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Walter Juárez, el poeta changarín

poesía tucumana

Conocé la historia del poeta de Villa Amalia que se gana la vida alquilando sillas en las filas de los bancos.

Foto: Facebook Walter Rolando Juárez





La noche avanza sobre una ciudad casi desierta y las calles se iluminan ahora por la luz diáfana de la luna y de unos cuantos faroles. Del ajetreo de autos que se amontonan sin conseguir avanzar y el eco de sus bocinas sólo queda apenas un murmullo intermitente. Unos perros mansos se han apoderado del paisaje urbano donde horas antes un hormigueo incesante de personas transitaba apurado. El musculo duerme y la ciudad se apacigua. Todo es calma cuando ellos comienzan a llegar con sus pasos cansados, de a uno, en una procesión lenta y silenciosa. Son las dos de la mañana y cuando la noche se apague en el día será día de pago. Junto a los jubilados que se reúnen en la ceremoniosa fila que se ha formado en la puerta del banco de 24 de septiembre al 800 ha llegado también Walter Juárez (38 años, morocho, morrudo y sonrisa de niño) con su moto y un carrito. Walter alquila los banquitos, a cinco pesos cada uno, para que los jubilados descansen en su espera. Ese servicio es la última forma que ha encontrado de rebuscarse el mango después de haber sido albañil, capachero, vendedor ambulante, changarín del Mercofrut y de haber pasado por otros múltiples oficios. Trabajador itinerante, lo que persiste en él es su pasión por la palabra escrita. Sin importar que haga esta vez para ganarse el pan, Walter siempre ha sido poeta.

A los once años, Walter se cruzó por primera vez con la poesía y con la política. Fue en la esquina de General Paz y Chacabuco, en una pared donde alguien había pintado aquella célebre frase de Ernesto “Che” Guevara: “Sean capaces siempre de sentir, en lo más hondo, cualquier injusticia realizada contra cualquiera, en cualquier parte del mundo. Esa es la cualidad más linda del revolucionario". Después, un primo le prestó el libro “Utopía y anarquismo”, de Víctor García. Esa lectura lo cambiaría: “fue como un machetazo en la cabeza”, confiesa ahora. Desde entonces empezó a escribir, primero fueron frases ajenas (De Oliverio Girondo y Mario Benedetti) que, a falta de un mejor medio de difusión pública, transcribía en las paredes de su barrio, Villa Amalia. Después, fueron fragmentos de sus propias poesías. Su escritura, que pronto se plasmará en lo que será su primer libro, lleva esa marca de nacimiento: la conjugación de la literatura con la militancia política.

Creo que la poesía es la belleza más pura que hay en la literatura, es como un rayo que se manifiesta de manera espontánea. Comparto lo que decía Charles Bukowski: hacer poesía es como un volcán, tiene que ser una erupción, sino no tiene sentido. Es una acción directa”, dice con palabras convencidas Walter. Su formación literaria fue totalmente autodidacta y se fue nutriendo de autores como Miguel Hernández, Roque Dalton y Juan Gelman, entre otros; pero siempre fuera de las aulas: “Yo ignoro lo que es la literatura porque decido ignorar, no me seduce lo que la academia plantea como literatura. Creo que la palabra escrita, en el siglo XXI y en América Latina, encontrará formas nuevas. Los poetas venimos a mostrar un paisaje silenciado, ignorado. Mucha gente no habla de los paqueros, de los villeros, ni de la revolución socialista. La mía es una poesía subversiva, porque es un arma”.

Walter nació y se crió en el seno de una familia peronista de Villa Amalia, lugar que sufrió primero  el cierre del ingenio azucarero en 1967 y, luego, la decadencia de las fábricas que se habían instalado en la zona, para asumir su actual condición de barrio periférico de San Miguel de Tucumán. Su madre creció en el campo, en una pequeña finca cañera. Su padre fue obrero metalúrgico hasta que la fábrica cerró y se convirtió en uno de tantos miles de desocupados. “Yo nací en el genocidio del terrorismo de Estado y me crié en el genocidio del neoliberalismo. Soy un sobreviviente de esa dictadura financiera. Uno ve una clara señal de que existe un sistema perverso donde nosotros sobramos, no hay vuelta que darle”, dice Walter y en ese nosotros incluye a sus vecinos y a todos aquellos que, como él, pertenecen a las clases sociales más empobrecidas de la provincia, o como define Walter, las clases oprimidas.

Desde muy chico, Walter incursionó en distintos oficios, principalmente como vendedor ambulante. Incluso comenzó a cursar un profesorado en historia, pero tuvo que interrumpir sus estudios cuando en enero de 2007 lo corrieron de la esquina céntrica donde vendía frutas y verduras. “Yo soy changarín. Nunca tuve laburo con boleta de sueldo, siempre trabajé en negro. Yo llamo changarín a todo trabajador precarizado que va rotando de trabajos”, explica el poeta que también trabaja como encuadernador y bibliotecario.

En el 2000, cuando cerró la biblioteca de su barrio, Walter tomó todos sus libros y formó “La Hilda”, una biblioteca cultural que funciona en su casa y que también opera de manera ambulante. Además conformó una videoteca para que sus vecinos puedan acceder tanto a libros como películas. El proyecto de “La Hilda” es parte de sus acciones de militancia, actividad a la que define como una forma de existencia destinada a mejorar la vida de sus vecinos y compañeros. En cuanto a su ideología política, Walter se define como anarco-peronista, una tendencia que significa la superación del peronismo, de acuerdo con la teoría que él mismo ha desarrollado en un extenso ensayo y que sintetiza como “un peronismo asambleario, autogestivo y horizontalista”.

Mientras alquila sus banquitos a los jubilados que hacen fila para cobrar, Walter mira el paisaje urbano iluminado por la luna y piensa en su próximo poema. Su sueño no es consagrarse como poeta ni que su literatura sea un producto más de las grandes editoriales. Su sueño es mucho más sencillo y borgeano: trabajar en una inmensa biblioteca repleta de libros y tener, por primera vez, una boleta de sueldo.


El primer libro de Walter Juárez

En estos momentos, Walter fabrica con sus propias manos lo que será su primer libro de poesía llamado “Libreta” que tiene previsto presentar en el mes de marzo. Se trata de una compilación de 33 poemas que integran una obra artesanal. “No será un libro convencional, con costura, sino anillado. Es una producción alternativa, callejera y libertaria”, explica.

En cuanto a los temas que abordan sus poemas, su escritura se revela como una manifestación de sus convicciones políticas y de su militancia, pero también de su lugar de origen: “El barrio siempre está presente en mi poesía porque es la patria íntima. Es el lugar donde uno ha resistido los ataques golpistas del nuevo milenio, en formato elegante sport. Las huelgas de la policía, los boicots empresariales. Revindico al barrio como un lugar muy espiritual donde hay una conexión especial con la gente”.


Así escribe Walter:


Suena en la calle el sudor

Y si encendieras la mañana

como el rocío a la hierba

solo para dejarnos al descubierto

enredados gajos saludan desde lo alto

al músico aquel que lleva el viento

como siente la ausencia la patria

sin especialistas para sonreír

toda la revolución es un tesoro invaluable

y nosotros corriendo a lo loco

leyendo los últimos informes sobre música y vanguardia

allí me siento

en los espaldares de la mañana

cuento los tomos para costura

y la humeda palma del lomo servirá su música

a los despiadados placeres que lo requieran

mística

herencia perfecta para ser

junto a la miel de los días

todos los motivos del barrio.