"112 años entre los dos, líder": el atípico cumpleaños de los mellizos Orellana
Historias de acá
Por primera vez desde que compartieron el vientre de su madre, a José y Enrique Orellana hoy les toca festejar por separado. Cómo se les arreglaban para jugar de titulares en el mismo equipo, el regalo más sorprendente que se hicieron y otras anécdotas de una simbiosis vital y política.

José y Enrique, dos en uno. Crédito: La Nación.
El queso y el dulce, el sanguche de milanesa y la miranda manzana, Batman y Robin, Maradona y Caniggia. Hay seres y cosas que parecen predestinadas a estar juntas porque reunidas son mucho más que dos. Nacidos de un mismo vientre, bajo el signo de Tauro y en la fecha en que se le rinde tributo a la virgen de Fátima, los mellizos José y Enrique Orellana no necesitaron que Dios los criara para luego juntarse porque ya nacieron juntos y así siguen hasta el día de hoy que, obligados por la pandemia global, les toca por primera vez en 56 años festejar sendos cumpleaños por separado y sin la fiesta multitudinaria que suele vivirse en Famaillá para la ocasión. “Uno no puede estar diciéndole lo a la gente lo que tiene que hacer y no dar el ejemplo. Hoy no están dadas las condiciones para hacer una de más”, reflexiona José desde su casa. A sólo 150 metros de ahí, también en su casa, Enrique le tira flores: “Mi hermano es el último caudillo del peronismo tucumano”.
- ¿Cuántos años cumple?
- 112 años, bien vividos, entre los dos, líder… Yo he nacido por partida doble – responde sin dudar el intendente de la ciudad de Famaillá José Orellana desde su casa.
Si hay en la provincia una ciudad pródiga en festejos esa es Famaillá. Ahí se celebra la fiesta nacional de la empanada, la fiesta nacional de los mellizos, la navidad, el carnaval, el inicio de la temporada en el balneario. Pero hay una fecha que no necesita figurar en ningún calendario oficial para ser celebrada por los famaillenses: el 13 de mayo, día del cumpleaños de José y Enrique Orellana. El ritual suele ser el mismo todos los años. Al mediodía, cada uno conmemora por su lado junto a sus amigos y hacia la noche ambos festejos convergen en uno solo, multitudinario y popular. Sin ir más lejos, el año pasado la gente colmó la carpa de Estela Pachado, una de las empanaderas insignes de la ciudad. Esa fiesta, tumultuosa en cantidad y extendida en calidad, llegó a convocar a más de diez mil personas, se jacta José.
Pero ahora, pandemia de coronavirus mediante, las celebraciones se limitaron al fuero más íntimo de los dirigentes. Es un cumpleaños atípico, el primero que recuerdan festejar ambos por separado. “Esto sabía ser que a la mañana venía la gente a saludarnos y todo desembocaba a la noche en un solo evento. Este año cero, todo es inacción porque es lo que corresponde en este momento. No estamos lejos, pero él no ha podido venir ni yo pude ir. Ya pasará esto y vendrán los tiempos de los festejos. Eso sí, estuvo la alegría de recibir un nuevo año”, cuenta José de flamantes 56 recién cumplidos. El encuentro, mesurado, fue anoche en la casa de su hermano Enrique con una pequeña cena familiar que siguió los protocolos de cuidado recomendados, aclara. Los abrazos fraternales y efusivos tendrán que esperar por el momento.
“Ahora estoy estudiando un poco. Ha sido un día lindo, pero un poco quieto. Es el primer cumpleaños que pasamos así, en la intimidad, José en su casa y yo en la mía. No queda otra, hay que cumplir las reglas del juego. Si Dios nos da vida y salud, el año que viene nos vamos a desquitar”, cuenta el legislador Enrique Orellana desde su casa, a sólo 150 metros de donde vive José y donde ahora se encuentra estudiando para finalizar la carrera de abogacía en la universidad San Pablo T. Le quedan seis materias y la tesis y por estos días sigue con el cursado de manera virtual. Si bien confiesa que ha extrañado y mucho la presencia de su hermano en este día, cuenta que no faltaron los saludos y el afecto de cada año. “Los trabajadores municipales siempre se dan escapadita para saludarnos. Vamos a tratar de recuperar todo este tiempo perdido. Lo que nunca para es el reloj, ese es el verdugo más grande que tiene la vida. Todos siempre jugamos en contra del reloj, pero vamos a salir adelante por el bien de Famaillá”, dice en tono reflexivo quienes muchos definen como el más parco de la dupla de los Orellana en contraste con el histrionismo característico de su hermano.
Los festejos de cumpleaños no siempre fueron multitudinarios para los Orellana. José rebusca en su memoria las celebraciones compartidas en la infancia y no encuentra demasiadas postales de aquella época: “Cuando éramos chicos no me acuerdo festejar nunca un cumpleaños, no sé si no había con qué o no le dábamos importancia entonces, pero siempre hemos sido unidos con mi hermano. Tampoco era que nos regalaban muchos juguetes. Nuestra vida no es que ha sido sufrida porque amor no nos faltaba, pero a los seis años ya hemos salido a lustrar zapatos”. Ahora, los regalos y los saludos no han dejado de llegar a la casa de ambos. “Recibí unos buenos presentes: camisas, perfumes, camperas y algunos vinos también. Han sido más de 3000 mensajes de WhatsApp que me llegaron, creo que eso habla del vínculo que tenemos con la gente”. Entre esos mensajes de afecto se destacaron la llamada que recibió del vicegobernador Osvaldo Jaldo y del legislador Claudio Ferreño, muy cercano a Alberto Fernández, quien le hizo llegar el saludo del Presidente.
“Siempre que me voy a algún lado le traigo un presente a Enrique, una buena camisa, una buena campera… En eso él siempre fue muy generoso también, la vida es un eco de lo que hacés, como se dice: cosechás lo que sembrás y con él nunca hubo mezquindad, todo lo contrario. En nosotros, esa simbiosis de dos en uno está marcada a fuego”, revela José quien recuerda un regalo muy particular que le hizo Enrique cuando encaró su primera candidatura a concejal. Entonces, como no tenía ningún medio de transporte, había empezado a hacer la campaña a pie hasta que su hermano le regaló un auto, era un Citroën 3CV un poco flojo de chapa y pintura: “Cuando yo andaba a pie, el me regaló un Citroën que te agarraba tétanos si chocabas con el auto. De eso no me olvido nunca, me ha dejado lo único que tenía para que yo pueda hacer la campaña. Estaba en el mecánico cada dos por tres, lo único que tenía de bueno era que no gastaba mucho en combustible”.
Según confiesa el actual intendente de Famaillá, ni él ni su hermano eran demasiado virtuosos jugando al fútbol. Es más, define al estilo de los Orellana como duro y de evidente inutilidad, pero se daban maña para tener su lugar en el equipo titular: “Al equipo de nuestro barrio lo hacíamos nosotros. No éramos los mejores, pero armábamos el equipo, éramos los dueños de la pelota como se dice. Siempre nos hemos ingeniado para estar en los mejores lugares y siempre hemos conquistando nuestros sueños”.
Dejando de lado por un momento los recuerdos de aquel pasado donde nunca falta la compañía de su hermano, José vuelve a este presente de pandemia para referirse a cómo se está librando en Famaillá la lucha contra el coronavirus y el dengue: “En coronavirus estamos en cero y en dengue en menos de diez infectados por el momento. Por ahora la llevamos bien porque estamos trabajando con el gobierno de la provincia y de la nación. Acá no escatimamos el esfuerzo en desmalezar y fumigar. Desde la municipalidad estamos acompañándola a la gente, tratamos de que la gente no se amontone en los bancos. Queremos que la muni proteja y cuide a la gente. Creo que tenemos un trabajo muy visible en ese sentido”.
Cuando uno habla con José, gran parte de la charla se va en tirarle flores a su hermano. Cuando uno habla con Enrique, pasa lo mismo pero al revés. Aseguran que a veces sus puntos de vista no coinciden, pero si hay algún enojo, este no dura más de doce horas. “Tenemos los mismos sueños y las mismas inquietudes, nos entendemos y nos compremos sin haber conversado. Muchas veces no necesitamos hablar porque ya sabemos cuál es la decisión del otro. Somos uno en dos o dos personas en una. No necesito esforzarme para tratar de comprenderlo porque ese hombre es la otra parte de mi ser”, argumenta Enrique para quien su hermano es el fiel exponente de lo que presenta como una especie en extinción dentro del ecosistema político local: “Es el hombre con más trayectoria política en Tucumán, es el último caudillo peronista de la provincia”. Asegura que una carrera de más de treinta años en la función pública y diez cargos electivos son pruebas suficientes de lo que dice. Claro que nada de eso lo hizo solo, él siempre estuvo ahí. Hoy, hasta la cuenta de Facebook de ambos es compartida.
José y Enrique, Enrique y José, el orden de los factores no altera el producto reza la regla universal que se replica en este caso: para quienes los conocen y para quienes no, son, simplemente, los mellizos Orellana. Un caso único, mejor dicho, doble, de simbiosis en la vida y en la política vernácula. Para José, la excepcional longevidad política de los Orellana se explica en ese ser único de 112 años, dos cabezas y cuatro ojos. No se cansa de decirlo: Enrique representa los ojos que él no tiene a sus espaldas y viceversa. Sin dudas, un extravagante ser de la mitología peronista digno de Famaillá, la ciudad de las réplicas y de los singulares mellizos, valga el aparente oxímoron.