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Crisis del deseo: buscan un consolador robado de una muestra artística en Tucumán

La era del desconsuelo

El juguete sexual desapareció misteriosamente durante la inauguración de una galería de arte y ofrecen una recompensa en dólares para recuperarlo. ¿Robo, acción de arte conceptual o síntoma de una época donde se coge poco y mal? Por Exequiel Svetliza.





La noche abriga soledades y tentaciones inconfesables. Acoge almas desangeladas sin un palo donde rascarse la sarna de la melancolía. Ampara placeres ominosos, excesivos y corruptos para la moral de las instituciones. Ajenos a la obscena exhibición mediática que marca la pulsión de nuestros días, hay quienes todavía eligen el asilo de las sombras para ocultar sus vergüenzas y beberse a escondidas el último sorbo del licor venéreo de un amor. No es de extrañar entonces que un viernes por la noche haya sido el momento elegido para el robo que conmueve al ambiente artístico tucumano: la semana pasada alguien sustrajo un consolador (dildo le dicen los más jóvenes, pingo de goma los más anticuados y menos sutiles) que formaba parte de la muestra con la que se inauguraba una nueva galería de arte. Se trata de un juguete sexual que emula un nervudo pene azabache por el que se ofrece una recompensa de 30.000 pesos o 200 dólares. El golpe trasciende la escena artística y parece el síntoma de una era signada por la crisis y el desconsuelo. 

“La obra consistía en un dildo dentro de una bolsa típica de paquetería. La consigna era que el objeto se podía manipular, entonces la gente, al principio, tocaba la bolsa y medio que le daba impresión y tenía miedo de abrirla… hasta que alguien se animó y lo sacó. Las personas que estaban ahí lo agarraban, se sacaban fotos, lo tiraban al piso y lo terminaron pisando”, cuenta Lautaro Soria. El artista tucumano de 26 años es el autor de la obra que no tiene título y que formaba parte de la muestra “Convergencia inesperada” en la que participó junto a Belén Funes, Julián Guzmán, Virginia Mainis y Emanuel Ronveaux. Con esta exhibición abrió sus puertas la galería SUMarte (Celedonio Gutiérrez 635) el viernes 9 de agosto por la noche. En plena celebración artística y sin que nadie lo advirtiera, el consolador se perdió como se pierden las botellas que guardan mensajes en alta mar. Y ya no hubo vaso boca abajo que lo trajera de regreso. 

Alrededor de las 22: 17 se produjo la inesperada y luctuosa desaparición del juguete sexual descripto como un dildo con sopapa negro de 18 centímetros de largo por 4,5 de ancho, modelo WaterProof. “Lo que buscamos como artistas es que el espectador vaya, juegue y se cuestione. Romper de alguna manera esa línea que separa al espectador de la obra de arte y que el vínculo sea más interactivo, que el espectador sienta que la puede tocar y que la puede vivir a la obra. Estaba pensada para que la gente la pueda manipular, nunca pensamos que la iban a manipular tanto que alguien se la iba a llevar”, comenta. 

“La pérdida no representa el valor de un consolador, sino el valor de lo que el artista quiere representar con eso. El drama acá es que se hayan robado una pieza de arte”, se lamenta Lautaro que, al no tener noticias del destino de su obra, decidió lanzar una campaña con la ilusión de recuperarla. La búsqueda apunta a quienes “aporten datos útiles que permitan lograr la recuperación” del dildo, establece una recompensa para quienes aporten información veraz y aclara que cualquier denuncia al respecto es de carácter confidencial. “Hay una recompensa real, no es muchísima plata, pero es un objeto que en el mercado hoy debe costar alrededor de 15.000 pesos y estamos ofreciendo el doble. No es lo mismo que uno nuevo porque el que se llevaron ya tenía sus rasgos de uso”, comenta y se apresura en aclarar: “siempre funcionó como una escultura artística”. 

La pregunta que ahora todos se hacen es qué uso hará el ladrón de la obra desaparecida: ¿Recuperará el dildo su condición de juguete sexual? Aunque prefiere no jugarse por una hipótesis en particular, para el artista esa es una posibilidad: “A mí no me sorprendería que alguien se lo haya llevado y que diga que lo necesitaba. Lo sexual siempre es algo que el común de la gente lo tiene muy reprimido, quizás fue por vergüenza que se lo robó, porque no se anima a ir a comprarlo a un sex shop”. Si ese fuera el caso, la recompensa contempla también el regalo de un juguete sexual similar para el anónimo ladrón de dildos. 

Hasta el momento, sólo ha recibido llamados de allegados y colegas que se han contactado para bromear al respecto. Según Lautaro, aun cuando el dildo siga desaparecido, la obra continúa transformándose y multiplicando sus sentidos: “Como artistas planteamos que la obra sigue existiendo por más que ya no está la pieza física. El cartel de búsqueda también forma parte del sentido de la obra. Nosotros tenemos el registro de que la pieza existió, de hecho, ya había sido expuesta en otros espacios, pero quizás el objetivo de esa pieza era desaparecer”. 

Para el lector incauto hastiado de las mañas del sensacionalismo periodístico siempre ávido de clicks, toda la historia de la misteriosa desaparición del consolador puede sonar a una broma. Pero no fue de otra forma que comenzó el arte conceptual. Cuenta la leyenda que en 1917 el artista francés Marcel Duchamp, jodón como buen dadaísta, compró un mingitorio, lo firmó con el seudónimo de R. Mutt, lo tituló “Fuente” y lo envió a una exposición de arte de la Sociedad de Artistas Independientes; muestra de la que él era jurado. Acaso sin proponérselo, la broma se convirtió en un hito para la historia del arte, a tal punto que en 2004 la Fuente de Duchamp fue votada como la obra de arte más influyente del siglo XX por más de 500 prestigiosos profesionales del sector. ¿Qué pasaría si alguien recuperara una pieza artística de tal trascendencia para devolverle su condición primigenia y la meara? Bueno, no es algo que no haya sucedido. En 1993 el artista performático Pierre Pinoncelli orinó en una de las copias de la obra (la original se extravió) durante una exposición en Nimes. No conforme con eso, en 2006 redobló la apuesta y la atacó a martillazos mientras era expuesta en el Centro Pompidou de París. Ante estos antecedentes, puede que el dildo se encuentre en estos momentos en manos o en alguna cavidad de un artista dispuesto a resignificar la obra. 

Del siglo XX al XXI, de Francia a Tucumán, del mingitorio de Duchamp al dildo de Soria; el arte conceptual y su actitud desacralizadora de la obra artística continúa ofreciendo ejemplos de enredos de este tipo. Sin ir tan lejos, en 2019 durante el Miami Art Basel el artista italiano Maurizio Cattelan vendió por 390.000 dólares la obra titulada “El comediante” que consistía en una banana pegada con cinta adhesiva a una pared de la galería. Por ahí pasó un artista performático que despegó la banana, la peló y se la comió considerando que así le daba un nuevo sentido a la obra. Cattelan cobró su jugoso cheque y el perfomer probablemente se haya engullido la fruta más cara del mundo. 

Otra de las obras de Lautaro Soria

Ante el ya gastado debate de qué puede ser considerado arte y qué no, Lautaro ofrece su mirada al respecto: “Todo merece ser consagrado, cualquier situación de la vida contemporánea. En mí caso trabajo mucho en mi obra con disidencias sexuales, gays, trans, prostitutas… Creo que, de la misma manera que un mártir de guerra, todos se merecen su reconcomiendo y merecen ser apreciados. Me interesa mucho que el espectador se cuestione, que vaya a una galería de arte y se pregunte qué es lo que está pasando en el mundo que hace que ellos vayan a una galería de arte y tengan que ver esa producción. Que se cuestione mucho qué es lo que pasó en la historia y cómo llegamos a esto para que esto pueda ser apreciado como arte”. 

Por su parte, la especialista en artes visuales María Mines invita a pensar en algunas de las connotaciones posibles del robo del dildo en el contexto del arte contemporáneo en la provincia: “El hecho de que el robo tuvo lugar en un espacio autogestionado despierta distintas líneas de abordaje. Una podría ser que se configure alrededor de un acto político y provocativo que cuestione o desafíe el valor de una pieza artística o, yendo más lejos aún, del arte como sistema de representación, convirtiendo el robo en sí en una parte integral de una narrativa que rodea a la pieza en ese contexto. Al respecto, los espacios autogestionados suelen ser lugares de resistencia que convocan a una audiencia, generalmente, afín a los circuitos de arte contemporáneo. En este sentido, el robo puede ser visto como una extensión de esa resistencia, es decir, como un acto que cuestiona no sólo aspectos del sistema del arte, sino también cuestiones relacionadas al deseo y la sexualidad”. 

 

Un consolador perdido en la era del desconsuelo 

Hablando de juguetes, en la novela “El juguete rabioso” de Roberto Arlt asistimos a una de las escenas más resonantes de la literatura nacional: el protagonista Silvio Astier y sus secuaces se meten por la noche a una escuela para desvalijar una biblioteca. La situación no sólo es significativa del elevado valor que tenían los libros como objetos culturales en la Argentina de las primeras décadas del siglo XX, sino también de quizás la única forma en que los jóvenes hijos de inmigrantes podían acceder a esos bienes y, en general, a la cultura. Un siglo después, a pocos se les ocurriría robar una biblioteca y es bastante probable que prefieran saquear un sex shop. Hay muchas razones que podrían justificar esa decisión, entre ellas, la evidencia de que -al igual que las variables económicas que condicionan nuestras vidas en la era libertaria- vivimos tiempos de sexualidad deficitaria ¿El robo del dildo puede considerarse un síntoma de la crisis actual del deseo en los tucumanos? ¿Otra muestra de individualismo en pleno derrumbe colectivo? 

Se está culiando poco y mal. No lo dice con esas palabras, pero esa es la traducción al criollo del diagnóstico que hace la psicoanalista y sexóloga Lorena Espeche fundado en su experiencia como terapeuta. “Hay una deflación del disfrute del placer”, sentencia buscando los términos más acordes para este momento histórico. “Al consultorio vienen cada vez más varones con disfunciones eréctiles y mujeres con problemas de lubricación. La medicina suele hacer énfasis en lo orgánico y buscan remediarlo por ese lado, pero no es un problema organocéntrico, sino que hay algo que le está pasando al sujeto. Muchas veces no se es consciente de todo lo que nos atraviesa tanto en lo social como en lo subjetivo. Hay que hablar y validar que estamos preocupados y angustiados. Cuando se es consciente de eso, se es más tierno con uno mismo”, comenta. 

Según explica, la sexualidad no es ajena a los distintos avatares que atraviesa la coyuntura del país: “Físicamente no somos conscientes de lo que genera en nuestros cuerpos la ansiedad, el stress, la negación de todo lo que está pasando y eso repercute en la sexualidad. Se produce una baja general de la libido y la libido no es sólo la pulsión sexual, sino la pulsión que te permite conectar con el trabajo, con el arte y con otros aspectos importantes de la vida. A su vez, es contradictorio porque hay como un mandato social de que hay que coger siempre y ese mandato no se cumple porque el cuerpo no da porque vivimos en una situación de total incertidumbre en lo político, en lo económico y en lo social… En una situación de hiperexplotación porque tenés que trabajar en tres lugares diferentes para llegar a fin de mes”. 

Hacia afuera, en el mundo de las pantallas donde nada es lo que aparenta, el sexo es una de las mercancías que más se consumen. Esa saturación del mercado impone su propia narrativa y un deber ser que la mayoría veces se torna inalcanzable para el común de los mortales: “La gente tiene menos sexo, pero a la vez el sexo y lo sexual están sobrexpuestos. Antes no se hablaba de sadomasoquismo, de tríos, sexo tántrico o parejas swinger y ahora se habla de esas cosas, pero el sexo está espectacularizado. Se genera como una escena espectacular donde el sujeto tiene el mandato de llegar a todo eso y es un mandato que es irreal ante el nivel de stress al que estamos sometidos. Llegamos hechos pelota al fin de semana y nos cuesta mucho disfrutar. También hay muchos consumos (de alcohol, de drogas, etc) que no ayudan a la sexualidad”. 

En cuanto al robo del dildo, para Lorena puede tratarse de un acto de protesta ante la situación actual del deseo, pero también de una escapatoria individual: “Dildo es el nombre más técnico, pero consolador implica todo un significante de que ese objeto puede consolarte. Nosotros los terapeutas los llamamos dispositivos de acompañamiento sexual, pero también es para leer entre líneas porque ¿quién te acompaña? Estamos en la era del individualismo y si robo un consolador no sólo te lo robo como objetivo artístico, sino como un objeto de consuelo. Con ese objeto encuentro consuelo en la soledad, de manera individual y de forma inmediata. No es lo mismo la autosatisfacción que el encuentro con el otro; situación que implica un juego de subjetividades. En épocas de crisis el cortisol, que es la hormona del stress, se dispara y el cuerpo entra en un estado de defensa y quizás esto sea un consuelo para ese estado, pero porque no puede encontrase con otro, vincularse con otro, conocer a otro”. 

“En situaciones como estas el sexo se vuelve un acto de descarga, un estado catártico, y ahí es donde el consolador sirve para eso, para descargarse, pero seguimos en la soledad y estamos en un tiempo donde la virtualidad promueve la soledad, la dificultad de encontrarnos y de conectar con otro. Con el objeto no se puede conectar. Creo que se está perdiendo la ternura en los encuentros. No estamos viviendo en una sociedad tierna con cuidado y respeto hacia el otro”, reflexiona. 

¿Cómo se sale entonces del default sexual que prima en esta era de desconsuelo? ¿Cómo se remonta un partido que parece perdido por goleada y se disfruta en el camino? Para la especialista, la premisa es clara: “La respuesta está en el sujeto, no en el objeto. El capitalismo promueve la venta y el consumo y un consolador está como en 30.000 pesos ¿por qué con eso no invitás a alguien a cenar? Creo que hay que darse el tiempo de hacer cosas que te gusten, volver a disfrutar el proceso de vincularnos con otro, ojo, no estoy hablando del romanticismo, sino de encontrarte con tus amigos, abrir un vino, charlar…Hay que empezar por ahí para ver cómo recuperamos el circuito del deseo”. 

En su análisis de las posibles interpretaciones que dispara el robo, María Mines llama la atención respecto a la precarización de las formas de vida actual en un contexto de crisis y cómo condicionan el acceso a un objeto que proporciona placer sexual, como es el caso del consolador: “Es factible que la apropiación del dildo se constituya sobre su carácter funcional como objeto de placer. Creo que vivimos un escenario tan hostil que incluso la vida sexual y la construcción del deseo están en crisis, entonces, el robo de un objeto de placer no solo puede adquirir una dimensión económica o material, sino que también puede constituirse como un acto profundamente simbólico, porque sin dudas se articula con algunas de las tensiones que atravesamos como sociedad en este momento de crisis, incluso aunque el robo se haya tratado de una broma entre amigos”. 

En la desaparición del consolador puede haber mucho de necesidad y urgencia, pero también de simbólico, como parte de una disputa que se lleva a cabo en el terreno de la tan mentada batalla cultural. Así lo explica Mines: “Los discursos de la ultraderecha que profesa el presidente Javier Milei con su ejército de trolls suelen entrelazarse con el retorno a los valores de los argentinos de bien que rechazan la diversidad sexual y de género e incluso los marcos legales que garantizan igualdad de derechos, tales como la Ley de matrimonio igualitario, el cupo laboral trans, la IVE o la ESI. Entonces, en un contexto donde estos discursos de odio ganan fuerza, el robo de un dildo también puede interpretarse como una reacción frente a la ideología de sexualidad rígida y normativa que se intenta imponer, porque claramente pueden tener un impacto negativo en la vida sexual de las personas, especialmente en aquellas que no se alinean con normas heteropatriarcales, debido a que refuerzan la vergüenza, la culpabilidad, el acceso a productos sexuales y el ejercicio de un deseo diverso o anti hegemónico”.