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El día que Constantino se encontró con la muerte en la montaña

Historias de acá

En abril de 1971 un avión con tres militares que desarrollaban una misteriosa misión se estrelló contra los cerros tucumanos y unos estudiantes encontraron los restos de la tragedia. La historia y el recuerdo de uno de los protagonistas: "No pude dormir por esas imágenes tan fuertes”.

Los restos del avión de la tragedia todavía están esparcidos en los cerros.





Sucedió hace casi 51 años en los cerros tucumanos, pero para Constantino Grosse parece que fue ayer y así lo cuenta. Jamás olvidará el encuentro con un avión destrozado a 4.250 metros sobre el nivel del mar y, mucho menos, la imagen de tres cuerpos sin vida, uno de ellos partido al medio, aún sujeto al cinturón de seguridad. La misteriosa misión de los militares que viajaban en la aeronave, el dinero encontrado, la noche en una celda tras el macabro hallazgo y las fotos que logró sacar ese día que se encontró con la muerte en la soledad de la montaña. 

El domingo 4 de abril de 1971, plena dictadura militar del recién asumido Alejandro Lanusse, partió desde el aeropuerto Pajas Blancas, de Córdoba, el pequeño avión Beechcraft Bonanza LQIAH perteneciente a la Dirección Provincial de Aeronáutica cordobesa con tres miembros del Ejército Argentino hacia la capital salteña. El capitán retirado Jorge Ortega estaba a cargo de la aeronave y lo acompañaban el primer teniente Firpo Almeida y el suboficial mayor Rubén Martínez. Al mediodía llegaron a Salta para cumplir una misión oficial, sobre la que jamás se conocieron los detalles.

El avión era uno de las 17.000 que fabricó desde 1947 la firma norteamericana The Beech Aircraft Corporation. Por esos años, ya había sido adquirido en varios países debido a su versatilidad. Fue el primer moderno avión de alto rendimiento utilitario. Era un monoplano de ala baja muy rápido, construido en un momento en que la mayoría de los aviones ligeros seguían siendo de madera y tela. Tenía una capacidad para tres pasajeros y era de una aleación de metales con magnesio. Se calcula que actualmente alrededor de 6.000 siguen activos y son utilizados para tomar clases de vuelo.

El martes 6 el Bonanza decoló desde el aeropuerto El Aybal, en Salta, para retornar a Córdoba, a donde debía llegar unas horas más tarde, no sin antes atravesar cielo tucumano. Al anochecer de esa jornada se dio la alerta debido a que el avión no había sido detectado por los radares de los aeropuertos de Tucumán y de Santiago del Estero, ni había hecho contacto por radio, como lo establecen los protocolos oficiales. A la mañana siguiente se inició la búsqueda.

Con pocas pistas, un equipo en un helicóptero del Ejército recorrió los cerros salteños y tucumanos, pero no se encontró nada. Las esperanzas se iban desvaneciendo con el paso de las horas.

Al día siguiente, el miércoles 7 de abril, luego de pasar la noche en Tafí del Valle, los estudiantes universitarios Stephan Halloy, Gustavo Lavilla y Constantino Grosse, de entre 18 y 23 años, con sus mochilas cargadas con lo suficiente como para pasar dos noches en la montaña, dejaron la ruta provincial 307 y comenzaron  el ascenso por la Quebrada del Barón, el lugar en donde está la senda más antigua para llegar hasta el filo montañoso que tiene como punto más alto al cerro El Negrito, a 4.550 metros sobre el nivel del mar. 

Al comenzar la expedición, les llamó la atención la persistencia de un helicóptero que sobrevolaba la zona, como si buscara algo. Uno de ellos creyó haber escuchado la noche anterior en la radio que se buscaba a personas en el cerro o un avión, pero no estaba seguro. Lo comentaron entre los tres y siguieron. 

"Nos dirigíamos hacia las Lagunas de Huaca Huasi que se encuentran a 4.300 metros sobre el nivel del mar, en las Cumbres Calchaquíes, cerca del Negrito. Salíamos bastante, nos gustaba estar en las montañas", sostiene Constantino Grosse, de 74 años, licenciado en Física, que hasta hace cuatro años fue docente en la UNT, uno de los protagonistas de esta historia de hace casi 51 años atrás que quedará para siempre en su memoria.

La caminata siempre hacia arriba de los tres universitarios fue durante un día con mucho sol y casi sin nubes, puro cielo azul. "De repente, cerca de las cinco de la tarde, nos encontramos con lo que parecían ser los restos de un motor de avión, muy cerca un ala destruida y más allá un escenario dantesco. Había tres hombres sin vida en asientos desparramados y uno de los cuerpos estaba partido al medio, aún sujeto con el cinturón", narra Grosse. Tras un silencio de unos segundos, reflexiona en voz alta: "Uno no está preparado para encontrarse así con la muerte".

Luego de unos minutos en shock, a 4.250 metros de altura, casi sin saber qué hacer, tomaron la decisión de avisar cuanto antes a la Policía sobre la tragedia. Se preguntaron, entonces, cómo hacer para que les crean. Para que su relato sea verosímil recogieron los documentos de las víctimas, tomaron una billetera con mucho dinero y unos papeles. "Pese a que estábamos cansados éramos conscientes que había que bajar y así lo hicimos. No hubo gritos ni lágrimas, estábamos en la nada, había que decidir. En medio de la noche llegamos hasta un refugio en donde vivía una familia, les pedimos ayuda, creo que comimos algo  y seguimos hasta llegar a la medianoche a la comisaría de Tafí del Valle. Estábamos extenuados por haber caminado todo el tiempo", recuerda Grosse.

No tuvieron que explicar demasiado a los pocos policías que había en la comisaría, pues ya sabían de la búsqueda. Los sorprendió, sin embargo, que no los trataron bien y los retaron por haber recogido documentación y dinero. Como si con eso no bastara, los detuvieron y encerraron en una celda para pasar la noche bajo llave. "Justamente por eso y porque estábamos en dictadura yo había hecho unas fotos del accidente con una pequeña cámara que cargaba siempre conmigo al subir a la montaña, le había sacado el rollo y lo había escondido entre la ropa que llevaba puesta por temor a que me lo quitaran", cuenta el investigador tucumano.

En el amanecer del jueves 8 se puso en marcha el operativo para bajar los cuerpos, pero había que llegar a ellos y los estudiantes eran los únicos que conocían el camino. Una caravana de vehículos, entre los que iban ambulancias, partieron por la ruta provincial 307 hasta el lugar en donde comenzaba la senda.

"Estábamos cansados, pero aun así sabíamos que no quedaba otra que volver a subir, no había mucho para pensar, eran horas para actuar. Había unas mulas preparadas, pero sobre ellas iban los policías, nosotros tuvimos que caminar. Llegamos luego de unas horas, los cuerpos se recogieron en unas bolsas y bajamos. Al retornar a la ruta había más vehículos y entre las personas pude ver un equipo del diario La Gaceta. Me acerqué a un periodista y le entregué el rollo con las fotos que hice", rememora Grosse. Ese año, el matutino tucumano le dio el Premio a la Vocación Periodística. Los restos del avión quedaron en la montaña, mudos testigos de la tragedia. Aún hoy se encuentran allí.     

Grosse, por ser el mayor de los tres montañistas, fue citado a dar su testimonio durante varios meses ante una comisión de hombres del Ejército. Le mostraban mapas para tratar de encontrarle alguna explicación a las causas de la tragedia. Entre ellas, por ejemplo, la duda sobre por qué la ruta del avión pasaba apenas por encima de los cerros.               

Debido a una serie de accidentes mortales que tuvo como protagonistas a los Bonanza en varios países y ante la posibilidad de que se tratara de deficiencias en el diseño, la Beechcraft encargó estudios. Concluyeron que los accidentes podrían haberse originado porque las aeronaves fueron usadas para viajes de larga distancia en condiciones de extrema turbulencia, como en tormentas. Todo montañista sabe que por sobre los 4.000 metros en las Cumbres Calchaquíes el fuerte viento es una compañía permanente y el tiempo cambia en un instante. Quizás aquí haya una explicación, la que nunca se dio de manera oficial. Ahora sólo el cerro tiene la respuesta.

 

El silencio, el sol y el viento

Fue un domingo de octubre cuando me encontré con los restos del avión. Se lo conté a Grosse porque fue la chispa que encendió mi curiosidad por saber qué había sucedido. Me estremeció el contraste de tanta belleza, silencio, sol y viento con la cercanía de la muerte al caminar entre los restos. Imaginé los últimos segundos de vida de Ortega, Almeida y Martínez y cómo el encanto de esas montañas se convirtió en su trampa mortal. La Quebrada del Barón fue lo último que vieron sus ojos.

Así luce actualmente el lugar el accidente

Tomé un pedazo irreconocible de metal del largo de un brazo y me sorprendió su escaso peso. Aún persistía un color celeste muy suave. Me acerqué después a dos objetos grandes que estaban cercanos entre sí y ya no cabían dudas: eran una ventanilla de avión y un ala. El viento, el frío, la nieve y el paso del tiempo no pudieron con esos objetivos informes esparcidos en un diámetro aproximado de 300 metros hacia abajo.


Cartas con una viuda

Constantino Grosse rememora que a las pocas semanas de la tragedia del Beechcraft Bonanza recibió una carta de una de las viudas: "No recuerdo de cuál de ellos era, pero intercambiamos varias porque quería saber todos los detalles del lugar del hallazgo y de cómo encontramos el cuerpo de su esposo. Parecía una persona amable por cómo escribía. Accedí y le conté todo lo que pude. Con el tiempo las cartas fueron menos habituales hasta que se terminó el vínculo".

A casi 51 años del misterioso accidente, este docente e investigador tucumano jubilado reflexiona: "Durante mucho tiempo no pude dormir por esas imágenes tan fuertes que aún están muy presentes en mí. Además, con los años, me di cuenta que volví a la montaña, pero opté por otros caminos. No sé muy bien por qué, es un asunto de la psicología, pero sí sé que no quise hacerlo por allí nunca más". 

Constantino Grosse, uno de los protagonistas del terrible hallazgo entre los cerros.