El gran misterio jamás revelado de las palomas mensajeras en Tucumán
Antes eran las que transmitían los resultados de las olimpiadas y las novedades entre las trincheras de las batallas. Ahora, en su casa de Yerba Buena, un hombre dedica su vida a cuidar palomas que recorrerán cientos y cientos de kilómetros. La historia de un secreto nunca antes contado.

Fotos: Leopoldo Silva.
Domingos. Son 16 domingos a lo largo del año en que los colombófilos tucumanos viven unas de las sensaciones más lindas que, según ellos, tiene la actividad que practican: esperan con ansias ver llegar a las palomas que criaron desde pichones y que ahora mandaron a competir. Arriban exhaustas y se lanzan en caída libre.
Llegan de a una y tienen que entrar al palomar. Una vez que ingresan, se les computa el tiempo con el chip que tienen en una de sus patas. Un sistema saca automáticamente el promedio de vuelo en kilómetros por hora. Son momentos de gran emoción, ver ese vuelo rasante y en círculos antes de entrar.
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La colombofilia es la disciplina que se dedica a la cría, entrenamiento y competición de palomas mensajeras. Colombófilos se les dice a quienes practican la actividad, Juan José Majolli es uno de ellos y me abre las puertas de su casa en Yerba Buena. Habla pausado y con calma. Tiene las manos grandes y curtidas. Empezó a criar palomas en su adolescencia y ahora tiene el pelo blanco y hace dos años se jubiló. Es contador y, sobre todo, un amante de las palomas mensajeras.
La colombofilia tiene sus inicios en Bélgica, país donde la actividad todavía es una tradición y que, actualmente, es la meca de donde salen las mejores palomas. En sus inicios, la disciplina tenía un fin comunicativo. Sus incipientes usos estuvieron destinados a informar los resultados de los primeros juegos olímpicos en la antigua Grecia. Luego, las palomas mensajeras fueron una pieza clave para los distintos imperios europeos. Más adelante, se destacaron en las dos guerras mundiales. Hubo un tiempo en que la agencia de noticias Reuters tenía un palomar en su terraza para recibir la información antes que la competencia.
La mensajera es un tipo especial de paloma que tiene la capacidad de regresar desde un punto distante al palomar donde fue criada. “Al contrario de lo que muchos creen, no es que van de un lugar a otro, sólo tienen la característica de retornar a donde fueron criadas”, me cuenta Juan José Majolli. Su palomar, como la mayoría de los palomares, se encuentra en su casa, y cuenta con alrededor de 60 palomas: “Son muy parecidas en su aspecto a las que podemos encontrar en todos lados, que aquí le dicen de Castilla y, muchas veces, son consideradas plagas. Pero hay algo que diferencia a las mensajeras y no lo podemos explicar bien porque hasta hoy sigue siendo un misterio. Ese algo, se cree que son cristales de magnetitas (óxido de hierro) conectados a una especie de procesador que registra la latitud y longitud. Los cristales están ubicados en el pico, con el que se ubican y sobre todo, las ayuda a reconocer su palomar, el cual emite unas ondas magnéticas que ellas reconocen con el pico”.
El palomar es una estructura de metal que se une con el techo. Son varias jaulas de casi dos metros de altura donde se las separa. Cada palomar está hecho a medida según el gusto del colombófilo. El de Majolli es más alto que el promedio. Un pasillo recorre las jaulas y al final hay una habitación con tachos de maíz, un botiquín y papeles. Todo está ordenado.
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Los días de Juan José comienzan temprano, al amanecer, con los primeros rayitos de sol. Sale al patio y camina hasta el palomar, abre las jaulas y las palomas salen a volar por lo menos una hora y media. Cuando quiere que regresen, se sube en una escalerita con una caña que se parece a una garrocha. Hace sonar la caña contra el techo del palomar y ellas vienen. Dan vueltas en círculos por todo el patio hasta que comienzan a entrar y pasan por una entradita con unas varillas que les impiden volver a salir. Después del entrenamiento, viene la comida: un mix de ocho semillas seleccionadas sumado, a veces, a vitaminas o lo que les haga falta: “Así como se preparan los atletas de alto rendimiento, entrenar a una paloma de competición lleva mucho tiempo y dedicación, después de que comen las controlo y chequeo que estén bien. Limpio el palomar todos los días, eso es fundamental para que estén sanas y para llevar un control estricto”.
Él pasa muchas horas solo con las palomas, por eso afirma que la colombofilia es más que nada para chicos o jubilados: “Hay que dedicarle mucho tiempo todos los días, no basta con sacarlas a que vuelen a la mañana”. Algunos días, las lleva en su auto y las larga desde distintos puntos, sobre todo, a los pichones: primero cerca y progresivamente más lejos; eso se llama práctica de regreso: “Le podés abrir el canasto como a 200 kilómetros, pero, si no las acostumbras antes, se pierden todas. Hay que ir despacio”. Paciencia es algo que parece sobrarle.
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Juan José se enamoró de la actividad a los catorce años cuando sus ojos vieron un palomar por primera vez. Era el de Félix Cabrera, su vecino. Recuerda con emoción esos años en Barrio Sur pasando su tiempo entre aves. Era 1970 y Don Cabrera fue quien le trasmitió la pasión por esta disciplina y lo llevó a conocer a otros colombófilos de la provincia. Arrancó con dos pichones que le regalaron y así fue armándose el que sería su primer palomar.
En algún momento, en las décadas del setenta y ochenta, hubo más de cuarenta palomares en la provincia, la disciplina crecía y cada vez encontraba más adeptos. Fueron los años de oro de la colombofilia en Tucumán. Las palomas andaban en bandadas por los barrios. Cada tanto, se perdía alguna y los vecinos las llevaban a la Sociedad Colombófila que sigue, al igual que entonces, en la calle Santiago al 600. Con el tiempo, no hubo renovación y sólo quedaron unos cuantos. Hoy casi todos son colombófilos de años que siguen con su pasión. “Ahora somos todos viejos”, se ríe Majolli.
El inicio de la Sociedad Colombófila tucumana data del año 1938, desde esos tiempos y hasta los dos mil todo fue analógico: “En vez del chip electrónico, a las palomas le poníamos un anillo de goma con un número, cuando llegaban sacábamos ese anillo y lo colocábamos en un reloj que imprimía la hora en una hoja. Después, teníamos que ir a la sociedad y hacer los cálculos de vuelo a mano. Eran hojas larguísimas con logaritmos”. Para él, muchas cosas han cambiado, ahora puede saber el tiempo exacto de vuelo, el historial de palomas, la ubicación y hasta las competencias activas que hay en el país; todo eso en el sistema online que la Federación Argentina tiene y al que todos los colombófilos del país tienen acceso.
En Argentina hay más de sesenta asociaciones o clubes colombófilos. Se tiene registro de que a las primeras palomas mensajeras las trajeron dos belgas que vinieron a trabajar en Zarate en 1886. Fue allí donde se inauguró el primer club del país.
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A fines del año pasado, la colombofilia fue noticia después de haberse realizado la venta de la paloma mensajera más cara en toda la historia. Un criador Belga recibió 1,9 millones de dólares por la hembra New Kim. La paloma fue adquirida por un colombófilo chino. En Argentina, los precios están muy lejos de aquellas grandes subastas. Una paloma mensajera ronda los $10.000 y una campeona puede llegar a costar hasta $90.000 si es que su performance ha sido buena en las carreras. El mercado existe, sobre todo, en el centro del país.
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La casa de Majolli queda atrás del club Tucumán Rugby. El palomar está en el fondo, para llegar hasta él hay que pasar por la casa, por la galería y cruzar por el césped. En la esquina, se levanta una estructura con techo de chapa de no menos de quince metros de hierros y jaulas en forma horizontal. Mientras caminamos por el césped y pasamos a la par de la pileta, veo que todo está muy limpio. De fondo, suenan algunos arrullos. El palomar tiene un piso de cemento alisado. Cuando nos acercamos, las palomas aletean dentro de sus jaulas. Otras están quietas sobre unos posaderos de madera. Se separaran en grupos, la mayoría luce igual, aunque Majolli me cuenta que él puede reconocer a una por una y diferenciarlas.
Abre una de las jaulas y me muestra el anillo que llevan en una de las patas. En la otra, tienen el chip fluorescente cual tobillera electrónica que registrará cada vez que la paloma ingrese a la jaula.
La estructura de hierros verdes se extiende hasta el techo y sobresale de las chapas exteriores formando una jaula que lo recorre, eso se llama solera y es parte fundamental en el desarrollo de la paloma mensajera. Cuando son pichones, una vez que dejan el nido, se posan ahí para tener vista panorámica del palomar y de la casa. Así van reconociendo el entorno para saber ubicarse.
Al final del pasillo del palomar, una habitación funciona como depósito de todo lo necesario para ellas. Un canastito con vitaminas y remedios. En el piso, tachos grandes de semillas seleccionadas. También se ve una radio colgada de una de las paredes que se conecta con un parlante incrustado en el medio de las jaulas. Cada tanto, se aprecia un polvo blanco que los colombófilos llaman tiza y es un buen indicador. Eso desprenden las palomas con buena condición de sus plumas, ellas lo utilizan como impermeable y las ayudará en competencias con lluvia o mucho viento.
Están casi 23 horas por día en el palomar, algunas ni salen a volar. Majolli dice que ya se acostumbraron, que se hicieron al palomar. Eso no fue tarea sencilla: “A las palomas hay que acostumbrarlas de pichones, no hay que dejarlas que se vayan mucho porque se hacen salvajes y una paloma así no te sirve para las competencias”.
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Las tiradas de las distintas fechas del torneo tucumano son casi siempre en la línea que sigue al antiguo ferrocarril Mitre que conecta Tucumán con Buenos Aires. Algunas fechas más cerca, otras más alejadas. A las palomas, por las características geográficas, les queda más cómoda esa ubicación y es una tradición, ya que antes las mandaban desde la estación central de la calle Corrientes en un vagón de tren hasta su destino donde un trabajador ferroviario les abría las jaulas para que regresen a sus palomares en nuestra provincia. Hoy eso se remplazó, la Sociedad Tucumana tiene un camión especial que las trasporta. Los colombófilos deben llevarlas los días sábado a la tarde, ahí las cargan en los canastos para que al día siguiente el chofer las lleve hasta el destino de largada.
Los puntos de tirada suelen repetirse todos los años. El campeonato son 16 fechas y el colombófilo que acumula más puntos es el ganador, los puntos se suman según quien es el criador de la paloma que más rápido voló en cada jornada. Cada competidor puede mandar hasta veinte palomas a competir cada fecha (en otras asociaciones suelen ser menos, con límite de hasta diez palomas).
Cien kilómetros, doscientos, quinientos o más; el punto de largada va variando según cada fecha. Se corre entre los meses de abril hasta septiembre por el calor, ya que las aves no pueden competir con altas temperaturas. Hay jornadas que solo corren pichones y otras donde lo hacen las adultas.
En Tucumán, actualmente, hay diez palomares activos que compiten en el campeonato. Todos se conocen y frecuentan, son amigos de años. Están conectados por grupos de WhatsApp donde se preguntan inquietudes y avisos.
A nivel nacional, Tucumán se destaca por sus pocos pero muy buenos colombófilos. Algunos de ellos participan en competencias a nivel nacional con excelentes resultados. Para esas competencias, mandan pichones a Buenos Aires, donde son criados por cuidadores que los llevarán a competir junto a todas las palomas de distintos criaderos. Allí los premios son buenos y se puede llegar a ganar hasta un auto. Después del campeonato, las palomas se subastan ya que dejaron de ser propiedad de quien las envió, aunque este tendrá un descuento importante si es que decide comprarla en la subasta.
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“Esas coreografías aéreas eran tan hermosas que parecían un baile ensayado. Pero lo mágico es que nunca nadie subió a explicarles”, así describió la escritora argentina Magalí Etchebarne en uno de sus cuentos al movimiento que las palomas mensajeras realizan en el aire cuando están orientándose. Círculos que parecieran formar un ocho, el vuelo es rápido y a la vez suave, fluye. En las largadas, cuando se abren las jaulas de los camiones, se siente un aleteo infernal y salen todas del canasto. Se dice que esa especie de danza que realizan cuando agarran vuelo es para que sus magnetitas funcionen como un radar de alta precisión, como una brújula ultra precisa. Se dice, pero no se tiene certezas, esa es una premisa que escucharé mucho durante las horas de charla con Juan José: “Las palomas vuelan a ciento cincuenta metros de altura, otras veces, si el cielo está muy cerrado, van al ras de las casas. En las carreras tienen muchas interferencias: se pueden perder, las pueden cazar halcones o desviar… algunas no llegan. Lo mejor de una paloma lo da entre los dos y cuatro años de edad, ese es el pico de rendimiento”.
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El hijo menor de Majolli llega del colegio, se saca la mochila y pasar sin saludar directo a ver las palomas. El sol se está yendo, en el palomar el parlante conectado a la radio suena con una especie de cumbia, esa fue una idea de Majolli para que se sientan acompañadas y se acostumbren a escuchar voces. El menor de la familia agarra un pichón que nació hace cuatro días, lo acaricia. En unas semanas, ya saldrá a volar y le tocará posarse en la solera.
En el palomar, la luz entra como pidiendo permiso. Las palomas posan, ahora les toca preparase porque el domingo corren la última y más larga carrera del campeonato: el Gran Premio Federal, la tirada más larga del año será desde Rosario. Son 810 kilómetros y una exigente prueba para su condición. Se espera que las primeras comiencen a llegar en el atardecer, tras nueve o diez horas de vuelo continuo a ochenta o noventa kilómetros por hora. Un halo de misterio recorre por el palomar de Majolli y pienso que así son las pasiones: Inexplicables.
Mirá el video de las palomas en competencia: