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"Ojalá pudiera vaciar el mar"

ELTUCUMANO.COM EN MAR DEL PLATA

La familia del cabo principal Esteban García no pierde la esperanza de encontrarlo con vida. Desde la Base Naval, donde el sufrimiento de los familiares de los 44 tripulantes se ha convertido en una atracción turística, renuevan el pedido de búsqueda del submarino ARA San Juan.





Cientos de banderas y afiches con dedicatorias cuelgan de una reja de alambres en plena avenida Juan B. Justo. Los autos van y vienen. Algunos conductores tocan bocina, otros sacan la mano por la ventana, saludan y gritan “¡aguante!”. Hay quienes estacionan sus vehículos para sacarse fotos junto a sus hijos; posan como si se tratara de un monumento, una atracción turística más para los miles de turistas que llegan con el verano. Y en cierta medida lo es, o en eso se convirtió. La Base Naval de Mar del Plata es hoy un símbolo que recuerda a argentinos de todo el país que 44 compatriotas zarparon de sus hogares y aún no regresaron, minimizados y sumidos en el olvido por el gobierno de turno, en medio de la desesperación e incertidumbre de familias que se niegan a olvidar.

(Entrada de la Base Naval de Mar del Plata, repleta de banderas y mensajes de familiares de los 44 tripulantes del ARA San Juan)


Son las 9 de la mañana del jueves 25 de enero, una jornada clave para familiares de los tripulantes del submarino ARA San Juan, a 71 días de su desaparición. Los espera una reunión en donde se decidirá el destino de la búsqueda, actualmente reducida a un buque que se ve anclado a lo lejos. El ambiente es conmovedor, se puede percibir la ausencia. Hay guardia periodística; el ministro de Defensa Oscar Aguad llegará al mediodía después de varias semanas de incomunicación absoluta, luego de tres semanas de vacaciones del presidente Mauricio Macri en Córdoba, con marinos a su servicio esperando en algún lugar en el fondo del mar.

Uno de los marinos que custodia la entrada de la Base es tucumano, como el capitán Pedro Fernández y el cabo principal Esteban García. Lleva un pin de García en su bolso de trabajo. “Era mi hermano”, confiesa con voz firme que se quiebra lentamente a medida que lo recuerda en una conversación distendida, mientras aguardan la llegada de los familiares de los tripulantes. Lucha con fiereza con su memoria, sus ojos enrojecidos y húmedos revelan su sufrimiento, se guarda las lágrimas. No puede hablar más; no está permitido. El slogan de las familias, “prohibido olvidar”, no aplica para la Armada Argentina, que prefiere restringir el recuerdo.

A las 10 de la mañana una combi llega a la Base Naval. A bordo viajan los familiares de los 44 tripulantes, que se dirigen a uno de los edificios del predio, en donde hablarán con Aguad en grupo ─primero─ e individualmente. Del vehículo bajan María Victoria Morales y Luis García, padres del cabo principal de la nave perdida. Ambos llevan una remera y un pin con la imagen de su hijo. Las prendas son distintas. La de él muestra a Esteban de servicio, con el uniforme puesto, firme. Ella, en cambio, prefiere mostrarlo en la nieve, distendido, imagen que acompaña con una frase típica de madre: “Mamá te ama”. Caminan lento, parecen agotados. Hace tres meses que viajaron desde Tucumán a Mar del Plata y no regresarán hasta que le devuelvan a Esteban.



María Victoria y su esposo llegaron el 21 de octubre de 2017 a Mar del Plata. Habían viajado a pedido de su hijo para quedarse con su nuera y sus nietos hasta su regreso. Mientras tanto se comunicaban por WhatsApp. “Los amo, mamá. Gracias por estar en mi casa”, fue el último mensaje que leyó de Esteban, el 8 de noviembre, una semana antes de que la Armada perdiera el rastro del submarino. Las lágrimas comienzan a recorrer las mejillas de la madre cuando recuerda ese momento. Su voz se pierde, evita como puede romper en llanto. “Yo le seguía escribiendo por WhatsApp, en algún momento cuando tenga señal lo iba a leer, y ya después no pude escribirle más... Ya no puedo escribirle más”, se lamenta. 

Apenas minutos después de los padres del cabo llega Gabriela Acosta, su esposa. No es un día cualquiera para ella. El mismo jueves que se reunirá con Aguad es que se cumplen tres meses desde la última vez que vio físicamente a su esposo. “Se me hace cada día más difícil”, dice y recuerda ese último instante: “Lo saludé normal, como cuando se iba al trabajo y esperaba el regreso”. La voz de Gabriela se entrecorta mientras cuenta que recibe tratamiento psicológico para poder sobrellevar la situación en su casa, donde uno de sus hijos ─el de 3 años, que cumple años en marzo─ pregunta todos los días por su papá. “Lo único que le puedo decir, hasta donde yo sé, más allá que las circunstancias digan lo contrario, como también me cuesta asimilarlo a mí, de decir que no hay probabilidades de encontrarlo con vida y que mi corazón me diga ‘sí’; tengo ese cachito de esperanza y que se presente un milagro”. 

Ya reunidos los tres, critican el accionar del gobierno en cuanto a la búsqueda y el modo de comunicar la situación a las familias, que se enteraron del principio de incendio por los medios y no a través de las Fuerzas Armadas. María Victoria revela un dato que resulta contrastante sobre la relación que adoptaron las autoridades locales con los familiares de los tripulantes: enviaron una carta a Vladimir Putin, presidente de Rusia, que fue contestada al cabo de 48 horas. La carta enviada al presidente argentino, en cambio, aún no obtuvo respuesta.

(María Victoria, Gabriela y Luis)


“Ojalá pudiera vaciar el mar, ojalá pudiera hacer algo más, pero no puedo. Me siento impotente por no poder hacer nada por él, este dolor va creciendo; cada día es peor que el otro”, se lamenta la madre entre sollozos. María Victoria respira hondo y renueva su esperanza de encontrar a Esteban y a la tripulación con vida: “Tenemos la esperanza que los encuentren vivos, pero también sabemos que es imposible”.

Padre, madre y esposa de Esteban García se secan las lágrimas y emprenden camino juntos y a pie hasta el edificio donde serían recibidos ese jueves por el ministro Aguad. Al fondo, el único barco que busca al submarino permanece anclado. En la entrada, la esperanza resiste el olvido del viento que sopla, amenazante. La fe sigue intacta, a pesar de que en la Armada y el gobierno la instrucción parece ser “prohibido recordar”.