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"Se va a morir de hambre": Ángel Miguel, el tucumano que cuida los dibujos del Museo de Bellas Artes

Historias de acá

Ángel Miguel Navarro es arquitecto, docente y especialista en arte europeo. Trabaja en el museo que posee la mayor colección pictórica del país. De su Santa Lucía natal a los veranos en el Louvre y su trabajo en Buenos Aires: “La arquitectura moderna hizo mucho daño”.

Navarro y una vida dedicada al arte.





Apenas abre la puerta de su departamento, Ángel Miguel Navarro quiere saber el origen de su entrevistador. “¿Usted es de Tucumán o de Conción?” dice con una sonrisa. Le divierte el guiño de pronunciar así a la ciudad del sur. Cuenta que una vez le hizo ese chiste a un taxista tucumano en Buenos Aires y el hombre le aclaró enojado: “No se dice así. Se dice Concepción”.

Navarro no es San Miguel de Tucumán ni de Concepción. Nació en Santa Lucía hace 75 años. Su papá era empleado del ingenio y su mamá “una señora de su casa”.

Cuando llegó la hora de estudiar, fue decidido a anotarse en el Departamento de Arte. En su casa siempre se habían fomentado los consumos culturales. Lo contó feliz. Y recibió una respuesta no muy alentadora: “Pero cómo hizo eso… Se va a morir de hambre”. Lo más cercano al arte es la arquitectura, pensó. Y así fue como se hizo arquitecto en la Universidad Nacional de Tucumán. “Una facultad impecable, buenísima”, recuerda.

Una beca del CONICET para trabajar en diseño industrial lo trajo a Buenos Aires. Después otra a Italia, a Holanda… Fue profesor de Historia del Arte en la Facultad de Filosofía y Letras y de Historia de la Arquitectura en la FADU (UBA). Se convirtió en un especialista en arte europeo de los siglos XV al XVIII. Terminó haciendo lo que quería: dedicarse al arte. Tanto que cuando se jubiló como docente -justo el mismo día- recibió la propuesta de trabajar como curador de dibujos del Museo Nacional de Bellas Artes.

Museo Nacional de Bellas Artes

De todo eso. De arte, de arquitectura, de por qué construyen los departamentos con techos tan bajos y del placer de descubrir el origen de un dibujo. De todo habla en su departamento de Recoleta. Navarro es un hombre que usa traje en su propia casa; un buen conversador que habla suave, con un elegante dandismo. Alguien acerca una taza de café con masitas. Está rodeado de libros y de arte. Habla de Santa Lucía y de sus veranos investigando en el Louvre con la misma gracia y naturalidad. 

- Se recibió de arquitecto, pero al final se salió con la suya con su primer amor: el arte. ¿Llegó a ejercer?

- Hice algunas cosas: la casa de un hermano en Tucumán y algunas cosas para mi amiga Raquel Forner. El mundo cambió. Los materiales son distintos. 

- ¿En qué cambió entre aquellos años -finales de los 60- y ahora? Imagino que no es sólo una cuestión de materiales de construcción.

- Yo fui muy entusiasta de la cosa moderna, de la última idea. Ahora me doy cuenta de que la arquitectura moderna facilitó muchas cosas, pero hizo mucho daño también. 

- ¿Cuál es el mayor daño?

- Una de las cosas malas en la construcción masiva es la mezquindad; la altura de los techos es baja y opresiva. Hay incluso estudios que hablan de que eso provoca muchas separaciones en las parejas. Quieren sacar mayor partido de los terrenos y le “roban” altura a los departamentos para hacer más.

- Me interesa la relación entre separaciones y techo bajo. ¿Qué vínculo hay entre una cosa y otra?

- Los techos bajos dan una sensación de opresión. Marco Vitruvio, un teórico de la arquitectura, hablaba del alto y el ancho que tenían que tener los lugares; él planteaba que había un volumen de aire necesario para hacer de una casa un espacio saludable. Mucha gente se muda a casas modernas y sienten esa opresión. Esa situación se ha hecho norma y es terrible, con una gran mezquindad y codicia inmobiliaria por querer ganar más y más plata. En Tucumán, se necesita todavía más volumen de aire por el calor. Fijate que se perdieron las grandes galerías, tan necesarias para la ventilación cruzada.

- Hablando de arquitectura, ¿qué cosas tiene Tucumán que no vemos?

- Bueno, está la Casa Torres Posse, que hizo Eduardo Sacriste en Tafí del Valle. Es una casa interesante, con líneas muy modernas y hecha con materiales del lugar. Respondía muy bien a la imbricación con el paisaje y, al mismo tiempo, con la nueva construcción. 

- ¿Y en la ciudad?

- El edificio de la Maternidad de Tucumán es un interesante ejemplo de arquitectura contemporánea. La cuadra del Jockey Club es un ejemplo de lo que fue Tucumán en otra época.

- Dedicó su vida a la docencia y el día de su jubilación entró a trabajar en el Museo Nacional de Bellas Artes. ¿Fue una casualidad o no quería quedarse quieto?

- Yo había empezado a escribir críticas y artículos de prensa; también trabajé en una galería de arte y di conferencias sobre arte. Estaba vinculado al mundo del arte europeo, principalmente al italiano y holandés. El mismo día que me jubilé -mire qué casualidad- me llamaron del museo para que trabajara con ellos. Comencé con un catálogo de colección de dibujos italianos, franceses, holandeses e ingleses del museo. Uno se va convirtiendo en un elemento de consulta.

- ¿De qué épocas son los dibujos con los que trabaja?

- Son dibujos que van de los siglos XV al XIX, una colección que se agrandó cuando Eduardo Schiaffino compró una gran colección en Roma. 

- Para aquellos que no conocen del mundo del arte. ¿En qué consiste su trabajo de realizar catálogos y custodiar las obras del museo?

- Le doy un ejemplo sencillo. Le muestro un dibujo y le digo: “Este es un Miguel Ángel”. Usted puede decirme: “No es. No se comparece ni con el trazo ni con la época...” Cada época tiene una forma de dibujar distinta; cada lugar tiene su modo. Entonces, puedo comenzar a preguntarme: “¿Es veneciano? ¿Es florentino? ¿Es de Parma?” Así se va haciendo la atribución de una obra a un artista. Hago ese trabajo con alrededor de 300 dibujos antiguos. Estaba prevista la inauguración de una muestra para agosto, que se hará finalmente en breve.

- Supongo que no será un trabajo solitario y que requiere de la opinión y el conocimiento de otros colegas…

- En los veranos me voy al Museo Louvre a trabajar en el departamento de artes gráficas. Ellos ponen a tu servicio todo lo que necesitás; está el material y también los especialistas, con los cuales podés discutir sobre tu trabajo. No es algo que subvencione el museo, pero suelo hacerlo.

- ¿Qué siente cuando descubre algún dibujo nuevo? ¿Cómo es ese “eureka” en su oficio?

- Es una cosa tan fabulosa -dice y mira uno de los cuadros que tiene en la oficina montada en su casa. Uno se llena de alegría porque elimina una serie de dudas y sabe qué es lo que tiene en su mano.

La charla sigue con el relato de un descubrimiento de una obra de Pirro Ligorio, un napolitano que trabajó en Roma en el siglo XVI. Cuenta historias de obras que fue topándose en el camino. Aquel chico de Santa Lucía que quería dedicarte al arte es ahora un hombre afable rodeado de libros, catálogos y cuadros que ofrece café de nuevo en su departamento. “¿Usted es de Tucumán o de Conción?” repite en la despedida, como quien hace un guiño, como quien recuerda el pago.