La inteligencia artificial está redefiniendo los cimientos de prácticamente toda actividad productiva y, de forma particular, del sector servicios. En este escenario de disrupción, las oficinas legales no están exentas. | Por Alejandro Urueña y María S. Taboada
La IA no piensa por vos (por ahora). Foto: IA
La inteligencia artificial está redefiniendo los cimientos de prácticamente toda actividad productiva y, de forma particular, del sector servicios. En este escenario de disrupción, las oficinas legales no están exentas. Lejos de ser un mero reemplazo del talento humano, la IA se presenta como un amplificador de sus capacidades. Por ello, navegar la evolución que ya se asoma no resulta una opción, sino una necesidad estratégica ineludible.
El modelo tradicional de los estudios jurídicos con socios en el tope de la empresa y abogados jóvenes facturando horas por debajo enfrenta un viento de cambio que ya no es teórico: automatiza tareas históricas como la revisión de contratos, el análisis de jurisprudencia o la redacción de estructuras de escritos. Los clientes, cada vez más exigentes, ya no están dispuestos a financiar este tipo de estructuras ni a subsidiar la formación de pasantes a costa de resultados. En respuesta, emergen modelos “AI-native” cómo Garfield Law, que asesoran a pymes mediante plataformas inteligentes, o alianzas como Perplexity/LegalZoom, que democratizan servicios legales a través de tecnologías generativas (ver IA: El Golpe De Gracia Del Modelo De Asociación Y El Facilitador De Lo Que Sigue.)
La pregunta, entonces, es inevitable: ¿los abogados mutarán hacia un rol estratégico, interpretativo y humano, o quedarán atrapados en un modelo obsoleto que la IA podría replicar y superar en su faceta más operativa? Comprender cómo funcionan realmente los modelos de lenguaje es crucial. ChatGPT, y otros similares, (Attention Is All You Need) procesan patrones lingüísticos para generar respuestas probables. No “piensan” en el sentido humano; predicen sobre el corpus de un enorme banco de datos de la web. Tienen mayor capacidad de cómputo, memoria y rapidez que nosotros, pero carecen de habilidades fundamentales como la creatividad original, la deliberación ética, el juicio profesional y la responsabilidad jurídica. La inteligencia artificial no razona: calcula.
Dicho esto, también sería ingenuo reducirla a una simple máquina. Los modelos generativos actuales son híbridos complejos que combinan redes neuronales inspiradas en la neurociencia, técnicas de atención contextual, principios de lingüística computacional y aprendizaje profundo en diferentes modelos. Esta arquitectura permite que refinen patrones por exposición masiva y ajuste progresivo. Sin embargo, todo ese andamiaje no alcanza para simular comprensión. Su “inteligencia” es un brillante collage sin conciencia del pegamento que une las piezas. Son máquinas de correlación, no de causalidad. De predicción, no de pensamiento.
Esta distinción no es retórica, es jurídica. El 6 de junio de 2025, la High Court inglesa resolvió el caso Case Nos: AC-2024-LON-003062 and CL-2024-000435 estableciendo un nuevo estándar sobre el uso profesional de IA en el derecho. El fallo detalla cómo se presentaron casos falsos generados por IA en un escrito judicial, con citas inexistentes y argumentos erróneos. El tribunal fue contundente: “usar herramientas de IA sin verificar los resultados con sus respectivas fuentes es una falta grave que afecta directamente la administración de justicia”. A partir de ahora, la supervisión humana no es solo recomendable, es obligatoria. El tribunal ordenó sanciones y la remisión del caso a los reguladores profesionales. La reflexión final del tribunal es contundente: “El uso de IA debe estar acompañado de verificación humana rigurosa. La confianza pública en la justicia exige que los abogados no presenten material falso, aunque sea por negligencia. No basta con emitir guías: se requiere supervisión, formación y responsabilidad efectiva.”
Kai-Fu Lee, uno de los pioneros en esta área de conocimiento, ofrece una perspectiva que resuena directamente con este desafío. Lee describe la IA no como una inteligencia consciente, sino como la nueva "electricidad": una fuerza que funciona a través del aprendizaje automático y profundo. Su poder no reside en el razonamiento, sino en la capacidad de procesar volúmenes masivos de datos para identificar patrones y correlaciones que superan la capacidad humana. Desde su visión, el error fundamental sería competir con la IA en su terreno: la memorización y la ejecución de tareas repetitivas. En su lugar, argumenta que la verdadera misión de los profesionales y del sistema educativo que los forma es duplicar la apuesta por aquello que la tecnología no puede replicar: el pensamiento crítico para cuestionar un resultado, la estrategia para diseñar un caso complejo, la empatía para conectar con un cliente y la creatividad para encontrar soluciones que un algoritmo no puede prever. En esencia, Lee nos advierte que la IA liberará a los profesionales de las tareas monótonas, pero solo si estos deciden ocupar ese tiempo en cultivar su humanidad, no en volverse una versión más del algoritmo.
Frente a este escenario, conviene pensar a la inteligencia artificial no como amenaza, ni como salvación, sino como herramienta que amplifica hoy lo que ya somos. Para los profesionales del derecho, implica aprender a usar plataformas específicas sin abdicar del pensamiento crítico, especializarse en áreas donde el juicio humano sea insustituible, y dominar habilidades de “prompt engineering” jurídico que permitan interactuar de forma eficaz con modelos generativos aunque la IA parezca comprender cada vez de más forma eficiente el lenguaje humano.
Para todos, exige cuestionar los resultados que ofrece, exigir transparencia en los algoritmos que afectan nuestras vidas y cultivar lo más valioso que aún nos distingue: la creatividad, la empatía, el criterio.
Como un río que cambia de curso, la IA de 2025 amplifica lo humano para bien o para mal. No es neutral: refleja los valores, prejuicios y prioridades de quienes la entrenan y despliegan. La invitación no es temerla ni idealizarla. Es comprenderla, regularla, y navegarla con responsabilidad. Porque si hay algo que la IA todavía no puede hacer por nosotros, es decidir qué tipo de humanidad queremos construir con su ayuda. El relámpago de hoy se convertirá en la luz constante de mañana. Y la pregunta ya no es si nos adaptaremos, sino cómo definiremos el desafío del uso de la IA para potenciar el pensamiento, la producción cientìfica, la creatividad y la libertad humanas.
Por Alejandro Urueña: Investigando la IA, su relación con el Derecho y las actividades productivas. Project Management I.A. Abogado. Diplomado en Derecho del Trabajo y Relaciones Laborales, Universidad Austral; Diplomado en Derecho 4.0, Universidad Austral; Magister en Derecho del Trabajo y Relaciones Laborales, Universidad Austral (T.P); Posgrado de Inteligencia Artificial y Derecho, I.A.L.A.B, U.B.A. Posgrado en Metaverso, U.B.A. Programa (IA) Universidad Austral. Magister en Inteligencia Artificial Centro Europeo de Posgrado. Programa MIT en desarrollo y diseño en productos y servicios en IA con Insignia de Asignación Ejemplar. Bootcamp internacional inteligencia artificial aplicada al Derecho. Actualmente, cursando Maestría en Ciencias de Datos, Universidad Austral.
María S. Taboada. Profesora en Letras y Magister en Psicología Social. Profesora Titular de Lingüística General I y Política y Planificación Lingüísticas e investigadora de la Facultad de Filosofìa y Letras de la UNT.