Alberto, el hombre que vive haciendo filas
Historias de acá
Su trabajo es esperar: ha llegado a pasar más de 16 horas por un turno para el médico en algún hospital o en la cola del banco. La historia del hombre que para la olla ofreciendo su tiempo para aquellos que no lo tienen.

En Barrio Sur, detrás de un árbol que hace de parada del 101 sobre la calle Jujuy, hay una pared cubierta por los afiches de la campaña electoral y anuncios de profesores particulares. En un rincón de ese bricolaje de candidatos sonrientes está el papel blanco escrito con felpón donde todavía se puede leer en letras borrosas por la lluvia y el tiempo: Hago filas. Abajo, el número del teléfono celular de Alberto Gómez, que tiene 54 años, supo ser cartero y ahora encontró en la espera paciente y metódica una forma de ganarse la vida.
Ahí donde muchos encuentran apenas una obligación rutinaria y tediosa, Alberto vio hace ya cinco años una oportunidad. Había sido cartero a lo largo de una década para una empresa privada que le pagaba una suma módica por cada sobre que entregaba a domicilio. Alberto trajinaba las calles y en ese trajinar asegura que llegó a conocer la ciudad como la palma de sus manos, las mismas manos con las que repartía unas 1500 cartas en sólo dos días. “Yo exponía mi vida muchas veces porque andaba por barrios medio peligrosos donde te pueden llegar a asaltar. Laburaba en negro porque te hacían un contrato que era por cuatro horas de trabajo y terminabas trabajando doce horas o más, pero a ellos no les importaba”, cuenta ahora que han pasado cinco años desde que dejó ese trabajo tras cansarse de cobrar menos de los que le correspondía: “Si tenías que cobrar 8000 pesos te daban 6000, siempre te pagaban por menos sobres que los que habías entregado en realidad. Seguro había una mano negra que se llevaba la diferencia”. Desde entonces, hace filas o diligencias, como solían llamar los más viejos a la tarea de realizar trámites. En los bancos, en las salas de espera de los hospitales, en las obras sociales o en el registro civil, Alberto espera a veces hasta 16 horas seguidas. Alberto ofrece su tiempo para aquellos a quienes el propio no les alcanza.

Cuando tiene trabajo, Alberto apenas si vuelve a dormir a la habitación que alquila a pocas cuadras de la cancha del deca. A veces tiene que salir a la madrugada, a eso de las cuatro de la mañana, para ganarse un puesto de privilegio en la fila de algún banco. La espera puede volverse larga y aburrida, como cada vez que le toca sacar turnos para los pacientes de algunas especialidades específicas en el Hospital Padilla donde ha llegado a estar más de 16 horas sin abandonar su lugar. En esos casos, Alberto suele matar el tiempo conversando con sus compañeros de fila o leyendo, sino las horas se vuelven monótonas y extenuantes. Siempre es un turno por persona, es decir, un trámite a la vez. El costo de su servicio varía de acuerdo a cuál sea la gestión y el tiempo que le demande realizarla, pero calcula que gana alrededor de 23 pesos por cada hora en una fila. “Lo fundamental para este trabajo es la responsabilidad, porque si vas tarde la persona puede llegar a perder su turno. El tema es cumplirle a la gente”, explica.
No sólo es cuestión de tiempo, también hay que estar; estar implica soportar los embates del sueño y la intemperie. “La verdad que cansa, son muchas horas de desvelo. La lluvia y el frío también te afectan la salud, pero ahora es lo que hay, no se consigue otro trabajo”, dice Alberto y cuenta que la semana pasada no pudo trabajar porque le dio gripe y tuvo que hacer reposo. Ha bautizado “Emanuel” a su empresa unipersonal porque es un nombre bíblico y él profesa la fe evangelista.
“Ando mucho. Voy a las obras sociales, a comprar medicamentos a sacar turnos médicos o las actas de nacimiento del registro civil. Hay días en que hay mucho trabajo y otros en que nada”, cuenta Alberto a la vez que confiesa que en el último tiempo, debido a la crisis económica, ha disminuido bastante la demanda de sus servicios. La gente ahora parece no tener tiempo ni plata. Alberto promociona su trabajo a través de los carteles que pega en las paradas de los colectivos, pero también de boca en boca, gracias a las recomendaciones que hacen sus clientes. Alberto está cansado, pero no puede dejar su oficio. Alberto sigue esperando en las filas mientras espera por tiempos mejores.