Caruso Lombardi, el hacedor de milagros que llegó a San Martín
ANÁLISIS
Revolucionó Tucumán con su llegada, los hinchas renovaron su esperanza en mantenerse en Primera y Ciudadela vive días entre la expectativa y la realidad de un desafío complicado pero no imposible. Perfil de un DT que, amado o no, jamás pasa desapercibido. Mirá el video con la gente.

Caruso en el medio, los jugadores alrededor. Tienen una cita con la historia. La foto es de CASM Oficial.
Somos todos técnicos, pero como Caruso no hay dos: sólo este hombre es capaz de generar lo que genera, lo que otros más prolijos, más jóvenes, más tibios no pueden. Y lo que genera es ilusión cuando estaba perdida, fe entre los que no creían y una luz de confianza después del domingo. Los que dicen que no lo quieren, dicen que Caruso miente, que fantasea, que vende humo. Pero, ¿de verdad no lo quieren? Entrador, carismático, canchero, petacón, prepeador, histriónico, este hombre que viene aquí y abre las puertas de la conferencia de prensa entra a los lugares como si fuera el dueño del baile. Saluda, se ríe, qué hacés, tanto tiempo, dame unos minutos, bancame un segundo. Se mueve como una estrella de la música: la rompe cuando baile rocanrol, pero aquí ya es uno más en Ciudadela barrio popular.
¿Cómo explicar el fenómeno Caruso? ¿Qué tiene para generar la ilusión donde ya no la había? ¿Qué genera para que los hinchas vuelvan a creer? Un grupo está afuera del estadio: sabe que no pueden entrar, pero se agolpan contra las rejas del portón principal. Otro grupo sale de la cama en la que está desde el domingo: se pregunta si es en serio que llega y vuelve a agarrar el fixture que se sabe de memoria. Otro grupo lo mira de reojo: piensa que ya es tarde para las hazañas, pero abre los ojos como Caruso cuando el técnico de San Martín dice: “Tenemos que ganar sí o sí los tres partidos que nos quedan aquí y el apoyo de los hinchas es fundamental, por eso los estoy agitando desde que llegué”. Sean del grupo que sean, hay una promesa en común: tatuajes, peregrinaciones, estatuas y un amor desmedido que es el que ya le han prometido cuando él ha cumplido en otros clubes.
Cuando habla Caruso, suena a que todo lo que ha pasado ha sido un detalle: no echa culpas, remarca errores pero no da nombres, se pone serio cuando habla de desatenciones, pero si da nombres es para trazar el largo camino por todas las categorías y canchas del país que ha transitado: los conoce a todos. A Carranza de aquí, a Acevedo de allá, al Droopy, a Arregui, a Purita, a Vitale, a Ramiro Costa, a Pons. A muchos los ha dirigido, saben cómo juegan, dónde se sienten mejor. Eso ya lo sabe. De lo que se va a llenar ahora es del inflador anímico que lleva en el baúl del auto: tiene aerofobia, pero sobre el césped jura que se le anima a cualquiera. Ah, y va a poner al que quiera también ya lo avisó. Y de paso dejó en claro que serán días para escucharlos, para verlos, para quitarle la contracción en los músculos que pelear el descenso provoca.
Caruso explica las cosas con situaciones cotidianas, con anécdotas: explica por qué una vez la mujer lo dejó, cómo sueña mientras duerme con triunfos y empates, cómo golpea la mesa con la derrota, cómo desgasta en mente, cuerpo y alma vivir con la presión de lo que significa nada más y nada menos que darles a los hinchas lo que los hinchas más que nada en este mundo quieren. Otros técnicos declaran que el descenso no es cuestión de vida o muerte y que lo más importante es la salud. No es ese tipo de técnicos Caruso. Es un hombre de fútbol, de perfil altísimo y con todo lo que ello implica: gloria, fracaso, comedia, drama, sin grises ni medios tonos.
Que su llegada ha renovado el ánimo en los hinchas es innegable. Son los hinchas que aquí en Ciudadela se acercan y preguntan cuándo se ponen a la venta las entradas para el partido contra Lanús. Son los mismos que avisan que va a quedar gente afuera como ha pasado en otras instancias decisivas, pero nunca tan importantes como las que San Martín afronta ahora. “Sé todo lo que le ha costado al club llegar a Primera como para tirar ese esfuerzo por la borda, lo sé”. También dice que Caruso que le encanta dirigir por primera vez en Tucumán, que hasta tiene unos primos aquí, son los que le decían lo que había generado cuando pidió la Ciudadela para la Selección, entre tantos guiños a San Martín declarados cuando nadie lo imaginaba así: con el escudo rojo y blanco en el pecho.
Tampoco nadie puede negar que a esta altura del campeonato, con cinco partidos por delante, Ricardo Daniel Caruso Lombardi era el único capaz de agarrar este compromiso. “Soy medio kamikaze”, se sincera ante la multitud de periodistas presentes en Ciudadela. Dice que le sorprende cuántos somos. Muestra la cantidad de llamados con el prefijo 0381 que ha recibido pidiéndole una nota en exclusiva. Pasa el dedo por la pantalla y las llamadas perdidas no terminan. Llamadas, mensajes, sólo él sabe que más tiene ese celular y sobre todo si tiene crédito para hacer un llamado divino en la última jugada o no. Fe se tiene. Sólo el tiempo y el trabajo dirá si son suficientes para resucitar a un equipo que está golpeado, a un equipo al que su llegada descomprime, sí, pero que en 20 fechas no ha logrado nunca salir de esos cuatro equipos con letra roja de la tabla de los promedios. Quedan cinco y aquí no hay humo: es difícil, pero no imposible. Con el hacedor de milagros al frente, imposible jamás.