El milagro de Cristian, el peluquero del barrio 11 de marzo
HISTORIAS DE ACÁ
Su historia de superación conmueve: fue abandonado, vendió tortillas, perdió todo, vivió en una casilla, pasó hambre, pero un día fue testigo de un milagro y su vida cambió para siempre. "Cómo no voy a bailar mientras le corto el pelo a mis clientes. Soy un agradecido a Dios y a la vida". VIDEOS

Cristian Tale y la clientela fiel que espera su nuevo look.
Cristian Tale es el peluquero del barrio 11 de Marzo que baila alrededor de los clientes. Mientras mueve la cintura como nadie, nunca suelta las tijeras ni las navajas que maneja desde los 12 años, cuando empezó a estudiar manualidades en la escuela María Reina de El Manantial, donde creció. Detrás de cada paso de baile, de cada sonrisa que suelta el peluquero y que contagia en los clientes, hay una historia difícil. "Loco, loco, ay, sí", suena el cuarteto mientras le corta a un vecino del barrio. "Y sí, un poco loco estoy. Siempre me gustó bailar, nunca perdí la alegría. Ni en los momentos más duros".
Es una historia que empieza en el corazón del Manantial, a los 12 años: "Mi padre nos abandonó y tuve que ayudar a mi mamá. A los 14 me recibí de peluquero, pero no conseguía trabajo y me fui a vivir a Buenos Aires. Me tomé un tren y empecé a vivir con unos tíos en Laferrere. Vendía tortillas en los colectivos, garrapiñadas. Ahí empecé con el baile. Siempre quise llevarle buena onda a la gente, pero no alcanzaba y volví a Tucumán para trabajar en una panadería. Ahí sí que era duro".
Mientras Cristian Tale completaba los estudios secundarios por la noche en el Instituto Nuestra Señora del Valle, dormía un par de horas y a las 5 ya entraba a una panadería donde trabajaba por un kilo de pan diario y 19 pesos semanales. Luego fue peor: "Trabajé seis meses sin ver un peso en un taller de electricidad. Ahí sentí hambre. El dueño comía delante mío: pollo, pescado, carne. Y ya llevaba seis meses sin cobrar y no aguanté más el hambre: le pedí si podía irme a mi casa a tomar un café con leche y se enfureció: 'Andá, andá y ya voy a ver si te vuelvo a llamar', me dijo".
Como muchos jóvenes de Tucumán sin posibilidades laborales, Cristian pensó en alistarse en el Ejército y estuvo un tiempo como voluntario. Volvió a Buenos Aires para vender garrapiñadas y una noche no aguantó más: "Estaba en la calle y me paró una 4x4 al lado. Bajó la ventanilla una chica y me pidió cuatro garrapiñadas. Le mentí que el dueño no estaba, que se había ido al baño. Me entró vergüenza. No sé por qué, pero al día siguiente me volví en tren a Tucumán decidido a dedicarme a lo mío".
Carlos Ramón Soro es joyero y quien ayudó a Cristian a pagar los cursos de formación como estilista. Empezó en el Salón Apolo de Córdoba y Laprida. "Al lado de la casa donde venden los trofeos", especifica. Y luego pasó a Boys-Men, otra de las peluquerías más conocidas en la esquina de Muñecas y Marcos Paz. En ese momento empezó a cambiar su vida, pero volvió a tocar fondo cuando se metió con prestamistas y perdió la moto y la casa. "Me mudé a una casilla en la Jujuy al 4000. No tenía ni agua y los pesos que ganaba los hacía caminando hasta Yerba Buena donde cortaba el pelo a domicilio. Todo lo que ganaba era para mis hijos. Vivía a fideo hervido", recuerda.
Pero hubo una noche que volvía a su casilla cuando todo cambió. Vio un cartel colgado de una casa que alquilaba una pieza: "Le dije al muchacho que quería alquilar la pieza para cortar el pelo, pero me decía que no porque ahí dormía. Hasta que cambió de parecer, me dijo que sí, pero le expliqué que no tenía dinero. Era de mil pesos el alquiler por mes. Vendí lo último que me quedaba: una computadora escritorio y unos parlantes a cambio del primer mes".
Lo recuerda bien Cristian Tale porque sólo entraba la luz del alba y no tenía casi nada para montar la peluquería en la pieza que había alquilado: "Me encontraba solo y por esas cosas que pasan me arrodillé sobre el piso y le pedí perdón a Dios. Le pedí que me perdonara por haberlo perdido todo, por todos los errores cometidos. Quizás alguien se moleste pero es una cuestión de fe y sentí que me habló, que me dijo en ese momento que me perdonaba y que nunca me olvidara de mis orígenes".
Cuando terminó ese momento, sonó la puerta: "No había colocado ningún cartel. Era una señora con tres hijos. Me dijo: 'Disculpe, me dijeron que usted corta el pelo. ¿Les puede cortar el pelo a los chicos?' Le expliqué que sólo tenía una banqueta plástica bordó y un espejito de pared. No le importó y me pidió que le corte. Ese día hice 15 cortes de pelo", se quiebra el peluquero que volvió al barrio 11 de marzo, llegó a hacer 90 cortes por día y montó su propia peluquería en Magallanes 1396, cerca de la comisaría 13.
De regreso al barrio, Cristian Tale tiene su peluquería con todos los accesorios y se especializa en el corte a la navaja y con tijeras: "Siempre me gustó cortar así. Un día nos cortaron la luz y saqué el sillón a la vereda. No se fue nadie y todos quedaron contentos con sus cortes. Otra vez se nos inundó. Teníamos el agua hasta las rodillas, desenchufé todo y seguí cortando. Y el baile es un extra: si un cliente viene mal, yo no puedo estar mal. Muchas veces somos sus psicológos. Quiero que se vayan con alegría. Por eso le puse música, luces. Bailo cuarteto, cumbia del recuerdo y hasta música árabe. Mi señora me dice que soy un payaso, que estoy loco. Así es cuando uno renace. Después de todo lo vivido, todo lo perdido, todo lo recuperado, bailo. Corto el pelo. Le agradezco a la vida. Y le agradezco bailando".
