Top

Retrato de un amor eterno: Cristina y Diego Armando

Historias de acá

Era 1979 y en Aguilares María Cristina Coronel seguía en las revistas los pasos de un tal Maradona que la rompía en Argentinos Juniors. Fue un flechazo que se tradujo en el mayor homenaje: bautizó a su segundo hijo Diego Armando. Esta es la historia de un amor con alegrías y tristezas; un amor incondicional que perdura en el tiempo. Mirá el emocionante video.




Era la previa del mundial juvenil de Japón en 1979. Para entonces, Diego Armando Maradona ya era la gran promesa del fútbol argentino: quienes lo habían visto jugar en Argentinos Juniors coincidían en que el pibe era un crack y el técnico César Luis Menotti había estado a punto de incluirlo en el plantel de la selección que se coronó en el 78. Maradona sonaba en las discusiones futboleras, pero lejos, demasiado lejos, estaba aún de ser un nombre de leyenda; esa gran efigie de la idolatría popular argentina en que terminaría convirtiéndose después. Al sur de Tucumán, en Aguilares, María Cristina Coronel vio a ese Diego todavía chango de rulos frondosos en una revista. No al Diego campeón mundial ni al Diego irreverente ni al Diego que fascinaría a las cámaras en todos los rincones del planeta. Vio un chico que había nacido pobre y que, contra todo pronóstico, aspiraba a un futuro de grandeza. Lo vio y, así como lo vio, en ese instante, lo amó: “Mi amor nace cuando yo leo un artículo sobre él, sobre su infancia, su vida y que estaba por participar del mundial juvenil. Me ha gustado mucho su empuje, su infancia tan necesitada y el hecho de que él haya podido salir de ahí. Me ha gustado lo que he leído de él y he dicho: si mi hijo es varón, le voy a poner Diego Armando”. Diego Armando, Diego Armando, Diego Armando repitió como en un mantra. Y al poco tiempo supo que esperaba a su segundo hijo: Diego Armando Díaz. 

Cristina transitaba los primeros meses de su embarazo y trabajaba en la fábrica de Alpargatas mientras se jugó aquel mundial juvenil en Japón. Los partidos eran bien temprano por las mañanas, cuando todavía estaba oscuro y el sol no se había asomado en el horizonte. Sus compañeros de trabajo llevaban sus radios para seguir los partidos y, como sabían que ella esperaba a su Diego Armando, acostumbraban a tocarle la panza y a repetir ese mantra, acaso a manera de cábala: Diego Armando, Diego Armando, Diego Armando.

“Él nace en el ochenta. Yo debo ser de las primeras madres que les han puesto Diego Armando a sus hijos. Todos saben lo que yo siento por Maradona, nunca lo he negado, yo lo quiero. Hay muchos que hablan mal de él y eso a mí no me gusta. ¿Sabe por qué muchos no lo quieren? Porque él es común, le gusta la gente común y lucha por los de su clase”, cuenta Cristina con evidente emoción, como reclamando la primacía de aquel homenaje al Maradona todavía no campeón. El Maradona que estaba aún muy lejos de su zenit deportivo y de su canonización popular definitiva: El mundial de México 1986. ¿Cuántos Diegos Armandos habrán venido después rodeados de ese halo de gloria triunfal? ¿Cuántos tributos, cuántas ceremonias, cuántas muestras de afecto y de devoción en cada rincón del país y en tantos otros rincones de tantos otros países? Cristina, en una jugada maradoneana, se les adelantó a todos. Amó al Maradona mundano, no al del bronce eterno, y le puso su nombre al fruto más sagrado.  

Sobre la cómoda del comedor de su casa del barrio Independencia, en Aguilares, entre tantas fotos familiares de sus cinco hijos, se destacan dos trofeos de los Juegos Evita. Son de Cristina que hoy, a los 68 años, se presenta sin modestia alguna como una campeona de tejo. Justamente los Evita, esos torneos donde, en 1973 y en la ciudad cordobesa de Embalse, el Maradona cebollita ya había despertado la admiración de muchos. De su tiempo, a su edad y en su disciplina, ella también es crack. En esta casa donde ahora su hijo, su nuera y su nieto se preparan para comer el guiso de pollo que preparó, el primer televisor a color llegó en 1986. Sólo para verlo a él. Frente a la novedosa imagen a colores, Cristina gritó  como nunca antes un gol y después otro: los de Diego a los ingleses. En la terraza de esta casa, se recluyó a llorar en soledad el dolor que le causó la expulsión de Maradona del mundial de Estados Unidos, en 1994. Cuando fue eso de la enfermera, la efedrina, el doping y las piernas cortadas: “Estaba muy mal, porque es un sentimiento que yo siento hacia él”. Sabe bien Cristina que de risas y de llantos, de alegrías y tristezas, está hecho ese amor. 


“Muchos lo odian y muchos lo aman, es así…”, dice la mujer de pelo plateado que tiene bien en claro su lugar en esa grieta que tiene de un lado a los enamorados y del otro a los detractores: “Yo lo que he admirado siempre es su forma de ser, su sinceridad y que nunca se ha callado para decir las cosas. Todo lo que él ha dicho después ha sido verdad. Nunca lo he abandonado, incluso en los malos tiempos”. Como reza el himno de las tribunas: en las buenas y en las malas, mucho más. No se queda sólo con el jugador, arropa en su cariño al hombre. El de los mil tropiezos, las mil caídas y las mil y una levantadas. Si lo insultan en las redes, no tiene problema en confrontar con quien tenga enfrente. Que no le toquen a su Diego Armando. 

- ¿Usted se define como maradoniana?
- Claaaaro, por supuesto, sin ninguna duda. Ahí está el ejemplo – dice y mira hacia donde está su hijo con la camiseta de la selección del 86, la Le Coq Sportif azul que replica a la casaca más sagrada. 

Diego Armando Díaz nació el domingo 16 de marzo de 1980, un día soleado en una ciudad alborotada por el clásico futbolístico entre Jorge Newbery y Deportivo Aguilares. El otro Diego Armando de esta historia, creció ante los gestos de sorpresa de quienes, al ver su DNI o su libreta de calificaciones de la escuela, le preguntaban siempre: ¿Por Maradona? Es que, al analizar el nombre y la fecha de nacimiento, no terminaban de entender el maradonismo prematuro que lo había bautizado. Al principio, su reacción era de vergüenza cuando otros repetían su nombre; ese nombre que era el suyo, pero a la vez ajeno. Con el paso de los años se fue acostumbrando a que la gente lo nombrara con un cariño desbordado: Diego Armando, Diego Armando, Diego Armando. De nuevo, el mantra. 

“La pregunta que me hacen siempre es si juego a la pelota y qué tal juego. Y yo sí juego, pero no como Maradona, obvio. Juego como yo, hago lo que puedo”, cuenta Diego Armando que es profesor de literatura y estudiante de Comunicación Social. Que juega de diez en la cancha, es derecho y también sincero: “Realmente no soy muy bueno en el futbol, para eso está Maradona”.


Una de las primeras imágenes nítidas de Maradona que recuerda su homónimo tucumano es del mundial del 90, en el partido de la selección ante Italia. Ese día sus padres no lo dejaron faltar a la escuela para ver la semifinal. Una vez ahí, los docentes les permitieron volver a sus casas. Mientras corría y se cruzaba los rostros tristes que anticipaban la derrota, escuchó el grito de gol que conmovió las calles de Aguilares. Al llegar a su casa, en la pantalla del televisor, Diego Armando Maradona se abrazaba a Claudio Paul Cannigia: “A ese gol lo he vivido a flor de piel”. 

“Es el mejor jugador que yo he visto en mi vida. Pero también me gusta de él que ha dicho muchas cosas antes que otros las digan. Antes de que se descubra la corrupción en la FIFA, él había dicho que había una mafia en el fútbol y eso era cierto. Ha sido el primero que ha intentado hacer un gremio de futbolistas a nivel internacional porque él veía, por ejemplo, que los partidos se jugaban en horarios inhumanos, como él lo había sufrido en el 86. También me sorprende su humanidad porque escucho que la gente que lo ha conocido, sus compañeros, dicen que siempre se acordaba de ellos y que ha hecho por ellos cosas que quizás otros no hubieran hecho”, relata Diego Armando para dar cuenta de ese amor que le viene en el nombre y en el cariño de su madre.

En el comedor de su casa en Aguilares, Diego Armando y Cristina se aprietan en un abrazo, en un cariño memorable, en el nombre de un amor que es el amor de todos los tiempos. 

Mirá el video de los maradonianos tucumanos: