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"No tomo ni un Geniol": Delia es la matriarca de Villa Muñecas y cumple 98

Historias de acá

Entre sus nietos, bisnietos y tataranietos ya son casi 150. Esta es la historia de “Mecha” Romero y su vida casi centenaria que hoy suma un año más: “No he aprendido a fumar, ni a tomar ni a bailar”.

Toda la familia reunida alrededor de "Mecha".





Es sábado por la tarde y el jardín que da a la calle Viamonte al 2300 está tan lleno de plantas como de gente. Hay niños correteando entre las piernas de los adultos y adultos que forman un semicírculo en torno a la mesita ratona donde descansan mate, bollo y pan casero. Sentada en su silla, Delia Mercedes Romero de Rodríguez ocupa el centro de la escena y la atención de los presentes que amontonan los bancos a su alrededor o se mantienen parados ante la falta de lugar donde sentarse. A Delia acá en el barrio todos la conocen como “Mecha” y su vasta familia la llama simplemente “Nona”; aunque para algunos sea madre, para otros abuela, bisabuela o tatarabuela. Hay charlas que se entremezclan con risas y un clima festivo, como de romería o de cumpleaños de barrio. Pero para eso aún faltan un par de semanas y mucha más gente, tanta que el jardín, la casa y el patio no serán suficientes para albergarlos a todos juntos. En la víspera de sus 98, la matrona de Villa Muñecas sonríe con tantas ganas como velas acumula su torta de cumpleaños

- Yo soy nacida el 25 de febrero de 1922. He tenido 12 hijos y los nietos.
- ¿Cuántos son los nietos?
- Y… son como cien- ríe con una risa tan vital como contagiosa- Así es papá… entre los nietos, los bisnietos y los tataranietos ya ni sé cuántos son.

Una de sus hijas sale en su ayuda con la cifra exacta, precisión que le llevó mucho tiempo de recorrido por las diversas ramas del frondoso árbol genealógico: Son 56 nietos, 74 bisnietos y 19 tataranietos. Una prole de 161 personas si se suman los hijos. Asegura Delia que se acuerda del nombre de todos. 

Delia junto a su familia.

Mecha hablará de sus nietos como si ella los hubiera parido, aunque hubo alguno al que le tocó amamantar. La anécdota que cuenta es de 1957. Delia esperaba el parto de su último hijo, Dante Avelino, en el policlínico ferroviario. En el mismo lugar estaba internada su segunda hija, Nelly, quien estaba embarazada de su primera hija mujer, Lilia. La niña nació apenas cuatro días después que su tío, el 14 de octubre. Pero la pequeña Lilia no tenía quién la alimentara porque su mamá se encontraba aislada por una serie de complicaciones en el parto. Las enfermeras le pidieron a Delia si podía dar de mamar a una bebé que lloraba desconsoladamente de hambre y ella accedió. Cuando se la trajeron descubrió que era su nieta. 

De alguna manera, a todos sus nietos alimentó y a los bisnietos y tataranietos que vinieron después. Es que hoy, en la memoria de muchos de ellos, esta casa es el olor del matecocido haciéndose en la olla, del pan casero que Mecha amasaba y de las palomitas de pan que los esperaban cada domingo. Esta casa es también el bullicio de niños en las siestas, escondidas entre los mangos y chirimoyas del fondo, tierra mojada en tiempos de carnaval. Es un tablón infinito poblado de comensales para los cumpleaños y el lugar de encuentro familiar cada fin de semana desde entonces. Tiempo idílico del pasado y refugio cariñoso del presente. 

Delia llegó al barrio siendo apenas una niña cuando esta era una zona de cañaverales y pequeñas fincas. Habían dejado Villa 9 de Julio junto a su padre cuando murió su mamá de un ataque al corazón. Fueron momentos muy tristes recuerda. Pero al poco tiempo se topó acá con el amor que hasta el día de hoy sigue siendo el amor de su vida: “Nos hemos mirado con mi marido y él me ha mirado a mí y ahí nos hemos amado. Yo me casé a los 14 años, me he casado chica porque me había llegado la hora. Con mi marido nunca nos hemos separado y hasta ahora lo lloro. Él ha sido un hombre muy bueno, ha sido especial, ha querido mucho a sus hijos. Todo era para sus hijos y para mí. Hemos tirado en yunta siempre los dos”. Armando Salomón Rodríguez le llevaba once años y era ferroviario al igual que su padre. Era conocido por sus dotes de futbolista, a tal punto de que le habían puesto de apodo “Mata” por el delantero Vicente "Capote" de la Mata que había brillado en el Independiente de las décadas del 30 y del 40. “Lo querían mucho porque hacía goles”, recuerda Mecha. 

Mecha en sus años mozos.

Después de vivir diez años en Embarcación, Salta, Delia y Armando volvieron y se instalaron en esta casa. De eso hace ya más de setenta años. Mecha recuerda que a la par había una escuela y que solía convidar a los changuitos con los bollos y panes caseros que horneaba. Desde entonces este hogar es el epicentro de una familia cada vez más numerosa. Para ella eso es motivo de orgullo y para muchos de sus nietos, bisnietos y tataranietos de admiración: siempre se encuentran con alguien nuevo a quien no conocían y con quien guardan algún tipo de lazo sanguíneo. “Nosotros somos muy unidos. Hemos estado en las buenas y en las malas porque en la vida toca así, épocas buenas y malas”, define la Nona. 

“Ella siempre ha sido una madre amorosa. Tiene un carácter buenito, hay muchos que llegan a esa edad y se ponen de mal carácter, ella no, ha sido siempre cariñosa. Ella ha sido una persona muy luchadora y siempre nos ha cuidado. Es una mamá que, a pesar de sus años, ha estado siempre a la par de nosotros”, reflexiona María Eugenia, su hija de 64 años que comparte los días con ella.  

“Tener una bisabuela es algo maravilloso, para mí es común, pero sé que eso no es el común para toda la gente. Me siento una afortunada de tenerla. Mi bisnona es una mujer maravillosa. Tengo los mejores recuerdos desde que soy chica, siempre fue muy amorosa. Cuando llegaba a su casa nos abrazaba, nos llenaba de besos y nos hacía palomitas de pan. Es como la abuelita ideal de los cuentos”, así la define su bisnieta Adriana Salado de 37 años que, por más que se esfuerce, no consigue encontrar un sólo recuerdo en el que su nona aparezca enojada. En su memoria, Delia es tal cual se muestra ahora, siempre cariñosa y sonriente. 

A Mecha le gusta tejer y amasar, aunque dice que ya se ha jubilado de esa tarea. A lo sumo, ayuda a armar las empanadas para la mesa familiar de los fines de semana. Si tiene que elegir alguna comida como su preferida, se decide por los tallarines y el arroz amarillo. En materia de gustos musicales, le gusta el tango, pero prefiere muchas veces no escucharlo para que la nostalgia no la arrastre al recuerdo de aquellos años junto a su marido: “A mí me gusta la música, pero cuando escucho me pongo a llorar porque me acuerdo de aquellos años cuando era chica”. Tiene gustos sencillos y una vida austera: “No he aprendido nunca a fumar, ni a tomar ni a bailar”. Cuando se le pregunta por aquello que la hace más feliz, no duda un instante ni demora su respuesta: “Los hijos y los nietos, sobre todo, los nietos, me ponen muy feliz y me dan ganas de seguir viviendo”. Tampoco vacila a la hora de ponerle un nombre a su tristeza: “Cuando una se queda sola sufre mucho porque le duele lo que le falta esa persona. Lo más triste ha sido la pérdida de él, de Armando”

Cualquiera que se encuentre con Delia seguro dudará de ese casi un siglo que carga sobre sus espaldas. Hay en ella una calidez que le otorga un aura hasta juvenil. De sonrisa fácil, en cada una de sus respuestas es posible vislumbrar un remate gracioso, ameno, que rompe cualquier distancia y que invita a quererla:

- ¿Y de salud cómo anda?
- Recién ahora estoy sintiendo un poco de… ¡tengo 98 papá! – se ríe y con ella se ríen todos a su alrededor-  Ahora ando un poquito mal de la rodilla, las piernas me andan queriendo fallar. 
- Me imagino que se cuida…
- Nunca me han operado de nada. Yo andaba, a mí me gustaba trajinar. No hacía cama nunca, tenía familia y a los pocos días ya andaba. Yo no tomo ni un geniol, padre. 
- ¿Cuál es el secreto para llegar así como usted?
- Ser bueno y ser tolerante… con los hijos, con los nietos, con las nueras, yo los amo a todos, no hay distinción para mí porque yo lo que quiero es verlos felices a ellos. Por eso le pido a Dios que me dé un año más…Y si me da más, mejor.

Delia, siempre en el centro de los halagos durante uno de sus cumpleaños.

La risa se expande por los rincones del jardín de esta casa en Villa Muñecas por donde hoy transitan cinco generaciones de la familia. Mecha se define como creyente y su estrategia a la hora de soplar las velas de la torta de cumpleaños es siempre la misma: pedir un año más de vida. El próximo año, otro más y así. Pero no quiere esperar a los cien para que le hagan una nota. De alguna manera, esa es una de sus deudas pendientes. Hasta ahora. 

- ¿Qué siente ahora que va a llegar a los 98?
- Y… Siento que no me quisiera morir todavía. 
- Quiere llegar a los cien…
- Claro, así venga usted y me haga otra nota – De nuevo un coro de risas acompaña la ocurrencia. 
- Por supuesto que la haremos.
- Si Dios quiere… Nadie sabe.