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"Todos se morimos alguna vez": la amenaza que revive la pelea entre Los Ale y Los Gardelitos

Guerra del hampa

Tras la muerte de Rubén “La Chancha” Ale, circuló un audio donde una mujer identificada con el clan Los Gardelitos intercambia amenazas con quien sería “El Mono” Ale. Choros vs Asesinos y el marcador de bajas: “Ahora llorá, puto, así como llorábamos nosotros”.

Foto: Archivo fotográfico diario La Gaceta.





Hablar de Los Ale y Los Gardelitos es remontarse a una de las disputas históricas en el mundo del hampa tucumano. Se trata de dos familias que siempre estuvieron asociadas al delito y que protagonizaron una cruenta confrontación que tiñó de sangre las calles de la provincia. Tras la muerte de Rubén “La Chancha” Ale el miércoles pasado, se viralizó un audio que actualiza aquella vieja rencilla. Una mujer, identificada con el clan de Los Gardelitos, intercambia feroces amenazas con un hombre que sería Ángel “El Mono” Ale. La discordia trasciende los insultos y los pases de facturas para exponer dos paradigmas delincuenciales en pugna: choros vs asesinos. La historia de una violencia que parece no tener fin: “Todos se morimos alguna vez, pero yo no me voy a morir a manos de ustedes. Voy ganando dos a cero y vengan nomás para que se amplié el marcador”. 

Para contextualizar esta disputa sangrienta, hay que remontarse a la década del ochenta. Por entonces, Los Gardelitos ya eran reconocidos en los arrabales del hampa tucumano como una familia dedicada al robo. Ese nombre había comenzado a sonar bastante tiempo atrás y nació gracias a Alberto Soria, hijo de Zulema Soria y uno de los diez hermanos Soria. Alberto no sólo guardaba un extraordinario parecido físico con el cantante Carlos Gardel, sino que, además, la facha iba acompañada por el encanto de su potente voz. Tan seductor era ese vozarrón de cadencias tangueras que servía como señuelo perfecto: mientras Alberto cantaba en los colectivos y tranvías, sus hermanos aprovechaban el descuido para hacerse con las pertenencias de los pasajeros. Eran pungas y, según detalla un informe periodístico de La Gaceta, su red delictiva trascendía el territorio de la provincia y se expandía a otros rubros.

Si hablamos de tauras, por aquellos años, Los Ale habían dejado de ser una familia de puesteros del entonces Mercado de Abasto para aparecer vinculada a distintos negocios ilícitos como el juego clandestino, la prostitución y el tráfico de drogas. Los referentes del clan familiar eran, y siempre fueron, los hermanos Rubén “La Chancha” Ale y Ángel “El Mono” Ale; tipos robustos, picantes y temerarios. 

Las calles de la provincia fueron el escenario donde, a comienzos de la década del ochenta, Los Ale y Los Gardelitos comenzaron una disputa que no tardaría demasiado en traducirse en una rivalidad sanguinaria. Cuentan las crónicas de la época que en 1986 y en el club El Cruce, donde entonces se celebraban carnavales, los integrantes de las dos familias se habían reunido para limar asperezas y sellar, entre tragos y jarana, un pacto de no agresión mutua. Pero, durante esa misma jornada, ya entrados en horas y en copas, un Gardel se habría propasado con una de las mujeres del clan Ale y la paz no sólo volvió a fojas cero, sino que la fiesta terminó con un álgido intercambio de tiros y botellazos. Esa sería la antesala del doble crimen que ocurriría meses más tarde. 

La tarde del 31 de diciembre de 1986, en la víspera de la cena de año nuevo, un grupo de Gardelitos que venía de jugar al fútbol en el Parque 9 de Julio abordo de una coupé Ford Sierra negra, se cruzó con el Renault 18 en cuyo interior conversaban María Ester Nieva, allegada a Los Gardeles, con Ángel Ale. El Ford dio una vuelta en U y en la esquina de Avenida Roca y pasaje Neuquén se produjo la balacera donde murieron Santos Pastor Aguirre, de 43 años, y Enrique Ramón Galván, de 22 años, y resultó gravemente herido con disparos en el torso y en la cara Juan Carlos Beduino, de 30 años. Todos ocupantes del Ford. Todos integrantes de Los Gardelitos. 

Archivo fotográfico Diario La Gaceta.

Tras el doble crimen, los hermanos Ale y otra persona vinculada al clan, huyeron y permanecieron prófugos durante 70 días refugiados en Bolivia. Al entregarse a la justicia tucumana, El Mono Ale se declaró autor de los disparos que terminaron con la vida de Aguirre y Galván y planteó que lo había hecho para defenderse de una agresión de Los Gardelitos. De acuerdo con la investigación del periodista Gustavo Rodríguez, se habían producido más de 30 disparos en el enfrentamiento, sin embargo, la policía no logró recuperar ninguno de los plomos aduciendo que habían sido arrastrados por una fuerte tormenta que se produjo ese 31 de diciembre. El caso fue calificado como un homicidio con exceso en legítima defensa y en octubre de 1988 El Mono Ale fue puesto en libertad. Por su parte, en aquellos años, Los Gardeles se mudaron a Buenos Aires donde continuaron con sus actividades delictivas. 

Ahora, casi 38 años después del doble crimen, aquella rivalidad encarnizada, lejos de extinguirse, parece haber sumado un nuevo y violento round. Es que la semana pasada, días después de que se conociera el fallecimiento de “La Chancha” Ale, se hizo viral un audio que reactualiza la histórica disputa entre Los Ale y Los Gardelitos. “Estoy entero físicamente… Ya saben, los estoy esperando, desde el 86 que los estoy esperando, cuando quieran nomás, con ustedes estoy de ganador y me voy a ir de aquí de ganador”, se escucha decir a un hombre que sería Ángel Ale quien, acto seguido, defiende la memoria de su hermano muerto y reitera la provocación al clan rival: “Son cosas de la vida… el gordo ese que ha muerto era más bueno que el pan así que no le quieras tirar aca a mi hermano, yo los he comido a todos ustedes solo, por eso nunca me han buscado porque saben la verdad ustedes... Y andá a bañarte… Saben muy bien ustedes que Rubén no ha estado, ando solito yo en la calle, así que ya saben ¿no? Cuando quieran, que vengan de Buenos Aires, de aquí, de donde quieran, a la hora que quieran… Estoy entero para lo que gusten mandar. Están en deuda todavía ustedes, eh”. 

“¿Qué hablás, viejo puto? Andá, si estuviste refugiado en la cárcel, vigilante, ortiva, has matado a los choros, antichoro, te gusta matar a los choros a vos, che viejo puto. Ya te vas a cagar muriendo vos también, así como lo han matado a mi hermano. Adonde te vea siempre te voy a gritar ‘viejo culiao’ ¿Sabés lo que pasa? Que no somos asesinos como sos vos, rata, nunca hemos matado a nadie, nunca hemos dejado una madre llorando, una hermana llorando, vos sos un asesino, nosotros no”, le retruca una voz femenina que se presenta como la hermana de uno de Los Gardelitos muertos en manos de Los Ale en aquel enfrentamiento de 1986. 

Archivo fotográfico diario La Gaceta.

El procaz y violento intercambio telefónico no sólo vuelve a encender la hoguera de la beligerancia entre ambos bandos, sino que plantea la disputa como la confrontación entre dos paradigmas disimiles y antitéticos del mundo delincuencial: Choros vs Asesinos; los que roban contra los que matan. La mujer, lejos de negar su vínculo con el universo del delito, reivindica a los ladrones frente a la delincuencia cruenta que le atribuye al clan Ale:  “Mirá que los hijos se han criado, ya no están chiquitos, Los Gardeles no están chiquititos, hay muchos Gardelitos, muchos todavía, pero no matan, no les gusta matar como ustedes, son bien choros Los Gardeles, bien choros, y no verduleros pata sucia como ustedes… Prefiero ser pobre, prefiero no tener nada, ser chora nada más, pero no como ustedes que han matado gente, ahí está la Justicia de Dios. Ahora llorá, puto, así como llorábamos nosotros, puto… Ya te vamos a encontrar en la calle, no te tengo miedo. Tengo la ura bien puesta y vos sabés bien”.

“Vengan todos, los estoy esperando, andoy por todos lados yo, solito, por donde quieran… Los viejos que han dejado llorando ustedes; los viejos que se han muerto porque les han metido la mano, van a seguir llorando hasta que se mueran. Vengan nomás que estoy de ganador con ustedes, vengan nomás”, retruca el hombre del otro lado para después ofrecer un marcador de bajas del enemigo que lo erige como ganador de la contienda criminal: “Todos se morimos alguna vez, pero yo no me voy a morir a manos de ustedes, voy ganando dos a cero y vengan nomás para que se amplíe el marcador, así que vengan cuando quieran”. 

“Sí, los viejos que hemos dejado llorando porque somos bien choros, culiao, pero no hemos matado como matás vos, matás a toda la gente, puto, violador, andá, rata. Nosotros no matamos, puto, vos sos un cagón, siempre has sido un cagón, te refugiabas en la yuta y todo… encima has matado yuta también, puto, eso todo Dios lo ve”, dispara la artillería verbal la mujer que cierra la comunicación acusando a su rival de cobarde: “Ya fuiste viejo culiao, si vos nunca le has ganado a nadie, siempre has mandado los laderos, puto, siempre has mandado laderos, qué venís acá a hacerte el matón, no le has ganado a nadie vos”. 

La amenaza está enunciada y planteada en el idioma delincuencial que es el lenguaje de los tiros, de las muertes, de una violencia sanguinaria que tiene su raíz en la historia reciente de la provincia y que parece seguir ahí, latente, esperando cobrarse nuevas víctimas para sumar al tanteador del espanto. 

Escuchá los audios completos acá: