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"Ahora lo llevo en la piel": los secretos de la fanática de 75 años que se tatuó a San Martín

HISTORIAS CIRUJAS

Ester es Ciruja de Alma y Vida desde la cuna. Estuvo varios años sin faltar a ningún partido, ni de visitante. Ahora del brazo de su hijo se animó a cumplir un sueño. Una historia de amor y pasión.





Mientras el tatuador Jesús Aballay asentaba la aguja sobre el antebrazo de Ester, el miedo se iba trasformando en alivio, la preocupación en alegría, el dolor en satisfacción, el sufrimiento en orgullo. Sucede que Ester tiene 75 años y decidió tatuarse por primera vez en la piel lo que hace años llevaba tatuado en el alma: el escudo de San Martín.

“No me dolió nada”, dice entre risas Ester en charla con eltucumano.com, y cuenta que llevaba años queriendo grabarse algo de los Santos, pero no se animaba: “La verdad me daba un poco de miedo, me daba vergüenza pensar que por ahí no me lo puedan terminar por no aguantar el dolor”, confiesa.
Sin embargo, todos esos fantasmas, esos temores, se evaporaron inmediatamente empezaron a trabajar sobre su brazo: “Ni lo sentí. Y después, en mi casa me lo lavé con jabón neutro y no hubo ningún ardor ni dolor”.

Ester es futbolera de alma y vida, criada en una familia sanmartiniana, desde su temprana infancia, se pasaba las tardes del domingo con la oreja pegada a la radio escuchando los partidos del Santo. Su padre, Bernardo Reyes, fue dirigente y su hermano jugó en las inferiores, pero no llegó a primera: “Me acuerdo que iba a ver los partidos de él con mi papá”.

Sin embargo, su pasión por el fútbol y especial por los Santos encontraban un obstáculo importante: en aquellos años, las mujeres no solían i r a la cancha y Ester era una de tantas que se quedaban con ñata contra el vidrio, mientras los hombres de la casa iban rumbo a los estadios.

Para colmo, la vida la cruzó y enamoró de un Decano. Se casaron y tuvieron tres hijos. Como si se tratará de un gen dominante contra uno recesivo, todos salieron Cirujas: “Mi marido era el único hincha de Atlético, pero no era fanático. Iba a la platea, pero nunca le molestó que nosotros seamos de San Martín. Incluso, por sus hijos, se alegraba si el Santo ascendía o ganaba. Lo único que no quería que yo vaya a la cancha”.

Así, una tarde, su hijo Alfredo, que por entonces era una adolescente, se dio vuelta, la miró sentada en casa y le dijo: “Vieja, vamos a la cancha, yo te llevo”. A Ester le brillaron los ojos, pegó un brinco, se atavió de rojo y blanco y salió, del brazo de su hijo, para su Ciudadela.

Ester no es una persona memoriosa, y no recuerda con exactitud qué partido fue al primero que vio desde la tribuna, pero sabe que ya pasaron más de 30 años y que desde entonces no ha faltado nunca más: “Hubo algunos años que vimos todos los partidos de local y de visitante, todos, todos. Viajábamos a Formosa, Jujuy, Salta, Catamarca, Santa Fe, Córdoba. A todos lados. Todavía seguimos viajando cuando podemos”.

Ya jubilada, Ester recuerda algunas locuras que hacía (y volvería a hacer) por seguir al Santo de sus amores: “Yo trabajaba en el hospital Padilla, los fines de semana íbamos a otras provincias a ver a San Martín y muchas veces pasábamos la noche en la ruta viajando. El lunes tempranito, el ómnibus me dejaba directamente en la puerta del hospital, yo marcaba la entrada toda vestida de San Martín, mi jefa me hacía pierna y me dejaba volver a mi casa cambiarme, bañarme y volvía al trabajo. Así cumplía con mi jornada laboral, sin dormir tras muchas horas de viaje”.

Para ella, San Martín es mucho más que una pasión o un club del que es hincha: “Yo tengo tres hijos, San Martín es el cuarto. Yo me aflijo, lloró, me angustió y me pongo feliz por San Martín como si fuera un hijo más. Yo no tengo 4 hijos”, revela sin exagerar ni un poquito sobre sus sentimientos.

Su casa, y especialmente su habitación, está llena de banderas, gorros y camisetas rojas y blancas, sin embargo, en medio de tanto fuego Ciruja, llama la atención un pequeño banderín celeste y blanco: “Como te decía, mi marido era de Atlético, el ya falleció y él colgaba en la cabecera de la cama el lado del que dormía un banderín de Atlético que yo hoy sigo manteniendo en ese lugar como un homenaje a él”, explica.


Como aquella tarde en la que fue a la cancha por primera vez, Ester se colgó del brazo de su hijo para hacerse el tatuaje: “Yo me hice el escudo primero y ella me dijo que quería hacérselo y yo la acompañé”, cuenta Alfredo sobre su mamá que tenía esta deuda pendiente desde la final con Sarmiento: “Yo había prometido que si ganábamos me hacía el tatuaje. Y después por unos problemas de mi piel no me lo pude hacer. Luego paso que no me daba el presupuesto porque no son baratos y ahora quise darme el gusto como sea. Para mí es un sueño cumplido”, cuenta Ester.

A su vez, la mujer confiesa un pequeño secreto, una obsesión que la pinta entera de rojo y blanco: “Yo nunca, pero nunca, salgo a la calle si no llevó el escudo de San Martín. Ya sea en un llavero, en las medias, en la ropa interior, o en una remera, camiseta, campera, lo que sea. Pero siempre me visto o porto algo de San Martín, aunque a veces no se vea”.

Justamente, el tatuaje será lo que de ahora en más cumpla esa función: “A mí me decía que me lo haga en un lugar donde no se vea, pero yo, al contrario, quiero que todo el mundo lo veo, no voy a gastar tanta plata, ni hacer que me pinchen para que nadie lo vea. Yo estoy orgullosa de ser de San Martín y este tatuaje es un sueño cumplido. Ahora sí que lo llevó en la piel”.