El día que Los Simpson llegaron a Tucumán y todo cambió para siempre
“Nos ha volado la cabeza” confiesa Sebastián, testigo privilegiado del momento en que la familia yanqui llegó a nuestras vidas. El recuerdo, las frases, las predicciones y la mirada de un estudioso de Los Simpson.

La famosa familia de la tele que llegó para quedarse.
Hay sucesos cotidianos, triviales en apariencia, que tienen la potestad de modificar la realidad para siempre. El 6 de marzo de 1992, en cientos de miles de hogares, acaso millones, las pantallas de los televisores de tubo se convirtieron en los portales que dejaron pasar de este lado a una familia estadounidense, disfuncional y amarilla. Desde ese día, Los Simpson forman parte de las vidas de varias generaciones de tucumanos que recuerdan las escenas, repiten de memoria sus frases y ven cómo la realidad se empecina en imitar a la ficción. Sebastián Baez estuvo ahí cuando llegaron. Así lo recuerda treinta años después.
Era viernes por la noche y la familia Baez se preparaba para disfrutar de un asado con amigos en su casa de El Manantial. Mucho se había hablado durante la semana de un singular estreno televisivo: un dibujo animado para adultos comenzaría a verse en la pantalla de Canal 8, la repetidora local de Telefé. La combinación de dibujitos y adultos sonaba a extraña paradoja. Tal vez por eso, los padres de Sebastián, de nueve años, y Alejandro, de siete, accedieron sin chistar a que sus hijos vieran el primer capítulo de Los Simpson que se transmitió en todo el país. No sólo eso, les permitieron que lo vieran en el más nuevo y grande de los televisores ubicado en el dormitorio matrimonial. Entonces no lo sabían, pero, a partir de entonces, no volverían a ver la tele con los mismos ojos.
“Me acuerdo clarito de ese día. Eran como las 23, no sé si porque acá lo pasaban más tarde o porque agarramos la repetición. Por muchos años, he pensado que el capítulo que dieron ese día era el que yo llamaba de la niñera asesina, pero era la niñera ladrona. Ha sido como un amor a primera vista, como que era algo diferente, algo que nunca habíamos visto y eso que no nos hablaba a nosotros como niños. Ha sido increíble ese primer contacto con la serie, a partir de ahí, nos hemos hecho fanáticos. Me acuerdo que ha sido inmediata la repercusión. Fue algo que nos ha volado la cabeza”, rememora Sebastián ahora con 38 años.
“Una noche encantadora” se llama aquel primer capítulo que se vio por acá, aunque, en realidad era el capítulo 13 de la primera temporada. La historia cuenta el plan de Homero y Marge para encender el fuego conyugal a través de una cena romántica, pero la pareja no había previsto que la niñera con la que se quedaron sus hijos se trataba era una ladrona. En la previa, así anunciaban los diarios el debut de Los Simpson en Argentina: “Basada en un humor irónico, socarrón y, muchas veces, rayano con el histerismo, la serie animada refleja los problemas cotidianos de una típica familia norteamericana”. “El dibujo animado de Matt Groening no es solamente una divertida serie de humor, tiene, además, una cuota de realismo en el tratamiento de cada tema que lo vuelve ideal”. “Son una familia al mejor estilo de vida americano con todo lo bello y lo siniestro que ello conlleva”.
Para Sebastián fue un camino de ida, Los Simpson habían llegado para terminar con la imagen edulcorada y naif de las familias que hasta entonces habitaban la televisión argentina como “Los Benvenuto” o “¡Grande, pá!”: “Viéndolo hoy te puedo decir que veníamos de las sitcom familiares donde todos eran perfectos y todo terminaba siempre bien porque el poder del amor todo lo curaba. Pero Los Simpson, primero que era animado y, segundo, no siempre estaba todo bien. Me acuerdo que, con la videocasetera, he grabado ese capítulo en que Marge andaba con el profesor de bolos y ese otro cuando Homero andaba con la compañera de laburo de la planta. Esos eran temas muy alejados de mi realidad de niño, pero me remil interesaban. Creo que era una manera de entender la vida. Mis viejos no sabían muy bien de qué se trataba la serie, pero siento que la tele me estaba educando para la vida”.
“Al poco tiempo que lo han empezado a dar todo el mundo lo veía. Llegué a grabar muchos capítulos en VHS para verlos mil veces más. Me acuerdo de las maratones que daban con no sé cuántos capítulos al hilo, eran como cuatro horas seguidas o más. Los Simpson han sostenido la programación del canal por no sé cuántos años. Salvando las distancias, creo que es como El Chavo del 8 que no te cansás de verlo”, comenta Sebastián que entonces, siendo todavía un niño, no tardó demasiado en dejarse seducir por la Simpsonmania: “Creo que fue un fenómeno cultural, pero también tenía mucho marketing. La revista Billiken traía mucho material de Los Simpson y yo tenía los chicles, las figuritas, jugaba al arcade ese que podías elegir cualquiera de los cuatro personajes… Todo me vendían, hasta la gaseosa Torasso ha llegado a vender los vasos, no sé si habrán tenido los derechos,… Imaginate, han llegado hasta una empresa tucumana. También había cosas piratas, muy piratas. Estaban en todas partes”.
¿Cuál es el secreto de la fascinación que generó en sus fieles televidentes? Con la sucesión de capítulos, la familia amarilla y todos los habitantes de Springfield fueron saliendo de la pantalla para volverse personajes familiares de nuestra cotidianeidad. Empezamos a verlos a nuestro alrededor, a comprobar cómo la ficción se había colado en la realidad de todos los días. Nosotros también fuimos un poco como ellos: “Después de los primeros capítulos despegan todos los personajes secundarios y Springfield empieza a cobrar vida. Hay más de cien personajes que podemos contar y todos tienen un trasfondo, una historia, y son fácilmente reconocibles en su comunidad. Hay un reflejo de eso con lo que uno puede tener en su ciudad. El alcalde corrupto (Diamante), el abogado garca (Lionel Hutz), el policía corrupto (Gorgory)… Son todos estereotipos fácilmente reconocibles en nuestra realidad. Antes no existía algo que muestre eso. Creo que, en su momento, ha sido muy novedoso”.
“A la grande le puse Cuca”, “No vives de ensalada”, "¿Alguien quiere pensar en los niños?", "¿Qué te pasó, viejo? Antes eras chévere", "No lloren por mí. Yo ya estoy muerto", “Les traigo paz", "En un momento así, solo se puede reír", "Plan dental... Lisa necesita frenos", “Mi Homero no es comunista. Podrá ser mentiroso, puerco, idiota, comunista, pero nunca una estrella de porno”. Son apenas algunas de las frases célebres del amplísimo repertorio de Los Simpson que varias generaciones han incorporado al habla cotidiana, como si se tratara de los proverbios del Martín Fierro que repiten nuestros padres y abuelos. En cualquier situación habitual, nos encontramos, de pronto, citándolos o rememorando escenas de la serie para reconstruir algún acontecimiento. También son la materia prima predilecta de los memes con que nos reímos día a día. No hay dudas de que Ciudadela, Barrio Diza, El Colmenar, Famaillá o Alderetes tienen algo de Springfield.
“Siempre estamos diciendo alguna frase de Los Simpson. A veces, en la oficina trato de no hacerlo porque hay chicos que son más chicos y quedo en offside. Hay gente que hace más referencias, que son más enfermos. Yo trato de no abusar… Consumo tantas pelotudeces que mi vida son eternas referencias. Por lo general, lo hago con gente de mi edad. Hay una realidad: para cada momento de la vida hay una escena de los Simpson”, comenta el abogado y fanático de los comics cómo ve en ese acervo de relatos simpsonianos una especie de lenguaje generacional.
Ya lejos de aquel encantamiento inicial que se produjo hace tres décadas atrás y de los años de furor de la serie animada, Los Simpson siguen siendo una parte irrenunciable de su vida: “Ahora con YouTube me acuerdo de algo que vi en algún capítulo, voy, lo busco y vuelvo a ver la situación. Hoy, con los nuevos capítulos, no sostengo ese fanatismo por la serie, pero las primeras nueve temporadas son históricas, hay como un consenso de que, a partir de ahí, se viene el declive. Sin dudas, fue la mejor serie animada. Las series más nuevas como South Park, Rick and Morty o Family Guy son todas herederas del humor de Los Simpson”.
Sebastián, como tantos otros, no piensa dejar de ver Los Simpson. No puede dejar de hacerlo. Ya lo dijo Guillermo Francella encarnando a Pablo Sandoval en la película El secreto de sus ojos: “El tipo puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia... de novia, de religión, de Dios... pero hay una cosa que no puede cambiar…”. Y lo dice él ahora: “Son pasiones, no se puede ir en contra de eso”.
Un producto cultural complejo y descolocante
Con Los Simpson se hicieron remeras, videojuegos, muñecos, llaveros, tazas y cualquier cosa que la maquinaria de consumo tenga para ofrecernos, pero también han sido un espejo posible para espiar y entender un poco de la cultura estadounidense. En su libro “¡Cámbiale Marge! Posmodernidad, Capitalismo y Literatura en The Simpsons” el editor y poeta Damián López hizo un análisis minucioso de la serie en su idioma original: “Los Simpson cambiaron para siempre el concepto de la serie de dibujos animados. Entraron como por un tubo en la vida de los más jóvenes (niños y adolescentes), que estábamos acostumbrados a series eternas, con capítulos que no cerraban nunca, con un montón de pausas y demoras, y nos propusieron una historia mucho más precaria, más mundana, que no pretendía avanzar, que no tenía un héroe que siempre estaba peleando contra alguien más poderoso. Y de ahí le abrieron la puerta a todas las series ácidas y turbias que le siguieron, desde Family Guy hasta Rick & Morty. Tomaron toda la libertad que da la animación y en lugar de rumbear para el lado de la fantasía (de robots gigantes, o razas de gatos del espacio, o Guerreros fundamentados en la astrología) la aplicaron a un estatismo casi morboso en el que lo mejor que podía pasar era que a la semana siguiente nadie iba a estar lastimado”.
-Qué te parece que significó en su momento la aparición de Los Simpson en Argentina y cuál es su influencia actual en nuestra cultura.
-Al principio, creo que fue descolocante. Yo me acuerdo perfectamente del primer capítulo que vi, sobre todo, porque pasó mucho tiempo antes de que lo volvieran a pasar: Homero compra una casa rodante destruida (como siempre, Flanders tiene una mejor) y se va con la familia en un viaje de aventura en el que, por supuesto, todo sale mal. Creo que tenía nueve o diez años, y estoy casi seguro de que no me reí, o al menos de que me costó entenderlo lo suficiente como para reírme. Incluso creo que muchos de nosotros nos reímos sin entender del todo, simplemente, porque Humberto Vélez (el que doblaba originalmente la voz de Homero) es un genio y los diálogos eran divertidos.
No te puedo dar una respuesta “estadística”, pero me animo a decir que fue una de las primeras veces en las que vimos una familia disfuncional atravesando situaciones reales (léase, torpes o corruptas o terribles o bizarras o realmente traumáticas), fuera de la manera afectada y claramente artificial de ¡Grande, Pa! o Son de diez. Creo que en eso influyó, al menos a mí, que por ese mismo tiempo se masificó la televisión por cable, y con eso llegaron Married with Children y Seinfeld, que también son, a su manera, distópicas y terribles.
Otro factor importante, creo, era el carácter hegemónico de la televisión como fuente de entretenimiento en los 90-2000, o sea, antes de la masificación de internet y los smartphones: no había otra cosa que hacer, y Los Simpson estaban ahí, en Telefé, en Fox, a cada hora. También por eso puede ser que no peguen tanto como antes, porque la gente busca otras cosas, otro humor, incluso, aunque Los Simpson sea el germen.
-¿Cuál te parece que es el secreto de la fascinación que a muchos nos produce Los Simpson?
¡Ese secreto tiene como mil ingredientes! Nos fascina que, en algún punto, todos somos Los Simpson. ¿Quién no vio reflejadas las conductas de su propia familia en ellos? Nos fascina la estupidez garrafal de Homero, la tristeza soterrada de Marge, el vandalismo inofensivo de Bart, la soberbia inocente de Lisa… y la lista sigue con cada uno de los personajes, principales y secundarios. Son queribles porque están rotos, son geniales porque están convencidos de que lo que son está muy bien.
Nos fascina la falta de dogmatismo, la desfachatez, la igualdad con la que se burlan de todo, la cantidad de cosas que dicen sin forzar al espectador a que se dé por aludido, los complejísimos chistes que tal vez ocupan un solo cuadro, las frases geniales, la impunidad con la que sucede el maltrato verbal en cada vínculo… y todo eso en una traducción que te hace perder como el 60% del humor. ¿Cómo no nos va a fascinar un producto cultural tan complejo, tan bien elaborado?
-¿La serie implica una manera distinta de ver el mundo?
No, no creo. Sí es cierto para muchos de nosotros fue la primera mirada satírica de la realidad norteamericana: capitalista, puritana, exitista. Sin mencionar que muchos no la consumieron como tal, sino como algo “gracioso”. Los Simpson forma parte de una larga tradición en la que se puede incluir a la mayoría de los comediantes de standup, Saturday Night Live, Married with Children, y muchas otras series. Lo que pasa es que no es la forma con la que la sociedad argentina normalmente se ha satirizado a sí misma, desde la denuncia brutal (e imperativa) de un Pinti hasta el absurdo del primer Casero. Igual te diría que una genialidad como Esperando la Carroza se arrima bastante a ese aire simpsonesco, aunque tampoco tuvo esa circulación transgeneracional que sí tuvo Los Simpson.
-Muchos encuentran en la serie predicciones, anticipaciones y profecías ¿La realidad se empecina en imitar a Los Simpson o es al revés?
Salvo algunos casos puntuales que dan un poco de escalofríos, diría que tildar a una serie de “profética” es sobreestimar a la realidad: no somos tan impredecibles. Cuando tenés 20 genios del humor encerrados 10 horas al día en una pieza, alguno la va a pegar en algo. Creo que en el fondo, el asunto podría ser más trágico: fue lo primero que se le ocurrió a un grupo de gente que no estaba pensando en arribar a ningún punto coherente. ¿Y no pareciera a veces que la realidad es eso, una sucesión de delirios?