Todo lo que vale la pena hacer: mi experiencia en el poliamor
¿Hay algo más allá de la monogamia y de la exclusividad sexual y afectiva? Un relato íntimo de cómo se vive el poliamor y las relaciones por fuera de los mandatos establecidos.

Collage de Sofía Valenzuela en https://www.latercera.com/
Eran principios del 2018 y por fin había logrado terminar una relación amorosa que duró, con idas y vueltas, unos cuatro años, abarcando casi todo mi trayecto por la Facultad de Artes. Por entonces, el movimiento feminista estaba más presente en mi vida y, alentada por mi reciente ruptura, comencé a replantearme el amor y las relaciones. Así fue que, en parte guiada por la decepción de un corazón roto, pero también por una búsqueda de respuestas, me animé por fin a hacerme cargo de una problemática que rondaba mi mente hace años: el mandato de la monogamia que nos impide concebir otro tipo de vínculos por fuera de la exclusividad sexual y afectiva ofreciéndonos como única opción la relación de pareja heterosexual.
El libro de Luciana Peker Putita Golosa, por un feminismo del goce fue la primera de varias lecturas que emprendí sobre el tema y fue en ese libro que me topé con la autora Española Coral Herrera Gómez, quien comenzó a darle un marco teórico a lo que estaba pensando. Conocí el concepto de amor romántico y por primera vez pude ver el amor como algo político, como una construcción socio-cultural, en las palabras de Coral: “Nos meten el romanticismo patriarcal en vena a través de la cultura: con mitos, estereotipos y roles sublimados nos explican qué es lo anormal y qué es lo normal, cómo son las mujeres, cómo son los hombres, y cómo se relacionan entre ellos. Nuestra cultura es patriarcal, nuestra forma de relacionarnos es, pues, patriarcal”. Estas ideas me shockearon y abrieron mi mente a una manera totalmente nueva de concebir mis relaciones y el amor, desde ese momento me adentré en debates y lecturas que evitaban los esencialismos y lugares comunes. Un lugar muy común en la discusión sobre la monogamia es preguntarnos si los seres humanos somos o no monogámicos por naturaleza. Esta pregunta para mí no tiene mucho sentido, ya que creo que, si caemos en esencialismos, nos perdemos lo verdaderamente interesante del asunto. Hemos llegado a naturalizar la monogamia como único modelo relacional valido, pero esto no fue siempre así, a lo largo de la historia existieron otros tipos de vínculos que desaparecieron (siendo reprimidos) por el avance del capitalismo con la finalidad de ubicar al núcleo reproductor (pareja heterosexual) en el centro de la vida social imposibilitando otro modelo de relaciones.
Con mucha información y también curiosidad, inicie un camino de búsqueda de otros modelos vinculares, convencida de que la no monogamia era la única manera de tener relaciones más equitativas, soñando con una relación de compañerismo sin contratos ni promesas irreales. Una relación basada en la libertad y en las ganas de dos personas de estar juntos. Principalmente, un tipo de relación libre de machismo y de las violencias nacidas de los celos y las ansias de posesión que había vivido en vínculos pasados. Venían a mi mente muchas situaciones feas, como ser mi primer novio adolescente persiguiéndome en la calle cuando salía con amigos o amenazándome con matarse en el momento que decidí dejarlo. Quería (y quiero) construir vínculos lo más lejos posible de esas experiencias.
Los vínculos sexoafectivos que viví desde el 2018 hasta la actualidad fueron muy diferentes entre sí, pero todos bajo el paraguas (bastante amplio) de la no monogamia. Al principio, me resultó complicado coincidir y así fue que, en más de una ocasión, los vínculos terminaban rápidamente. Me acuerdo puntualmente de una situación a comienzos del 2019 que me hizo trastabillar: Una noche me encontré en una esquina del centro con un chico con el que salía hace un par de meses y de quien estaba muy enamorada. Desde que nos encontramos y durante todo el camino hasta el bar, lo sentí raro, distante, ensimismado. En el bar, pedimos una botella de Quilmes y comenzamos a hablar sobre nuestra muy nueva relación, cuando le propuse no ser exclusivos decidió dejarme, no estaba de acuerdo con esos términos. Inmediatamente se largó una tormenta y tuve que correr unas cuadras para ir sola a un evento al que habíamos planeado ir juntos.
Las experiencias que viví también me hicieron consciente de los muchos prejuicios que tenemos sobre el amor y las relaciones, por ejemplo, la mayoría de las veces que hablé de la no monogamia con personas amigas y conocidas recibía comentarios del estilo “eso no es amor” o “cuando te enamores en serio vas a cambiar de opinión”, “estás boludeando”, “yo no podría”. Sin ir más lejos, mi mamá me dijo cosas como “Así nunca nadie te va a tomar en serio”. Me sentí en una disputa de sentido del concepto amor, queriendo demostrar que no existe una sola definición del mismo o una manera correcta de relacionarse. Eso que entendemos por “amor” tiene toda una construcción alrededor que puede ser desmontada o que vale la pena intentar desmontar. Creía y todavía lo creo, como escribió Coral, que el amor “se puede despatriarcalizar, descapitalizar, deconstruir, desmitificar, colectivizar y re-inventar, y además tiene un hermoso y noble potencial revolucionario”.
A medida que pasaron los años, fui concretando vínculos, algunos fugaces y otros que me acompañan hasta hoy. El 2020, junto con la pandemia y la cuarentena, me encontró con muchas dudas respecto a cómo quería continuar relacionándome. El amor se volvió un tema central en las charlas con mi psicóloga que me aconsejaba olvidarme de los modelos y las idealizaciones, concentrarme en reconocer mi manera de sentir y construir una relación genuina que se condiga con eso. Después de un 2020 tomentoso, no solamente en cuestiones sexoafectivas, el 2021 me enfrentó a un desafío que todavía estoy terminando de procesar: empecé mi primera relación poliamorosa (entiéndase el poliamor como una relación donde no existe la exclusividad sexual ni afectiva y suceden varios vínculos simultáneamente sin jerarquía a priori) con un amigo de hace años que, en ese momento, tenía otro vinculo sexoafectivo y más experiencia en la práctica de la no monogamia que yo.
Los primeros meses fueron un reto. Me costaba lidiar con la incertidumbre que me generaba esta nueva experiencia y me daba mucho miedo comprometer mis emociones. Llegué a sentirme muy sola, no tenía experiencias previas similares y tampoco conocía a alguien que las tuviera y que me aconseje. Las únicas historias que había escuchado hasta entonces eran de chicas que aceptaban abrir su relación para conformar a sus novios y, obviamente, la pasaban mal. Todo esto sumado a que el sentido común nos dice que, si tu pareja también está enamorada de alguien más, solo te espera el sufrimiento. En ese momento, buscando apoyo de alguna manera, me acerqué a un libro que cambió y enriqueció mucho mi mirada: El desafío poliamoroso: por una nueva política de los afectos de Brigitte Vasallo. Brigitte no posee estudios universitarios, es investigadora independiente y se define a sí misma como escritora a trompicones (tropezones). Este bello libro es una crítica a la monogamia y fue escrito a partir de su propia experiencia. Muy resumidamente, las ideas que más me impactaron fueron que Brigitte define a la monogamia no como una simple practica sino como un sistema: “una superestructura que determina aquello que denominamos nuestra vida privada, nuestras practicas sexoafectivas, nuestras relaciones amorosas”. También enuncia que la multiplicidad en sí misma no cambia nada sustancial y da mucha importancia al vínculo entre los meta-amores (un meta- amor es la relación de tu relación, el amor de tu amor). Brigitte escribe al respecto: “el poliamor no viene definido por el numero de relaciones, sino por el tipo de relación que tienen los meta-amores entre sí: si de cooperación y cuidados mutuos, o de confrontación y batalla por la cumbre”. Este libro se convirtió en una especie de faro para esa aventura que estaba emprendiendo.
Mi relación poliamorosa se fue construyendo a medida que pasaba el tiempo y surgían situaciones, definimos acuerdos con respecto a la comunicación y también planteamos algunos límites. Los acuerdos son muy importantes, ya que, al contrario de las relaciones tradicionales, los vínculos no monogámicos se construyen mientras suceden, no hay manuales, no tenemos más referencias que nuestros propios sentimientos y esto puede ser tanto una ventaja como una desventaja. En un punto de la relación con mi pareja, comencé a tener mucho interés y curiosidad por su otro vinculo: quería saber cómo se sentía ella, qué opinaba y si era posible establecer acuerdos en conjunto. Me resultaba muy difícil ser indiferente. Logré conocerla de casualidad una de las veces que salimos a caminar con mi pareja y nos cruzamos con ella en una parada de colectivos. Al verla de lejos, él se asustó y no supo que hacer hasta que, finalmente, nos acercamos a saludar y seguimos nuestro camino. Ese encuentro casual fue el único contacto que tuve con ella.
Durante el año que duró la relación vivimos muchos momentos de felicidad y armonía, sin embargo, nos resultó difícil luchar contra nuestros propios prejuicios: en más de una ocasión nuestros sentimientos no coincidían con nuestras ideas y nos costaba resolverlo. De todas maneras, al escribir esto todavía no estoy totalmente segura de qué cuestiones nos distanciaron. Solo recuerdo mucho malestar relacionado con celos e inseguridades, además de inconformidad con respecto a la dinámica entre los meta-amores. Me sentí confundida y derrotada. Al final de todo, lo más doloroso fue aceptar el carácter evanescente del amor, abrazar lo que vivimos y soltar los proyectos que no llegamos a concretar, siempre con la esperanza de que la amistad y el cariño mutuo permanezcan sobre todo lo demás.
Meses después, tengo días en que todavía me pregunto si tomé las decisiones correctas, si la relación fracasó o si solo se quedó en un intento de algo imposible. Otros días, los más afortunados, me permito ver las cosas por fuera de los términos éxito/fracaso y pienso en los vínculos que construí que siguen conmigo, en las veces que mutaron y todo lo aprendido. También pienso en la importancia de animarse a cuestionar lo incuestionable, aunque impliqué sufrir en el proceso. Al final lo único que se puede lograr, el único éxito concebible, está ahí, en esos momentos felices donde sentimos que todo era posible. Y lo era, ya que, citando un verso de uno de mis poemas favoritos: “Todo lo que vale la pena hacer, vale la pena hacerlo mal”.