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Aída Ponce, la tucumana del millón de árboles

ECOCONCIENCIA

Durante 20 años, la ambientalista plantó ejemplares en cada una de las provincias argentinas para llevar su mensaje a favor del cuidado de la naturaleza.

Aída Ponce, junto a su pala rosa, acaricia las hojas de un 'pata de cabra'





“Un día en la salida de Río Seco rompí el tren delantero del auto. No era la primera vez que me pasaba: lograba esquivar dos pozos pero agarraba tres. Entonces, decidí averiguar cómo preparar cemento para taparlos. Una vez que los cubrí, busqué un par de ramas para ponerle encima y no encontré por ningún lado. Supe entonces que en mi pueblo había un problema”. La protagonista de esta historia es Aída Ponce, una tucumana por adopción que desde hace 20 años planta árboles por todo el país y también en el mundo.  

Aída nació en Mendoza pero desde hace más de 30 años vive en Río Seco. De su provincia natal conserva la tonada y un espíritu persistente, forjado por la aridez de la Cordillera de los Andes que forma parte del paisaje y obliga a los cuyanos a cuidar como oro cada ejemplar que se levanta en las veredas gracias a un sistema de acequias que les da vida.  

“Cuando visitaba Mendoza y luego volvía a mi casa en Tucumán, sentía mucha nostalgia porque me faltaban los árboles”, cuenta. “Pensé en ese momento ‘si lleno de árboles mi pueblo va a ser otra cosa’ y empecé a buscar árboles por todas partes. Primero me los regalaban y después empecé a sembrarlos o sacar gajos para generar nuevos ejemplares”. Desde ese entonces, pasaron 20 años en los cuales llevó árboles a cada una de las provincias argentina. Incluso, sus ejemplares llegaron a lugares emblemáticos de Latinomérica como MachuPichu y cruzaron el océano para llegar a manos del Papa Francisco, cuando se convirtió en el primer jesuita en el Vaticano.   

Sobre las locuras en las que incurrió para plantar árboles, Aída revela entre carcajadas que “hay varias” pero se queda con sus excursiones a la Ruta 38 para regarlos en plena sequía. También repara que en el baúl de su auto siempre hay plantines para detenerse cuando sea necesario para cavar un pozo, plantarlo y dejar un cartel regáme por favor”.

La defensora del medio ambiente recuerda una frase que leyó hace pocos días: “unos buscan un lugar más bonito, otros lo crean”. Se sintió plenamente identificada porque ella, con esfuerzo y tenacidad,  transformó su lugar en el mundo en un auténtico vergel.  Ahora, la invitan a foros y escuelas de distintos lugares para enseñar a los chicos a proteger el medio ambiente y cuidar sus propios árboles con ayuda de sus maestros y de toda la familia.

“Si todos nos preocupáramos y embelleciéramos nuestro entorno, esto cambiaría. Pero para eso hay que quererse a uno mismo, hay que pensar ‘yo merezco vivir en un lugar mejor’ y ahí empezás a pensar también en tu hijo, en el hijo del vecino, en tu comunidad y hasta en las generaciones que ni siquiera vas a ver.  Falta esa cultura de amor hacia uno mismo y  de respeto hacia el otro”, reflexiona.  

Aída durante una charla con maestras en el Foro Climático Internacional 2017.


La naturaleza de los tucumanos

La naturaleza se hace una fiesta en Tucumán. Es un detalle que no le pasa desapercibido a Aída, quien dice que en nuestra tierra “plantás una piedra y salen piedritas. Por eso, anima a todos sus comprovincianos a animarse a experimentar y plantar su propio árbol.

Lapachos rosados, amarillos, patas de cabra, naranjos, limoneros, fresnos, moras turcas son sólo algunas de las opciones más nobles.  “Con lo fácil que es, sólo queda decirle a los tucumanos que planten su árbol. Ninguna planta vende sus gajos, ni sus semillas. Incluso, algunas de ellas vuelan y el árbol crece solito. Solamente necesitás una buena tijera de podar para hacer maravillas”, se entusiasma Aída.

“Se pueden hacer en un departamento, en cajones. No necesitás el apoyo del Estado, ni de una Fundación, sólo salir a caminar a la calle y buscar las semillas. Si no querés subirte al árbol, esperá que caigan solas. Pero plántalo”, insiste con la convicción de quién sabe que las pequeñas acciones contribuyen a un mundo mejor.  

Sobre las condiciones climáticas en la Provincia, Aída hace hincapié en que llueve mucho en el verano y en otoño; pero en invierno y primavera, la estación seca nos deja sin agua para las plantas.  Por eso recomienda optar siempre por especies autóctonas que no precisan tanta agua, aunque con el cambio climático “hasta las plantas nativas piden agua”.

“Estamos en el horno pero en mínimo”, dice la ambientalista para alertar sobre la situación que enfrenta la humanidad: desde inundaciones a sequías extremas, pasando por incendios forestales hasta nuevos virus y enfermedades. 

 

La pala rosa

En la lucha contra los cambios que manifiesta la naturaleza ante un modo de consumo y producción que no le permite regenerarse y cumplir con sus ciclos, las mujeres tienen un rol fundamental. Así lo cree Aída, quien lleva como estandarte, adonde quiera que lleva sus enseñanzas, su pala color rosa, una verdadera declaración de principios.

“Así como los tacones, el labial, la cartera son accesorios para las mujeres, también lo debe ser la pala”, apunta la ambientalista, como un llamado a proteger la vida. “La pala sirve para plantar árboles, que son los únicos seres vivos que nos van a ayudar a mitigar los efectos del cambio climático y a defender a nuestros hijos y a las generaciones futuras del mundo que les vamos a dejar. Sumar nuestra energía a esta causa va a hablar muy bien de las mujeres, por eso entrego plantas que prendieron en una cáscara de huevo, para simbolizar la vida”, reflexionó.    

La ambientalista exhibiendo productos fabricados a partir de material reciclado.


La emoción de la acción

Desde Río Seco para todo el mundo. Así trabaja Aída, esta mujer de pelo, ojos y tez clarita, manos redondeadas que conocen el trabajo en la tierra y una sonrisa infranqueable, que contrarresta cualquier angustia este mediodía gris en el Parque 9 de Julio. Basta sólo con ver su alegría cuando la idea es tomarle una foto al lado de un 'pata de cabra' frondoso, lleno de flores blancas. Ella no duda un segundo en tomar su pala y ponerse en marcha rumbo al ejemplar que parece esperarla para posar junto a ella y formar un cuadro pleno de armonía, esa que le está haciendo falta a la naturaleza. Y la pregunta que aparece, mientras ella acaricia las hojas y alaba su belleza, es qué será aquello que la emociona luego de tantos años de sembrar para recién ahora ver los frutos de su incansable labor.     

“Ver que lo que puse de una semilla, que era un desafío, se convirtió en un árbol. Ir manejando por la Ruta 38 y ver gente descansando bajo la sombra de una mora. Recibir mensajes con fotos de ejemplares, que a veces ni siquiera me acuerdo, pero verlos enormes.  Niños que donde me ven, me dice, ‘doña Aída, cuándo me va a dar plantitas”, enumera la ambientalista con los ojos humedecidos por la cosecha de cariño.  

“Cuando uno tiene más de 50 años, te duele la espalda y salir de la cama todos los días es un incordio. Por eso, lo que más emociona es que todo lo que hice, al final del camino, no cayó en saco roto”, concluye antes de volver a agarrar la pala que la ayuda a transformar este lugar en la Tierra, en un auténtico jardín.  

Aída con su pala rosa, toda una declaración de principios.