Alberto, Francisca y la cuarentena en la cárcel de Villa Urquiza
HISTORIAS DE ACÁ
En plena cuarentena obligatoria hay un aislamiento más profundo, el de quienes tras los muros están incomunicados, a la espera de una señal de esos familiares que no ven hace semanas.

Durante la cuarentena el Penal de Villa Urquiza suspendió las visitas.
Son las 9 de la mañana y desde hace unas horas que Francisca está en su local de comidas de barrio El Bosque. Por la cuarentena tuvo que levantar las mesas, pero todavía puede vender para llevar y enviar a domicilio. “Puse este negocio por Alberto, para que cuando saliera no fuera tan difícil la reinserción”, dice mientras cocina lo que va a despachar al mediodía.
Francisca y Alberto llevan más de tres semanas sin verse luego de que se decidiera en el penal de Villa Urquiza suspender las visitas por cuarentena social y obligatoria. “Y parece que van a estirarlo un mes más. Vi que algunos dicen que para mediados de mayo recién vamos a poder entrar para ver a nuestros hijos”.
“Para los presos, las visitas son el sostén principal, ellos nos esperan siempre. Es el momento más feliz de la semana”, explica Francisca, que desde el 2013 cuando su hijo quedó detenido, nunca ha faltado a la cita y todos los miércoles y todos los domingos, está ahí firme, aún en los peores momentos. “Hace siete meses murió uno de mis hijos. Ese día también fui a visitar a Alberto, tenía que acompañarlo con la muerte de su hermano”.
La mujer, cuenta que tuvo que luchar por los derechos de Alberto y hoy la situación ha mejorado mucho: “Hace siete años, la Unidad 9 era de máxima seguridad, las visitas eran restringidas y no podíamos llevarle comida ni materiales de limpieza. Ni siquiera tenían luz. La cosa ha cambiado, hasta ventiladores hay, tienen televisores y están en condiciones más humanas”.
Sobre este tema prefiere detenerse Francisca, ella reniega mucho del lugar que la opinión pública suele otorgar a las personas privadas de la libertad: “Yo leo en el Facebook o escucho en la calles a gente pidiendo que todos los presos se mueran, diciendo que no merecen ni el más mínimo derecho. La gente cree que son animales que tiene que ser castigados y eso me da mucha bronca. Además se dicen muchas mentiras, como supuestos sueldos que cobran por trabajar que no son reales”.

“Yo siempre he tenido otra mirada sobre la gente. A mí me tocó sufrir mucho, he perdido un hijo por consumo de paco y tengo a otro en la cárcel. Aun así trabajo todos los días para ellos y para salir adelante”, relata Francisca.
En estos días de aislamiento preventivo en los que madre e hijo no se pueden ver, ella va cada vez que se lo permiten va a dejarle a su hijo mercadería: “Ayer hicieron pastafrola y pizza casera con las cosas que les lleve. Él tiene muy buena relación con sus compañeros de sector y entre todos se organizan para cocinar, limpiar y todo lo que haya que hacer”.
Además de las dificultades para verse, también las tienen para hablar por teléfono: “Normalmente el me llama tres veces al día, pero ahora no anda el teléfono de monedas, tiene que manejarse con tarjetas y le queda poco crédito y no se están consiguiendo más, por lo que me habla solo a la noche, antes de dormir. Con otros familiares venimos pidiendo que les dejen pasar un celular, para que podamos estar comunicados, en estos días lo tienen que aprobar”.
“La mayoría de los familiares estamos en contacto entre nosotros y luchamos para que ellos estén lo mejor posible, movemos cielo y tierra para conseguir mejores condiciones”, agrega Francisca, a la espera de que el final de las visitas en la cárcel esté muy cerca: “Ya se están terminando los siete años de condena, en cinco meses saldrá en libertad y para eso puse el bar, para que pueda trabajar aquí. Él siempre tuvo capacidad para la gastronomía”.
Más allá de la alegría que le provoca saber que su hijo volverá a estar en libertad, también sabe que el desafío mayor viene después: “Ellos viven en una burbuja, están encerrados y no es fácil. Están ahí esperando que los visitemos y les llevemos comida y ropa. Nosotros afuera estamos más solos que ellos y vivimos una realidad que es difícil de llevar. Él, cuando salga, tardará mucho en volver a adaptarse y reinsertarse. A veces, el afuera, la calle puede ser más dura que la cárcel”, concluyó Francisca, y siguió preparándose para la llegada de los primeros clientes que todos los días llevan la comida de su bar.
