente una persona dichosa. Su vida era el martirio culposo de la cocaína, las deudas y las mentiras. Una trampa circular a la que acudía para escapar de la realidad y que, con el tiempo, se volvió la realidad misma y su propio laberinto sin salida. Él sabe bien cuando fue que logró zafar de la encrucijada que le ofrecía la adicción a las drogas, ese camino con tres destinos posibles que todo adicto conoce y que repite como un mantra: la cárcel, el hospital o el cementerio. El músico que todos conocen como “Negro” se sabe alejado de la oscuridad, pero sólo por ahora. Por eso hay mucha mesura en esa victoria íntima cuando dice:
- Tres años y cinco días limpio.
“Es una enfermedad, no es algo que uno decide hacer, sino que, de repente, se encuentra ahí. Yo por hacer las cosas que hacía, terminé en una oscuridad de la que no podía salir. Hoy te puedo decir que son muchas cosas las que te llevan a eso: compulsión, autoengaño, egocentrismo… son cosas que uno no quiere ver y lo más fácil es el escape. Ojo, no estoy hablando de la droga, sino de la adicción. La adicción es cuando tu vida se vuelve ingobernable, no podés vivir sin la droga y tampoco con ella”, reflexiona el músico de 36 años.
Negro Burgo no culpa a la noche ni a la música ni a quienes estaban esa vez con él cuando probó cocaína. Pasó mucho tiempo para que dejara de culparse todo el tiempo a sí mismo por haber cruzado esa línea. Recuerda que fue hace aproximadamente doce años, durante una gira con una banda de folclore en la que tocaba y en un after después de un recital: “Soy músico y por ahí en la noche es algo natural, pero no creo que la noche debilite los corazones. En mi caso creo que fue por la necesidad de pertenecer, cuando querés pertenecer a un circuito determinado de gente y siempre pensás que la vas a manejar. No hay nadie más banana porque se droga, yo tenía ídolos con los que consumía y tomaba sólo por querer estar con ellos. Después esa gente me ha dicho yo también quiero parar. Nadie quiere estar enfermo, esa es la verdad, esta es una enfermedad que vos te la producís constantemente y que no tiene cura, sólo se la puede tratar”.

“Al comienzo me convidaban o me regalaban y después la empecé a necesitar yo”, recuerda el músico el momento en que comenzó a volverse adicto, aunque de eso se daría cuenta mucho tiempo después. Al principio, no creía que la droga fuera un problema en su vida. Mientras, se sucedían las noches interminables sin dormir y las mañas para conseguir el dinero para comprar más, hasta que después llegaba la culpa que se fue volviendo un lastre cada vez más pesado y tortuoso de llevar: “Yo no me he dado cuenta cuando era adicto, pero sí, cuando me pasaba el efecto, empezaba a sentir mucha culpa. Porque seguro me había moqueado, había mentido dónde estaba, me había gastado toda la guita y después tenía que devolver la plata, ver de dónde la sacaba. Uno lo empieza a justificar. Te decís si lo puedo manejar, la puedo pilotear y así te empezás a mentir. Estás introduciendo a tu organismo algo que no necesitás y que te aleja de la realidad y después no sabés cuál es la realidad. La verdad que te atrapa, la adición es celosa, te atrapa y no te quiere soltar y no sabés cómo hacer para zafar”.
Hoy, cuando mira hacia atrás y revisa en ese pasado no tan lejano, Negro Burgo no puede evitar pensar en todos los peligros que ha atravesado cuando era adicto. Cree que le podría haber tocado cualquiera de los tres caminos a los que conducen las drogas, incluso el que lleva hacia la muerte: “Yo tendría que estar muerto. Mirando para atrás, veo que me he salvado millón de veces. Me metía en cualquier lugar para comprar droga, no sabés ni qué día ni qué hora es, estás con gente que no sabés quién es. Vas cambiando de círculo de amigos, te juntás con la gente fisura para que no se vea la tuya”. Una vez, a un amigo que fue a comprar una bolsa le pegaron un tiro en una pierna. Y ese podría haber sido él. Otra, salió de una fiesta para comprar y, cuando regresó, encontró a la policía allanando el lugar. Y ahí podría haber estado él. Tampoco estuvo muchas veces que familiares y amigos lo necesitaron porque su existencia era casi fantasmal: salía sin saber cuándo volvería, volvía sin volver del todo, estaba sin estar.
- ¿Cuándo sentiste que tocaste fondo?
- He tocado fondo varias veces. En ese tiempo yo nunca había pensado en mí, nunca me había mirado bien adentro mío y no sabía por qué. Era como Jekyll y Hyde, hacía un paso y retrocedía dos. Hasta que un día me he rendido, he bajado los brazos. Estaba rodeado por la situación y dije me rindo. He dejado que me ayuden porque solo no podía, esto es algo que no se puede solo.
La imagen que puede graficar aquellos años de oscuridad es la de alguien cavando un pozo cada vez más profundo del que se intenta salir hacia abajo. Mientras, arriba, la luz se vuelve cada vez más lejana. Un día, a ese hueco en el que se encontraba el músico llegó una soga. Fue un sábado de resaca encerrado en un monoambiente con la culpa, una vez más, socavándole el pecho. El domingo se bañó, se cambió y fue a pedir ayuda a familiares y amigos. No podía más. Al otro día a las siete de la tarde, participó de su primera reunión en un grupo de narcóticos anónimos: “Fui agachando la cabeza, no sabía qué me esperaba. He subido las escaleras y me he encontrado con gente muy loca y muy linda. He sido la persona más importante ese día, me han abrazado, me han dado amor, me han dicho muchas cosas lindas… Yo venía de la insensibilidad total, venía juntándome con gente que realmente no me quería”.
Al día siguiente, lo primero que hizo fue cambiar de teléfono: “Los números que tenía eran todos dealer uno, dealer dos, dealer tres, prestamista uno, prestamista dos… Entre los adictos nos conocemos las mañas”. Suena a lugar común, pero Fernando asegura que no lo es, porque ese proceso de cambio rotundo no podría haber sucedido sin el apoyo que recibió de sus familiares, amigos, su compañera y su hija: “No ha sido tan difícil para mí porque tengo el apoyo de mi familia y de mis amigos que no me juzgaron. Desde el primer día no me guardé nada. Mucha gente me cuidaba, muchos de ellos y de ellas se han interesado después en el tema y muchos me han consultado cómo había hecho porque ellos también querían salir”.
Desde entonces, Negro Burgo empezó a asistir de lunes a sábado al grupo donde se encontró con todo tipo de personas que habían atravesado experiencias similares a la suya, incluso otros músicos a los que admiraba: “Hay de todo, linyeras, maestras, profesionales, médicos, abogados. Todo lo que se ve en la calle, está ahí. Uno puede ir y encontrarse con alguien que fue su profesor en la secundaria”. El grupo funciona de manera anónima y con redes que se extienden por todo el mundo. En las reuniones comparten sus vivencias, sus problemas, literatura sobre el tema. Quien dirige el grupo no es un médico ni un psicólogo, sino otro adicto. “Esta es una enfermedad que no tiene cura y solo se puede tratar. A algunos les resulta la psiquiatría, a otros la religión, a muchos grupos, o todo eso junto. El grupo donde estoy es como una confraternidad donde todos tienen el mismo problema”.
Ahora, debido a la pandemia y a la cuarentena, el músico que toca junto a artistas como Los Surcos, Leandro Robin, Nancy Pedro y en sus propias bandas Lumineria y Pa'Ladrar Fino, sigue las reuniones grupales a través de videollamadas y hasta coordina su propio grupo. Desde entonces, confiesa que hubo momentos en que ha sentido la tentación de volver a consumir droga, pero lo ha podido sobrellevar. Es por eso que se lo plantea como un combate permanente consigo mismo, con aquel que fue y ya no quiere nunca más volver a ser: “He tenido deseos de consumir alguna vez, pero no me puedo dar el lujo de la duda. Mi problema es que no tengo control, no lo puedo manejar. Por eso digo que es sólo por hoy, la lucha es día a día. Es un alivio pensarlo así, tengo que ver cómo me siento hoy. Es lo primero que nos preguntamos los adictos. La culpa es inmanejable, por eso es que volvés a consumir. Hay compañeros que no la aguantaron y se mataron. Hoy por hoy, siento que ha sido un aprendizaje, no tengo miedo, siento que puedo afrontar mil cosas sano que antes no podía porque estaba puesto. No estoy orgulloso, siento que las cosas no tenían que haber sido así. Ahora pienso que hay que involucrarse con la gente que tiene este problema y no señalarlos. Hay que luchar para que la otra persona esté bien”.
- ¿Qué le dirías a alguien que está atravesando algo similar a lo que vos viviste?
- Que se deje ayudar. Si yo tuviese que hacerme caso a mí, seguiría en cualquiera. He dejado que me ayuden porque yo no me veía fisura, para mí estaba bien. Le diría que sí se puede, pero solo no se puede.
Fernando Negro Burgo sabe que un día sin volver a consumir, es un día ganado. Por eso, cuando se despierte mañana y se vea en el espejo, podrá decir:
- Tres años y seis días limpio.
